lunes, 30 de octubre de 2017

nova, que no es


En cualquier parte, en el desierto, bajo un desvarío de palmeras y cactus, no bajo los palmerales de Venice,
sino a la sombra exigente de una cadena montañosa (que es como decir a la sombra de la nieve). Cae una nevada
corpulenta, como de roca fina, como de (a) sangre fría. Nova allí se siente tan pequeña: pues ha contemplado
el descenso de un ángel con el rostro de Aaliyah Dana Haughton (y era ella que volvía de su incierto paraíso).

Nace el amor, elegido sin nombre en esa incubadora de emociones. Se detiene el airado descalabro de la guerra,
el aire se ha parado en el aire, retrocede con fuerza, se retiene en otros cuerpos, busca la salida más digna. El aire
chapurrea el francés de los juglares, acaricia o golpea. El sentimiento es una flor que implora justicia
a la poesía.

Lejos de casa, el poeta enciende una grabadora de almas y registra el asedio formal, resiste el cerco
de las palabras que vuelan en círculos alrededor del silencio. La perfección de su caída ha sido cuestionada, el claro
sueño de su infancia triste ha conocido un despertar semejante a una tormenta que se arrastrara por el cielo
cuando el sol arraiga y descubre su fondo nuclear y terrible. No hay arte en el sudor, ni belleza en el próximo trabajo.

Termina de erigirse el escenario para la consternación. Ahí están esos hombres que aman la desgracia y se mueren de pena,
hombres con dos ojos que no ven, dos manos que lloran. Tiene un sentido cómico que no permite la risa, es simple
como la nada y su esfera hueca de reflejos, llana como la formación de la materia. El poema ostenta esa cualidad del mérito,
es divertido hasta la náusea; conviene releerlo a la luz de un candil,
extraer de su vientre promiscuo el cabo de una soga, la cabeza del reptil, el secreto baldío enterrado a dos metros
del recuerdo.

Nova, que no es nadie. Y está empezando a ser; que todavía no ha bajado a la calle a entrevistarse con la noche,
ni ha testificado en los tribunales del fuego. Que no ha inspirado el humo con fiereza. Podría decir que el amor la persigue
debatiéndose en medio de la página. Que el plomo desafía la tensión aérea tras el acento rubio de sus piernas,
que no (se) puede respirar.

Entresacando un pensamiento puro, algo molesto, diseñado por jerarcas provincianos, catedráticos ausentes,
paladines de la mecánica y sus extremidades, ¡héroes combinados! El verso tiene que contener, circundar, abarcar,
como un abrazo, toda la inocencia posible; es un collage de melodía y lluvia, un jardín donde no armarse de valor. No ama,
pero atrapa, surge del violento transcurso de la necesidad; ¡ah!, se emboza en un cruce de caminos y dirige
su espada al corazón de una rosa invisible.



viernes, 27 de octubre de 2017

kandahar


Al abrir los ojos, el parque se aproxima a Kandahar. Hay montañas y polvo,
valles acorralados; las balas silban su particularidad. Es una ubicación tan peligrosa que los cadillac de siempre
no llegan cargados de provisiones y vestidos de seda; los árboles son un festín para los cuervos, su esmerado vuelo
que se incrusta en el aire como una relación matemática. Los versos
quedan rebozados en la polvareda, constelaciones de polvo colonizan las gargantas,
se bifurcan entre dos calamidades.

La norteamericana se llama (esta vez se llama así)
Nova. Y es de familia real. No porque sea de familia real, sus trenzas apabullan un instante,
durante una fracción de estiramiento neuronal-admirativo desacatan la estudiada vigencia de la realidad. Sinopsis
porteadoras de rimas estallan en bloques funcionales. Little Simz sugiere
un pequeño lujo que es preciso concederse, el homenaje del yonqui, la beatificación balística acordada.

Una basílica almenada de torres concordantes que pueden distinguirse rayando el horizonte,
justo delante del techo monacal de la cordillera;
¡ah, penachos nevados, arcángeles horticultores revertidos a su nueva industria del armamento y la serenidad!

Con fusiles antiguos pero bien engrasados, la milicia saluda a Nova y su fantasmal séquito de fumadores
de opio, la comitiva triunfal que escolta su pálida fortuna. ¡Es tan simpática! como un poema en la memoria,
quizás como un poema alijado en los baúles de la herencia o la rendición. Su nombre
es como un manto de palabras; tendréis que observarla a través de la mirilla telescópica del rifle, mediante un telescopio
de rayos infrarrojos, a través de una lente gravitacional estropeada por fanáticos newtonianos,
no en persona.

Tras la mirada del parque, late una fascinación por la constancia, un adorable reflejo
oscila entre la euforia y el tupido desierto literario. Una bestia contada por las mejores plumas del reino, cortada
por el crudo patrón de la blasfemia y el hallazgo. El humo que bendice el contrato
nupcial. Y las parejas que se juran Amor contra una eternidad de honorable apatía.

Así que Nova… viene a ser. Es la sustituta apacible; su frenético tesón,
la débil salud de su aniñada frente. ¡Qué lisa mordedura reconoce su piel!, cuánta pausada lluvia entre sus cejas,
sus manos, qué palomas en forma de paloma, qué labios de sus labios (de sus labios). Para retornar al arte, del arte hacia
otra sombra más… espaciosa, más plena, hace falta un motor de mil caballos
o un grito. Un ritmo que haga saltar las lágrimas a tiempo. O un beso en la exacta frecuencia de la noche.




martes, 24 de octubre de 2017

la fiebre del oro


Modestia aparte, la vida es un regalo de los dioses. Dios toca el acordeón
en su diván, se registra, se toma la tensión, se diagnostica un becerro de oro. Jordan finge no escuchar el drama
acústico que sacude con furia de tormenta su frágil asidero espiritual. No son altavoces
plateados lo que decora la casa enorme desde cuyo balcón fue declarada la tristeza. El sonido de un alboroto escolar;
sobre la historia, el foco de una mirada antigua. Dios ha depositado un doblón en el aire y, ahora,
llueve un fino compás de melancolía.

Resiliencia. El árbol estoico procrea un manojo de cuervos autodidactas, y un poeta (ni una flor). El verso
acomoda su estela al entorno (o el adorno) minucioso de la descripción natural. La naturaleza conjetura retablos
imperfectos, uno tras otro, sin tiempo para dar explicaciones: de la intendencia, se encarga el corazón.

Voces y relinchos de un arte empobrecido, enardecido; el arte a la tercera, después de tres gárgaras de absenta,
un nubarrón de sensaciones que plasmar con un mechero en la mano izquierda y un cigarro entre los labios. La sobriedad
de la pantalla, el parpadeo de la hoja de word, los miserables que atentan contra la inspiración con sus cuchillas
rituales; otros colores para la felicidad, cien tonos de púrpura y un solo cielo acusador.

Jordan vive una muestra pasmosa de aptitud literaria; al fin y al cabo, todo se reduce.
Los días se acortan como distancias cósmicas. El ansible despega en la conciencia de la ingeniería. Poesía, lo que se dice,
no hay, se carece de una estructura fiable, una Academia que promueva la creación, únicamente el genio
tiene las manos ocupadas. Cada nube es un plano panorámico, merece un par de barras aplicadas, dos
líneas consecutivas o una construcción indescriptible.

Y los ángeles… tan solos. El ángel que se le apareció a Angel Haze (y sin abrir la boca); el que se manifestó ante la chica
milagro –en horas de trabajo– como un ovni providente o un fantasma esforzado. A Azealia le gusta el pelo largo
de los ángeles, esa manera rubia de ser negros como el carbón.
Y tan hermosos. Su fragilidad, sus lágrimas sin rastro, la huella de una sombra atronadora
donde solo debería acreditarse el silencio metódico de dios.


sábado, 21 de octubre de 2017

la poesía es un medicamento del estado


La soledad es un bono del estado, un traje emocionante, es un discreto
escándalo, un trío de jotas, no va más. La soledad es un expediente con mala reputación, una farsa sin testigos,
una arcadia desierta. Depende. En cada lugar existe un protocolo
averiado que tal vez desmonta una pared de espejos o da trabajo en la trinchera del ferrocarril.

Dejando el agua a un lado, de lado las olas tan morbosas y su espuma coral, su desconcierto,
arrumbando la caricia marítima y el desembarco, el descubrimiento y la comparación, la sequedad asciende por los siglos,
dormita en una nube peligrosamente oscura.

El agua es un maravilloso condimento: es obligatorio prescindir de sus servicios para conseguir un epitafio
homologable. Los náufragos padecen el ansia colonial, llegan siempre a una playa común,
un espacio profundo. La profundidad es otro aspecto interesante, digno de estudio, que no tiene que ver con la palabra.
Dar sentido, formar un engendro inteligible, evadirse del filtro del idioma y consignar una buena
mordida en el estante más alto de la biblioteca pública.

El arte viene a ser inaccesible en según qué condiciones; entre la maleza y los críticos
arbustos nacen secuencias de gran virtuosismo plástico,
virguerías como vidrieras y cristaleras góticas, repujadas también. La pintura
oculta las faltas de la cosmología, realza un duermevela, un sueño a medias, riela como una luna de papel albal.

Es un segmento de fortuna; en el parque se puede no estar solo por azar, con seria indecisión. Se puede
siluetear una frontera apacible (sin francotiradores a la vista). El parque es un mundo ajeno,
fuera del río, detrás de dónde, incluso en las inmediaciones, alrededor de alguna posición remota: las chicas
desconocen su emplazamiento exacto,
pero quedan allí para ir al cine.

Sin futuro, la puerta queda de par en par, desvencijada como las ventanas de aquel monasterio flotante. Resulta
que el futuro es un palacio de humo, la hoguera que mide los ingenios. La gran pantalla exhibe un rato de vida,
resonancias menores de un espejismo incógnito.

Han hablado los santos, se han reído de alguien, han parodiado la inercia
moralizante de los estetas, el vínculo literario que conecta a tantos héroes clarividentes, gente
moderna con una historia al margen. Cada palabra es una píldora
distinta, y no cabe en la boca. La poesía es un medicamento para el asma. O un barril de cerveza, qué más da.



jueves, 19 de octubre de 2017

babilonia 1.336


Dentro del verso, donde cubre
y las palabras no dejan ver el orden de la poesía. El precipicio al que nadie se asoma porque
rompe con la sobriedad del pensamiento. Los poetas hacen sus mariscadas, profesan un conjunto, forman una forma
horizontal, una gratuidad de las conciencias; su colectivo atonta, atruena,
frena asombrosas intenciones, pone fin a cualquier finalidad improductiva.

El verso es un cotarro nada romántico, una farsa endomingada que, sin embargo, polariza la miseria,
populariza el tedio. Entonces viene el parque con una extensión de matorrales bíblicos,
un jaquemate natural, con sus parquímetros only for the KRIT, su diccionario de calumnias y alfileres.

Seguidores y buscones, besucones, besuconas,
validos y mártires estajanovistas; el gran poema –el que se conmemora– evita las veredas retorcidas y los colmillos
rígidos del entusiasmo animal, desconfía de la veracidad de las apariciones,
es tan acaparador que condiciona cada gesto autónomo, cada microcosmos lírico
y sus concatenaciones, y encadena profecías causadas a destiempo, reconduce las situaciones
vertidas por la incertidumbre.

Abrid el libro por la página 1.336. Empapaos de la miltrescientostreintaysiete, comentad el apoyo mínimo oscilante,
la variedad caótica y la intromisión volteriana de cada figura, la moralidad intercambiable
condensada en el eco. Faced vuestra crítica. Mil páginas suponen un clásico producto interior bruto,
entrañan una inmisericorde introspección a bulto, dan cuenta del genio de la lámpara,
demuestran un feeling sobrehumano y una condición humana
demasiado real.

Los reales comparecen entre los candidatos al milagro, sujetos óptimos de la milagrería y la prodigiosidad. La mejor de todos
es la dueña del cadillac, gafas de sol, sombrilla y un artista en el asiento de atrás (y el arte hace por fin
su entrada triunfal). Vestigios de color entretejen el Armagedón de bolsillo que sudan las editoriales. Sumad,
pues, hasta alcanzar (a ojo) la página 1.350 y obtendréis la obra más ligera,
que obrarse pudo. Ved cuántos obreros se necesitan para culminar una opción semejante, para calibrar tal alud operativo.

Dentro del verso el poema se muere, vaga inconcluso y se deshace como un copo de nieve,
rodilla en tierra, como Kaepernick, es consciente de la banalidad de su resultado, exige otra justicia inapelable
distinta de los sueños: alza su Babilonia con el resto candente de un infinito número de almas.



lunes, 16 de octubre de 2017

un bungaló con piscina para el gato


Cada minoría étnica comprende su literatura esencial, encierra un corpus dramático de primer orden
(o en el parque así es). En el parque todo son minorías:
está la minoría de qué color, está la minoría que observa su color a través del prisma del café, está la minoría
orgullosa de su historia revolucionaria. Y está la minoría alada de los ángeles.

Tenemos un clavo, pues. Para colgar el cuadro del recuerdo, para hacer frente a la monotonía de la religión. Los libros
ocupan una pared que se extiende por todo el oeste del cielo, todo un sur
bajo la tierra. El autor obra milagros con una tiza y un ramillete de ideas emperradas. En la casa de empeños
pueden adquirirse a buen precio lo mismo una ilusión que una diatriba o una correspondencia epistolar
entre dos museos de carne y hueso, puede obtenerse una reflexión sin genio
o una onda de conocimiento.

Las muchachas han alquilado un bungaló con piscina para el gato. El tejado es a dos aguas
(¡si nunca ha llovido!) y la puerta estilo masía de Miró, es decir, estilo transparente una altra cosa. El arte se difunde, es
difundido por una patrulla aérea de copilotos en trance de no ser, paracaidistas y monaguillos,
labradores, cultos pero en el ostracismo.

Todo arte minoritario sirve para: poner la mesa, servir el café, ondear una bandera más allá de lo estrictamente
necesario. Ahora hay mesas que se ponen solas (¡ponte, mesita!), tazas como tribunales,
pedazos de tela titulares del poder de un dios.

El blues se acuerda de la ficción letra por letra, pero olvida la realidad con pasmosa
eficacia; diáconos a la guitarra eléctrica, espectadores que forman un coro inolvidable. No hace falta enseñar los muslos
para componer un poema conceptual, pero el ombligo es diferente, es otra opción, otro camino
hacia las perfecciones. Un verso delicado, pensado hasta el disparate, reflejo de un comercio sin futuro. El caso
es comportarse en toda la extensión de algún comportamiento positivo.

Rosas que disfrutan de su ángel procedente, procesal y algo promiscuo, experimentan una suerte de cadáver exquisito
sentimental, a cuatro manos padecen y se alegran, a cuatro manos hacen su trabajo.
La rosa es un tesoro (está en el aire), promete tiernos soliloquios, palabras encendidas y sórdidos
abrazos. Firma la paz de los corazones, pero escarba en el humo y solo encuentra tierra bajo la tierra devastada.


sábado, 14 de octubre de 2017

pobre canto


Mahalia está sonando, suave y pura, claramente. No son los altavoces los que esparcen la semilla del soul,
es el boca a boca, que reduce las interferencias. Dicen que el ángel trajo el soul en una cajita de nácar que se abría
como una cajita de música, con su bailarina haciendo su plié. Dicen que unas gotas de arte brotaban del volumen
abierto y que se confundían en líneas biseladas, líneas apátridas, paralelas dispuestas para el ejercicio
de los corazones y su plumón característico invernal; ah, la destreza de la pluma, la crueldad de la madera, el aire
mismo que se anula en medio del estudio y la profanación.

Las muchachas –cómo no, también J_  n_ _ _e, también
esa muchacha vestida de ángel, arrasada por el make-up y las sombras tardías– acuden a la ceremonia, se sitúan
en un balcón deteriorado, una de ellas con un ramo de brisa entre las manos, todas con las manos ocupadas en algo:
bates de béisbol, cestas tejidas por husos mortales, vasos de cristal. Cruces. Los árboles adornan la puertecita
rústica del cielo; se barajan ciertas verdades como templos que no caben en el envés de una hoja, que no caben
en las páginas petrificadas por el arte, ni pueden retocarse en el dorso de una mano de piel color café.

El milagro es un proceso acomplejado, recurrente; un acto de masas; uno no puede pasar de largo de una canonización
pagana, un poco de magia elevándose complaciente hacia el vacío único que todo lo completa, ese poder absurdo pero
notorio, pero espeluznante de las cosas sucias, y su brillo. Dios se ha acostumbrado a las rastas, a la ganja y a la fuerza
simple de la meditación, a los santones y al Ganjes interior que se lleva o no se lleva, cierta purificación infantil.

Rezar es una forma de morir, un anticipo. Los adictos hablan de una muchacha con un vestido blanco, hablan de un circo,
un círculo perfecto inscrito en la bajeza de la noche y sus extraños trueques. El pan que caía del cielo. El pan caía
negro como si llorase, tierno como si fuese besado, como si un mordisco de lluvia hubiese descendido sobre cada perla
y la frontera del mar hubiera martilleado la altura despojándola de nubes y retoños. El parque es una parte íntima
de la divinidad, está escrito en la superficie fértil del espacio, en la tierra que cubre dos metros de lujuria, en el bello
sepulcro que adecenta la clase. Pasear entre piedras y mastines, entre rocas lúgubres y mástiles encantados,
con el viento de cara y la ventisca arrebatándose en un canto majestuoso.

Jordan chequea su belleza prematura, su estandarte; y el espejo musita la rendición adecuada, crea el andamiaje perfecto
para la eternidad. Ahora, toda la belleza es negra, es su esplendor, que caracolea como una bandada de rizos
enjaulados, como una silueta acechada por los lobos de la noche; la dentadura de dios no es más blanca, sus brazos
no son más ondulados, no es más dócil la nívea porcelana de sus labios, siquiera contagiados por el rosicler entumecido de los rayos
solares, el reflejo demasiado profundo de una palabra dada en otro idioma, pronunciada en el idioma equivocado.

La belleza es un canto. Un pobre canto, síntoma de pobreza y deserción, símbolo rotundo. Es tan rocoso el oro,
dorado como en una canción, y tan violento. El amarillo sufre los reveses de la hermosura, se comporta con aflicción en las paredes,
ante el flujo determinado de la paleta artística o el equipo industrial que abrocha el cinturón de las ciudades. La plata grita
que no es de este mundo, el diamante se queja sin motivo de su dureza injusta. Hay un baile interesante, aunque difuso,
al que se entregan las lágrimas: solo mientras se lee. Algunas chicas han vuelto de la guerra antes de cenar,
vienen con hambre de siglos, montañas de hambre en sus entrañas. El olvido es un sentimiento como los demás,
uno que corroe sin pararse en mientes, no se detiene, abarca el éxtasis y la realidad, el deseo y lo que ocurre y no se ve.
Jordan quiere gritar; jura sobre la húmeda piel de un espejismo que no se calmará, frente a una cruz enjoyada de rubíes
afirma su otredad, la forzosa inquietud que sella su procedencia, la familiaridad que la disturba y el remilgo que dicta,
ciegamente, su encanto, que la pone de ejemplo –rosa como fuere– entre las flores que, abandonadas, eligen su victoria.



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