domingo, 28 de abril de 2013

desaparecidos


Como un ladrón a cara descubierta,
irrumpe el mal en la sonrisa de cualquier niño herido,
un sacramento inverso y despiadado;
es la confirmación de la entereza humana,
la parsimonia que frecuenta el dolor.

El proyecto cobra sentido: un soldado pugna en la mirada,
un extraño que simpatiza con el odio,
liberado de conciencia, ajeno al fulgor de la cultura.

La vida es cuestión de impacto. Sobrevienen
los cambios a pedradas y mordiscos. Se expresan con fuego
y dejan huella en los párpados. El mal se agrega científicamente,
no tiene que ver con seres fantásticos
ni expulsa el azufre en vaharadas.

Pocos niños desconocen el alcance terrible
de un golpe donde más duele, de una mentira cobarde.
¡Con qué presteza se desvanecen las buenas intenciones, pétalos de infancia!
Con qué rotundidad entreabrimos las puertas del infierno
a nuestros vástagos.

Sonreímos al cielo y dejamos que ocurran accidentes.

Existen naciones fascinadas por el brillo
tenebroso de la tortura, pueblos replegados sobre sí mismos,
asesinos inteligentes y capaces envueltos en banderas,
portadores de antorchas licenciados en múltiples sinrazones.

¡Ah, desconfiad de quienes se lleven la mano al corazón al escuchar el himno!
Son farsantes.

No penséis en el demonio. No creáis. No es dios
quien os obliga, ni os dirige su poder a través de la oscuridad.
Miraos en el espejo y buscad allí
al niño que se fue.

viernes, 26 de abril de 2013

alegría


          Arrabal de pronto.
Y el ruido sordo de una soledad como si fuera.
Arrabal y su alegría. Fuegos artificiales cada día del año;
cada puente sobre el río enfermo, un niño en las sombras,
colgando de la mano, a hombros,
disminuyendo a marchas forzadas su estatura para ver de cerca el aire
indiscutible.

            La música.
Por ahí se afianza un ritmo cardíaco.
En libertad, procede sentir un ramillete de sensaciones versátiles,
apetece adentrarse en el bosque dentro del jardín y compartir la fuente
con animales locos o, continuamente, reflotar el sonido del agua
que fluye en verde
y cae -redonda- en un efímero rimero azul.

El arrabal se extiende
como una mancha inoportuna en el jersey de los domingos.
Se orean los chiquillos, sin aspavientos,
callejeando lúcidos.

            Una silla a la puerta del corral,
un perro exageradamente flaco frotándose de paso
contra el desesperante atardecer. Ah, y el poeta arriesgado observando la idea
antes de cenar (con acento en la punta de la lengua).

Tarde de alegría. Arrabal moreno y frágil. Sin trabajo.
            Hay un trabajo que sirve de costumbre,
dos obreros que se reparten un espacio caduco y empeñado en durar.

Los hombres pasan con las manos en los bolsos,
las mujeres con los bolsos en las manos,
los coches sin matrícula.

Se modula un fragmento de silencio, pero que no se escucha.
Hip-hop, como un silbido dentro de la máquina:
                                               son los rapsodas fumando hierba a todo tren.

El barrio acecha con sus malos modales y su angustia, muestra
su recóndito vector de espanto.

Una muchacha con botas militares
custodia la estrecha acera junto al bar cerrado por defunción;
al rato, un chico se le acerca, hay un apretón de manos, breve y sin sonrisas.
           
            De fondo, suena -cierta- una guitarra.







miércoles, 24 de abril de 2013

un arrebato de simultaneidad


En el universo suyo, allí,
dentro de la oscuridad,
gárgolas que dan las buenas noches,
piedras ariscas y basales, la piedra mejor que el mármol,
elemental granito para la construcción
del templo. El templo se edificó en pie de oro
con piedras areniscas que se desmoronaban al contacto con el agua.
Llovía un poco, por aquel instante, y entonces el templo escuchó
a Louis Armstrong el doble del tiempo permitido.

El tiempo, comatoso, ocupaba su cama en el hospicio regentado.
Monjas sicópatas arrinconaban a los pobres en la esquina, luego
hacían la calle: un mal hábito.
Dicen que el vientre de un escualo pertenecía al padre
de la madre superiora, con dientes y todo.
Qué mordiente. En otro universo, por ahí,
las piedras contestaban mal a sus progenitores, que les pegaban con un palo;
el palo era muy gordo, estaba gordo de tanto comer chichones
y algunas piedras no valían para hacer un solo comentario de texto,
mucho menos para engendrar un desánimo hogareño.

Dentro de la oscuridad, al fondo, las gárgolas ensayaban sus caritas simpáticas
que te mataban del susto: no saludaban a nadie (por si acaso).
Un niño chico con la cara del Che se fumaba un habano
para siempre. En una realidad alternativa,
o en otro vecindario, la mujer perfecta enrollaba tabaco con el sudor de su frente.
Viendo pasar los automóviles se pasaba la vida
y todo se veía de color marrón.

En el propio universo las páginas pasaban por un cielo sencillo,
siniestro cielo empíreo y colosal;
policías fuera de servicio hacían de las suyas coaccionando
pechos recaídos en la droga, glándulas
de estrés que apenas contemplaban el deseo de darse un homenaje calculado.
En la habitación estaba (tal vez) un hombre negro llamado James Baldwin
que escribía de memoria y no cantaba todavía.

Otro país tan al norte, otra región, más lejana que el odio secular,
más lejana que en los confines del océano,
batiendo olas, ondas confiadas y regulares, sin protección. Ella,
charolada en su túnica, mirando hacia abajo
donde los pequeños seres como hormigas laboriosas levantaban torres
diminutas, una proeza. Su labio tembloroso discurriendo. Discurría
por tanto sobre su posición en aquel sitio realmente inobservable: no la caverna. No.

El vacío solo es aquello que no se ve o está muy solo.

sábado, 20 de abril de 2013

como una exhalación


Vueltas al mundo, con su vestido tan suelto, daba vueltas al mundo
anclada en sus extremos y su centro. Seguía
una imparable trayectoria propagando su voz a voz en grito.
Modelaba un rumor en la garganta que ardía con un vuelo
de mariposas ebrias, sus alas amarillas como el oro fácil
atesorado fuera de peligro, como el anillo de un hombre enamorado.

La vuelta al mundo, verdeazulado en su mirada glauca;
daba la vuelta al mundo y hallaba en su reverso un verso limpio:
por ahora. Entonces, era libre de vivir en el retorno,
de excavar un agujero grande y profundo
donde cupiera el brazo o las dos piernas enfundadas en medias de cristal.

Penetraba la voz e inducía a la acción. Se introdujo
en la mente que giraba a su ritmo atolondrado,
a su ritmo del jazz que no se escucha nunca tan brillante,
fino de trompetas al viento, algo afónico al piano,
el retumbante color de las baquetas nuevas redoblando su esfuerzo.

Con su vestido abierto en parte, volaba con un suave terciopelo en la voz,
desenfadadamente, haciendo estela. Comunicaba una ilusión,
la fantasía de la noche, el fulgor que no posee nadie.
Besaba a tientas con su aliento frutal, la dulce fresa de su pequeña lengua
arrancando húmedas columnas de humo a la mañana esquiva.
Un día tras otro, parloteando una danza espontánea,
ajena a los prejuicios de la edad, al cansancio infinito de su idioma.

Rodaba su silueta, con un vestido aproximado al verde, por el territorio
del árbol, cerca de la frontera inviolable de sus ramas bajas,
con la hierba en los tobillos, y su entusiasmo contagiaba a la madera,
contagiaba a la vida de más vida, una frágil armonía.

Por el río, sus pies eran alondras vegetales que revoloteaban
semejantes a naves del futuro. La voz del agua
instruía prudente, sobrecogiendo la miel de su hermosura
y ella giraba, daba vueltas al mundo sin protegerse y sin saber a dónde,
sin detenerse y sin saber por qué.






miércoles, 17 de abril de 2013

...amor


Bello rostro, desencajado ahora. Rosario de otro nombre que tenía un corazón.
Palpitaba sonriente, órgano equilibrado, existía a su manera de hincharse,
infalible y san(t)o. Ella, acostumbrada a la seguridad, a la honradez sin mácula
del verbo y el cristal, hecha a la inmaculada perfección del sentido común. Rosario
en el estado adorable de su frente, en el perfil concreto de su espalda,
la caoba ilegal de su cintura. Iba
balanceando un beso a través de las pestañas ágiles, redondas,
liquidando su parte del regalo en pequeños ópalos maravillosos,
oscuridades plenas arrasadas en vatios de poder,
algo más níveo que el amanecer de la resurrección, más contento.

Al alba, gatos en hilera, pájaros en banda, perros amarrados, estrellas cansadas
de vivir su arranque de luz, su pena de la luz, su luz interpretada por un rayo celoso,
astros felices. Alguien que al poco iba balanceándose
a este lado del mar.

No era ella: Rosario Dawson, no era. O miraba como ella con sus ojos pendientes
y caminaba al paso de su paso sin adelantarse al cuerpo.
Que besaba como ella al levantarse, después de haberse ido, humedeciendo
sus labios encarnados con una perla ambigua de sudor y una palabra simple,
inmersa en el rápido descenso del torrente, su vertiginosa caída.

¿Quién fue? Fue su pasión por la verdad, su estilo para reír un verso,
su negación del cielo aprendido en la escuela, su magisterio injusto,
el denso aroma de sus mejillas ardientes, la voluptuosa mitad de sus rodillas,
sus pechos invencibles y hasta enérgicos, erguidos a pesar de su bondad.
Fue del tamaño del espejismo máximo, la enormidad del huracán. Su voz.

Habló una vez y dijo: cariño. Y fue entre admiraciones que lo dijo,
pues se escuchó al otro extremo de la galaxia, fulminante,
divertido, como un acertijo endemoniado,
celeste. Dijo te quiero y su voz estalló como un relámpago, un jardín en armas,
como un zigzag de fuego aparatoso. Si resultó baldío, quién lo sabe;
si tuvo su montaña con su cumbre, una escalera más al norte
de su cabello rojo. Ella, sin apellido, absorta en el espléndido
motivo de su espera.

Meticulosamente
bella.

domingo, 14 de abril de 2013

hablar de...


No es lo que es, no todavía. Es lo que no se nombra, no se dice
(no se ve).

Es esto o es aquello, es otra cosa. Pudiera ser que fuera, pero no.

Quizás, tal vez un círculo, tan nítido,
el núcleo giratorio incandescente.

Un diluvio de fármacos no es. No puede ser que sea y sin embargo
no es tampoco una sombra,
ni un hipódromo.

No es una sábana santa con el rostro impreso de Rosario Dawson.
No. Que no es una flor al uso, ni siquiera con las piernas quilométricas,
zapatos de taCón

            es el amor minúsculo
            sin músculo
            una estufa encendida
            una fruta madura

                        (es un tronco cortado
                        medio vivo                 
                                                           es un árbol del pan
                        el ave
                        del paraíso)


Dicen que es otra cosa y es más fácil.
Que, buscándolo, alguien no lo halló.
Y algunos saben que ella lo tenía guardado en su cajita: no lo enseñó.

El amor paseaba de la mano
del fuego (odio); como hermanos de sangre, se tragaron el muro del espacio.
Aquel día, el amor le dio una rosa
a la chica más tímida

-se rozó la clausura del entorno-

                        fueron millares los ojos a la fuerza
                        tan familiares en el espejo roto
                        escépticos del todo no lo eran
                        creían en un trozo del jardín donde crecían puntos suspensivos

No es una macarena con el rostro divino de Rosario.
Apenas hace cosas imposibles,
como desaparecer

                        o del estilo
                        de llevar universos en el pelo
                                       
No tiene ropa sucia que colgar en el porche
ni se pone una máscara. Baila, pero agarrado, agarrándose al baile fiero.

O cuando sale en las fotos, pretendidamente ausente.





sábado, 13 de abril de 2013

sortilegio


Fingía rosas en el pelo, floreciente y tranquila
como una mañana nueva.

Cubierta de calor, dejó de ser la estrella
y se vistió de luna con los labios pintados.
Alcanzó su raíz, tiró de ella y sacó a la luz una iluminación
de huesos parlanchines. Así es la luz, se dijo.

La voluntad aérea de los nimbos colmaba de salud
la madrugada. Donde estuvo la fuente,
había un bajo estanque de premeditado reflejo
que irradiaba un centelleo constante, caleidoscópico,
de miradas antiguas. Ella tensó la estructura lineal de su sonrisa
y aligeró su paso alegre hasta la próxima ribera (la ribera del sueño).

Pensaba una palabra con nieve entre las letras,
con relieve en su adentro y un espeso brillo
acentuado. Pero había dejado de proteger el recuerdo,
ya no miraba hacia los besos perdidos; su hermosura
era un estricto bálsamo para quién sabe qué derramamiento.

Fue la canción, como otras veces, la más sensata,
la primera en oírse y la primera en dar la bienvenida
al deseo.

Iniciaba un suspiro musical, cuando cayó a sus pies la maravilla:
una forma de ala, un álamo de sangre, un alma traspasada
por la flecha del tiempo.

Ella se puso de rodillas -tan humana- y sin alzar la vista al cielo
abrió su corazón al puro sortilegio
del amor.

viernes, 12 de abril de 2013

sonetos (IX)


Estás como especial en tu vestido,
lleno de gracia el femenino corte;
caderas, hombros, brazos, piernas: porte
continental de puro contenido.

Recorres con un sísmico latido
de norte a sur mi piel, de norte a norte
mi corazón glacial, mi fino aporte
a la cartografía del sentido.

Recoges en el aire la estatura
y la amplitud de miras en el suelo.
Simplemente te mueves, elegante.

Estás como flotando en tu cintura,
llena de flores de la boca al cielo
y de estrellas del cielo en adelante.

---

Tengo un arte menor para el deseo
y un pulso alejandrino para el vicio.
Para las tentaciones, soy fenicio
y, para las traiciones, fariseo.

Me creo la mitad de lo que veo
y obtengo, por incrédulo, el indicio;
ciego a media jornada, noble oficio,
la otra media, poeta sin empleo.

Avanza el Sol blandiendo su amenaza,
su determinación de darme caza
con luminosidad y alevosía.

Y yo, que tengo un arte para el llanto,
apenas tomo impulso lloro tanto
que vuelvo por la sombra que solía.

---

Cárdena surge desde el sol la llama,
en resplandor, a competir contigo,
rápida emana de tu cuerpo abrigo
el alma pura que su ardor reclama.

La luz primera que el ambiente inflama
es la que porta tu rival consigo,
mas pronto alcanza a recibir castigo
por atreverse a soslayar tu fama.

Apenas rasga la quietud del cielo,
cuando es cegada por tu limpio brillo
que el desafío con presteza admite.

Pues no hay estrella que te rete a duelo
que no sucumba a tu radiar sencillo
ni dios eterno a quien tu gloria irrite.

---

No tengo una casita para el llanto
pero tengo arrabales de miseria
donde se pone histérica mi histeria
y se declara en quiebra mi quebranto.

Cerrada tu ciudad a cal y canto,
el resto es horizonte, periferia,
espíritu arrojado a la materia,
el resto es un enorme camposanto.

El soplo fabuloso del destino
se la llevó a empujones hacia arriba
y me dio por llorar bajo la luna.

Cerrada tu ciudad, me la imagino
con sus casitas blancas de cal viva,
la mía más bonita que ninguna.

---

Diera el reflejo de mi desconsuelo
en someterse a tu feroz consulta,
dieran tus ojos con mi sombra oculta
entre las sombras del oscuro cielo.

Diera tu paso resonancia al suelo
que misericordioso me sepulta
y diérale esa voz que me resulta
tan familiar como tu voz de hielo.

Dieran consejo de perseverancia
tus ojos al consorcio de la tierra
que supervisa mi descanso eterno

y diéranle al silencio la importancia
que se merece por la voz que encierra
y por la que libera del infierno.

lazos en el pelo


Frente al desánimo, surgió un pensamiento azul
que guardaba notable semejanza con la blancura del aire suspendido;

desamparado, parecía un océano volante
con sus olas de papel transitando senderos azarosos,
un fantasma sin espíritu vestido para esperar el verbo.

La palabra rayó en su transparencia acortando los plazos del olvido,
qué susurro rampante y libertario salió al encuentro
del mar que hacía viento en su figura.

Fue romántico, pero inasible. Sucedió, pero solamente a ratos,
que pensaron lo mismo algunas mentes sigilosas y trastabillaron
los ojos en la misma piedra, como ráfagas glaucas o brillantes
en brazos minerales. ¡Oh!, y fue romántico el movimiento libre del cuerpo,
de los cuerpos celestes resbalando en la hiel de su tersura.

Debió ser una sábana tendida al sol lo que redujo
el intercambio de matices, tan crudo era su reflejo. Cuando llegaron los pájaros
a su hora de cenar, el flujo de lo que piensan los árboles (de las personas) cesó.
Anochecía y todo era un inmenso dial, un aspaviento algo ridículo
que sonaba a la bruta sirena de la factoría. La golondrina
aterrizaba con la debida gracia sobre un colchón de plumas
y un arte religioso invadía el terreno.

Nada cabía en sí de gozo, nadie sabía la respuesta,
apenas el bosquejo de una idea bastante ingenua limitaba con la realidad
del instante. También, acudió a la fiesta un serafín grotesco
en representación de los seres invisibles, que no existían lo suficiente.

Frente a la desolación, acaeció el milagro, y la chica preciosa se puso de puntillas
para íntimo jolgorio de la gente, fingió lazos en el pelo
y, por último, silbó su melodía preferida. 

lunes, 8 de abril de 2013

tan fantástico sueño


Soñé -cuadro fantástico- una revolución
protagonizada por bosques y lagos no demasiado profundos,
láminas asaltadas por el sol estival. Las venas del espejo
eran caminos nuevos brevemente salteados de guijarros humildes,
sendas verdosas acabadas en sombra que recibían
huecos de algún rayo. Como las zarzas eran
inoportunas, no frágiles, eran ortigas que fruncían el ceño.
Había un manantial cerca de la ciudad perdida
del que brotaba un líquido que no era el agua pura ni dejaba de serlo,
pero tenía el gusto de la sangre en la boca. La ciudad asomaba
su nariz coagulada, su cabellera rota entre las copas aéreas
y levantaba barricadas junto a los pozos. La historia creía
en la memoria de los troncos abiertos, en la pétrea quietud
de las paredes despintadas y en esa arquitectura primaria
decidida a durar.

Resultó por entonces, en medio de aquel sueño,
que los bosques llegaron a la puerta del cielo y preguntaron
por el nombre del rey. Que salió a recibirlos una princesa heroica
con nubes en el pelo y una espada flamígera en la mano
delicada. Pero los bosques se horrorizaron y quedaron atónitos
ante el poder destructivo de la llama y la hegemonía del fuego
y llamaron en su auxilio a las bellas lagunas de la noche
que acudieron a saltos y aluviones de espuma.

Y fue que la princesa, ya dispuesta a morir, brindó por la inocencia de su reino
y así rodó la corona áurea por la arena que todavía esperaba su río,
como las lágrimas ceñidas al peligro inminente rozaban sus mejillas
y caían formando un charco a sus tímidos pies que se tornaba rojo
por su propio carácter e iba naciendo, por su propia ternura,
una fuente curiosa, una ciudad desierta de amplias avenidas
y columnas bordadas, sólidos edificios, casas empecinadas.
A lo que deliberaron pronto los solemnes abetos, los mansos abedules,
los cipreses poetas y los sauces reales, que no tenían prisa
por llegar a la guerra.

Hubo quórum, se firmaron tratados; una paz ventajosa para el pueblo,
que pudo retirarse con la cabeza alta al dorado refugio de su espíritu.

Y fue tal el sosiego que siguió al alboroto
que hasta la suave hierba descansó de su trance elevando plegarias
a la luna callada y satisfecha.

sábado, 6 de abril de 2013

a este lado del cielo


En los márgenes, suena una música inexacta, no esférica,
angulosa y menos dulce, erizada de pequeñas estatuas.
Los metales agudos reproducen un sonido lánguido que atrapa,
que atrasa los relojes y, a veces, desinfecta los ojos y afila los colmillos.
El tiempo, en esta orilla, desaparece en parte, dura poco,
se esconde detrás del minutero, vacila con el péndulo,
no rinde cuentas al movimiento ni lleva la contabilidad
instantánea de la realidad cambiante, se desentiende del espacio común,
diríase que retrocede al mismo cuarto de hora que produjo el pánico
o la revelación. A este lado del cielo es imposible rastrear las huellas
de los muertos, que caminan en círculo asfixiando el pasado con su sangre.
El calor es otra cosa. Aquí, el calor no responde a una indicación,
ni a una inclinación al tedio o a la redundancia,
el calor es una recaída en toda regla,
pues la pauta es el frío que ralentiza el espasmo, la helada que fulgura
con su traza esquemática de nieve; en el patio del aire no se concibe la llama,
el fuego es un fantasma desteñido, una palabra oscura que no vuela,
un pájaro en ciernes.

Alguien se asoma al borde mismo de la pulcritud, donde no abrasa el humo
que asciende a las alturas en tiernas espirales de miseria,
ni la ceniza es una maldición que ennegrece los campos
y absorbe el parvo espectro de la luz.
Desde su rama desértica, alguien observa
la concreción de un sueño, una marea blanca cuajada de virtudes.
Y quiere ser el único, el primero en beber de ese cáliz perfecto,
el primero en sanar. Mira hacia atrás e imagina una senda, un camino
recto, ancho, hábil para las familias, para los pueblos  y sus caravanas,
hombres y mujeres vacíos de voluntad y coraje, abatidos por el cansancio.

Es la ilusión, la esperanza, el fogonazo rápido de la justicia
que ilumina a los héroes, el fin de la tormenta. Es una fe minúscula,
insensata y humana en el poder de la razón, la súbita certeza
de que un día tañerán abiertas las campanas como tambores de paz,
serán derribados sin estruendo los muros de la patria
y un niño avanzará desnudo hacia la gloria, sin miedo,
ni frío.





viernes, 5 de abril de 2013

un sermón del siglo veintiuno


Cada poema es una especie de oración
(Robert Walser)


Bienaventurados los ricos porque ellos heredarán más tierra,
nuestra tierra toda que paseamos y queremos,
donde hemos plantado nuestras semillas e ilusiones de barro,
la tierra en la que descansan muertos nuestros abuelos;
porque toda la tierra será suya, según las escrituras.

Bienaventurados los brutos porque la violencia es su naturaleza,
porque ven en la cultura del pueblo un enemigo irreconciliable,
en los libros, una contradicción,

                                                                                   porque cultivan
un ansia de sangre que será imprescindible para salvar los templos
del rencor y la inquina de las masas hipotéticas.

Bienaventurados los reyes porque suyos son el mundo
y los planetas, el sol y los pequeños satélites consagrados al amor,
los veloces cometas e incluso un porcentaje regular
de aquellos asteroides que amenazan
con publicar sus célebres noticias de impacto.

Bienaventurados los avariciosos porque su ruindad es la máquina
que mueve los engranajes de la historia, su codicia
es el combustible más demandado por la industria emergente,
su mezquindad homicida es el material del que están hechos los sueños
húmedos de los irascibles mercados.

Bienaventurados, en fin, los que odian y aborrecen al hombre,
los que tanto abominan de su propia inocencia como de su humanidad,
porque suyo es el triunfo, suya la gloria bestial en la batalla eterna
que sostienen los dioses contra el paraíso. 





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