martes, 28 de mayo de 2013

carterista


Algo más fuerte. Pero no en la verdad de la noche:
al amanecer.
Hebras de argentina propiedad y timbre ardido,
números enteros afortunados.

Amanecía igual que amaneció,
gratuitamente. La rubedo escanciaba sus trenzas de metal
sobre el prosaico rosáceo cristal del horizonte.

La horizontal rotó su inclinación pagana,
parió un bisonte en estampida, gordo como un lechón
de imberbe cornamenta.

La noche peligrosa dentada al-arma blanca
reconoció su alcoholismo y devolvió... una esfera...
-arcadas convulsivas, ¡basta!- delicada como un plafón
(que es otra palabra insana).

Algo más fuerte. Una copa de ron. Mosca y cerveza,
dobles parejas contra full; el color de la revancha.
Salía el sol a ver (las ray-ban azul cielo quedan bien dentro de un límite)
una detonación, a escuchar un rumor rojo escarlata.

Un tanto así de sangre
en la batidora de mamá.
Preparando el desayuno: es una manera de sentirse a gusto
sin oraciones ni esfuerzo. El despertador no suena
y el trabajo comienza a parecer de obra.

En la obra, el hombre vocifera fracciones,
escupe partes del cuerpo humano, partes de baja
y de confirmación.

A algunas azoteas desorientadas les pesa la luz.
En el parque, unos críos intercambian bocadillos y tabaco,
un pícaro gorrión le roba la cartera a una paloma.

domingo, 26 de mayo de 2013

verdadero amor

                                                     El amor verdadero ignora la verdad
                                                                                         (Anónimo)


Continúa el escéptico traslado de su mano en busca de la consciente suavidad
que empapa y cerca cada fragante curva, cada simiente delineada por el viento.
Sus ojos claros muerden una moneda arrojada al vacío mientras deciden
la longitud de la mañana, que se nubla ajustándose a su tiempo.

El día romancea y se disuelve, se disemina por el antiguo éter,
asciende a su manera volante por la escala y suena por la escala a su manera
básica. El día tiene la virtud de irritar al sol y de moverse por su cuenta.

En el vergel que fue doble jardín, ardían los planetas. Ahora, en el jardín,
suspiran otras plantas sin cuidado, dejadas al albur de una esperanza tímida.
Su mano franquea posibles obstáculos y, por lo menos, tiende a la fragilidad,
aspira a sumergirse en los peores conceptos en busca
de una respuesta ágil.

El cielo muestra sus indicaciones y la lluvia condescendiente rompe a caer y cae
desconsoladamente, abierta a su materia, ajena al entusiasmo, diríase que acaso
se desprende de una rama, salta a su manera innegociable, brusca y femenina,
enfatizando su forma de caerse, como quien dice para no hacerse daño.

Despacio, la mañana se enciende y luego se derrumba en humaredas y plomo,
trasciende sus pesados algoritmos y desemboca en un marjal de nubes apátridas.
Su mano se introduce en la sombra violando la eternidad del momento,
entona su minuto de caricias, converge en una ovación sostenida
al manto que repite su desplome y escenifica los síntomas de una muerte variable.

El amor es un bálsamo que no tiene que ver con el agua del río,
ni con la frescura de su tacto. La rosa es para no tocarla, el aire para respirar
con temor y desconfianza. Porque el amor sugiere la cancelación del instinto,
la sensación intelectual, el código, el arte que falsea su silueta en la arena.

Su mano explora el dogma en el aura que eriza el vello de la hierba recién pisada,
en el minucioso cetro que emerge de la entraña del roble. Sus ojos negros
rozan la penumbra, forcejean con un nuevo misterio.

Cae la tarde y la lluvia se explica en el tránsito azul de la primera nube.







miércoles, 22 de mayo de 2013

lo inexistente (al sol)


No existe. No basta la metáfora. Es el domingo antes de un día de fiesta.
La vidriera magnífica en la mañana soleada, un instante de fuego, la llama
titulada dios en su zarza mediática, la que sube hasta el monte ya pasada la roca
de los milagros. Es un día de fiesta antes del martes o lo que dice la televisión,
la serie del momento, la actriz universal atacando un monólogo destructivo,
pero hablando de amor: Jessica -ella- hablando del amor que no le han ofrecido
en el guión; Janina, fantaseando su pequeño olfato de jugadora;
Rosario de perfil estresando sus piernas de papel couché.

De paso, hubo tres hadas madrinas que hacían el amor y no cantaban mal.
Las hadas eran tan jóvenes que parecían las hijas de las hadas madrinas
llegando tarde a casa después de un día de fiesta, con la hierba sonriendo en la mirada,
las rodillas montando un prodigioso escándalo y los ojos pintados de sueño y de dolor.

Cuando en otro escenario se hablaba en blanco y negro,
las niñas juguetearon y jugaban a algo diferente que se llamaba de color
y se llenaba de rimas. Cuando aquí glosábamos a los poetas antiguos,
ellas disfrutaban de una meridiana claridad y componían odas bastardas
a sus padres ausentes mientras arrancaban el coche robado con alevosía.
Aquí encallábamos en la guitarra maldita y ellas no se desenganchaban del bajo,
lograban una base de ritmo desquiciante y productiva, los arreglos informales del genio,
la sensación de estar construyendo un futuro en adelante, hacia adelante,
no hacia el pasado remoto y la manida historia de los triunfadores sin brillo.

Mas, no... No existe y es bastante decirlo y corearlo con ganas. La metáfora se atasca,
se rebasa a sí misma y se deplora, no compite, no es capaz de competir
con la realidad de un baile demasiado redondo. Precisamente, se hablaba del amor,
aquella luna pintada de creativo fósforo. Los niños merendaban y luego
se bañaban en el río, lejos de las pozos, sin que se les cortase la sagrada digestión.
El sol se arracimaba y, de pronto, se vestía de novio y reclamaba un espejo.
Así.

Rosario se movía tan despacio que no había una cámara en el mundo,
cocinaba su plato delicado, democrático, pero tenía un soplo pegado al corazón
(que no era cierto, que era solamente un truco para el amor o para inspirar confianza,
para reír de amor y confiar en los domingos que preceden a un día tranquilo sin trabajo
que hacer). Ah, pero las otras dos tenían sus nombres Jessica, Janina, no eran sus nombres.
Eran tres hadas madrinas, tres muchachas de raza que bailaban de carrerilla
y sonaban en francés o en un idioma excelso, en el idioma de la tierra que palpita y cruje,
del epitafio que se menea con soltura. Había una chiquilla en su trabajo, Ildikó, tan bella
y tan distinta como un nuevo destino, casi tan extranjera como un beso (largo) bajo
una sombrilla azul más claro, un beso exótico en una playa atenta al vértigo del mar.

Eran las hadas limpias sabor a chocolate, fresas que eran así humeantes y perfectas,
vestidas para el día siguiente, coleccionables, indivisibles, auténticas sin parecer felices,
propietarias de una ética del cuerpo y una estética libre de tortura. Oh, hermosas
como cisnes conseguidos, clareados, cisnes de cuello alegre y azarosa pluma,
rematando el arte del milenio, dando testimonio y clase, protagonizándose
mejor que las actrices de los días de fiesta y las alfombras carmesíes
con sus trajes plisados al vapor. Chicas fáciles de arrebatar al tiempo,
fáciles de seguir por las calles del barrio; chicas en movimiento fácil,
hermanas en la pureza de sus nombres y en la pureza exacta de su verbo,
lindas, de inmaculadas piernas y sombreros flexibles. Ellas casi idénticas
a la sufrida camarera que acecha su lugar en el teatro, a la esbelta muchacha
que sale de la fábrica a las ocho y busca un compromiso en su agenda vacía,
la tierna prostituta aficionada al crack y las novelas de terror.
Tan distintas de la gravedad sin figura de las amas de casa y sus familias,
tan distintas del héroe moderno y su nostalgia.

Hubo un momento al sol, un momento de sol perdidamente enamorado.
Y nadie lo llamaba soledad.

domingo, 19 de mayo de 2013

¡Liza te llama!


1

Parsimonioso y profético, descenderá de su andamio el maestro albañil,
el pintor olvidará su brocha en el suelo y tomará los pinceles,
el electricista dejará los cables pelados a merced de una corriente salvaje.

En la calle, el mensajero cambiará de rumbo y elegirá una vía
lo suficientemente angosta,
el conductor aparcará su vehículo en la plaza mayor,
el barrendero colgará los auriculares para escupir en el suelo su malestar profundo,
y algún que otro jardinero elocuente se quitará la rosa del ojal

(enjambres peatonales arrancarán semáforos y marquesinas).

En la oficina, los ordenadores no tendrán quien los escriba,
las fotocopiadoras sufrirán los apagones de la monotonía,
permanecerán callados los teléfonos agresivos
y las impresoras quedarán atascadas para siempre.

Hacia el centro comercial, los últimos compradores se lo pensarán dos veces;
dentro, las tiendas lucirán bonitos agujeros en sus puertas de cristal
por los que irrumpirán bandadas de atracadores dinámicos
que llenarán sus mochilas de presuntas alhajas;
todos los cajeros serán automáticos.

Por el contrario, la actividad será febril en las comisarías,
donde hervirán los despóticos cerebros sometidos a presión,
se tensarán las mandíbulas y los músculos presentirán los momentos
críticos de la acción coordinada hacia la estricta violencia.

Pero un sentido ejército de desposeídos, vertiginosa selección ciudadana,
levitará en el círculo de su herejía y progresará despertando la admiración
de los trabajadores, la emoción de los pequeños
y el entusiasmo de los (nuevos) enamorados.
  
2

Aquella voz de entonces...  Aquella voz renacerá más fuerte: el susurro, el verso
que será coraza de los pájaros. Aquel nombre será de nuevo pronunciado
y recorrerá los pueblos a la velocidad del grito, se posará en cada rama
de cada árbol y allí entonará su melodía, su pacífico canto, y su plumaje
será de oro, de neón y flamante colorido, con ribetes de plata y sus nenúfares,
tréboles de cuatro hojas y ninguna, margaritas de fiesta, toros bravos
con sus pezuñas toscas de lunares satélites, gravitando un orgasmo colectivo.
Aquella voz retumbará en los oídos de las hadas y algunas damas élficas
o princesas gitanas, reinas de Israel, retocarán sus peinados de azahar y tumulto,
se pintarán las uñas color carne brillante y ceñirán sus tobillos con pulseras de marfil.
¡Ah!, la recreación del mito en unos ojos azules como sombras, vibrante y no descrita.

La blonda ninfa de cabello azabache, de apenas cien años o veinte primaveras,
tan joven como un roble, tan fuerte como una superstición, aprenderá a coser
con la mirada y ya tendrá su nombre: Liza. A su llamada, acudirán los reyes con presteza,
la nobleza con su séquito coral, su espuma celebrante, su arco iris real de medio punto
y sus ofrendas: cofres eternos, tesoros agobiantes, láminas
de platino finas como tentáculos, garras de águila para volar sin miedo,
aceite de canela, sándalo efervescente, libros apasionantes de un millar de párrafos,
argumentos sin número, letras invencibles, manuales de instinto.
Y llegarán también a su reclamo misterioso, su invocación, su cita,
los maestros albañiles, por fin descabalgados de sus peligrosos andamios,
los pintores y los electricistas desarmados, los mensajeros compulsivos,
conductores atípicos, las mujeres y los hombres necesitados de vocación e impulso,
los menudos ladrones capaces de pasar por el ojo de una aguja,
y los enamorados con su nueva religión salmodiando el enaltecimiento de un beso
lánguido como una película sin lágrimas, lento como una exaltación en plena noche.

3

Se arrastra por el tiempo una pulsión siniestra, uniformada. Cruces y espadas
que engendran potros de tortura, himnos que ahogan los alaridos de dolor y espanto,
falsas banderas que encubren la sangre derramada por los inocentes.

Sin solución de continuidad, un delicado trabajo sucio se aprende en las academias
a sangre y fuego. Otros obreros perpetran el execrable crimen, son testigos del látigo,
se creen superiores a sus padres porque conocen la mecánica del odio,
pues les ha sido revelada una falacia con visos de conciencia.

Ellos no escuchan la novísima forma del estado, sometidos como siguen
a la sinrazón del pecado universal; se sienten seguros bajo la protección autónoma
de sus radicales, sus muros marmóreos sujetos con la masa común del dólar
que todo lo puede, sus armas microscópicas letales dignas de los dioses
del caos, su auténtica maldad destinada al gobierno y la expansión.

Ellos son los que han herido y hieren, los que han matado y matan,
los que han desvalijado, vejado y humillado a través de los siglos,
son los que llamaron a la oración a las madres valientes
y bautizaron a sus hijos con agua estancada; los que nadaron en piscinas doradas
y comieron la carne más jugosa y tierna y bebieron el vino más templado.

4

Al final, el fondo será un quejido de grandioso volumen, una amalgama
de soul revolucionario, la canción más alta jamás lograda.

Y las medallas quemarán el pecho de los generales,
los elegantes nudos de las corbatas asfixiarán a los prebostes
y arderán en sus llamas infernales las fúnebres túnicas del clero.
Nunca sabrán por qué, sordos a la estación de la protesta, ciegos al mes de mayo,
mudos ante la turbulencia injusta de su orden y su jerarquía.

Oh, y Liza, que después de muerta, aun después de muerta y enterrada
y enterrados sus huesos diminutos y perfectos, algunos astillados y rotos,
huesos que sostuvieron la orgullosa frente y perfilaron la deliciosa cruz de la sonrisa,
Liza que después de asesinada por un escuadrón de bestias corruptas
que ultrajaron su cuerpo tan frágil y en él dejaron su huella lujuriosa y cobarde,
al frente de un gentío de honestidad perfecta, frente a una verdadera muchedumbre,
a la cabeza de una fiera legión de personas cabales, de personas reales y animadas
por una sensación de independencia, un espíritu al alcance del tiempo
que planea furioso sobre el devenir de las naciones, al mando de una bandera de historia,
con más de mil cañones en la mano abierta en defensa de un solo jilguero,
ligera y firme, avanzará de pie empuñando su alma generosa y blanca
contra la cúspide del mal y sus gorras de plato y sus risas impías,
y con la solemnidad del viento que agita los espacios, la prudencia del agua
y la humildad que agota la pluma de los poetas felices,
proclamará el nacimiento de una patria sin fronteras.








miércoles, 15 de mayo de 2013

diamante


Era el amor adolescente y cálido, el de los ojos blancos
resueltos en eclipse, remolino, lanzados al vacío de una máscara,
un santuario donde calcular algunas naderías, vaticinar otras
miserias, dedicarse a construir las lágrimas del futuro, el llanto
atroz de una mañana lúcida, de una noche constelada y feliz.

Era el amor un juego de fantasmas lejanos,
deslizantes y rojos como un beso aplicado en arte de carmín;
el beso colorado era al amor como al desierto el agua cavernosa:
una recreación. Bailaban los espectros establecidos en su caravana,
hijos nativos de una nación espolvoreada por el mundo, derramada
en cálices de miedo. El territorio se ponía de lado para recibir
su ración de dolor, su golpe con el filo, su entrada con el bate,
su carrera de sacos.

El amor era entonces el diamante en discordia, casi un ejército enemigo,
ejército invasor detenido por una cordillera de incendios,
casi un pozo infinito de luz, una parte infinita de luz,
cierto estallido luminoso en el brazo de Andrómeda.

Hubo también un caminante con un gran saco de belleza al hombro. Aquel extraño
que apenas repetía sus palabras mágicas pero tampoco conocía el amor.
Débiles muchachas que desaparecieron;
gente que huía en busca de una vida mejor atravesando bosques centenarios,
cruzando ríos sin caudal ni nombre, pedregales de espuma, falsos horizontes.

El amor era alto y parecía un rayo pobre sin el sonido del trueno,
llevaba zapatos de tacón y se marchaba de la mano de una sola maravilla.
(Ah) e irradiaba calor, este calor clamoroso y perfecto, algo rígido para ser dulce,
algo tímido para estar muerto (mas no engañaba a nadie con sus ojos dorados).

La bella musa, que habitaba un palacio con tejas de cartón y columnas de humo
-edificado al (arduo) estilo del gótico carpintero-,
se dejaba caer por el bar de la esquina con su vestido negro
y solía pedir una copa de vino que nunca llegaban a tocar sus labios:
los chicos la miraban encantados por el rabillo del ojo sintiéndose perversos
y luego componían sus poemas más elípticos y audaces.

Entre tanto, el amor recuperaba el tono a fuerza de inventarse un rostro divino,
un cuerpo terminado en nubes de algodón, el cabello salvaje como un potro,
como un barco escorado en plena tempestad arriando a sorbos las velas del deseo,
y el teatro del mundo trasladaba su acción a un cuarto oscuro
en el que dos amantes escribían a ciegas la verdadera historia del universo.

domingo, 12 de mayo de 2013

un arco de conciencia bajo el sol


A Rosario la echaron del trabajo. Un día no encontró dónde sentarse,
            dónde sentirse bien,
siguió la flecha y acabó en la calle. Empezó a caminar
y caminaba pensando en el final.

Rosario no besaba y, al final,
la echaron del trabajo y -sin besar- empezó a desfilar por su camino
pensando en el espacio disponible, pensando en el dinero que debía
y en toda esa oscuridad gigante que avanzaba a su encuentro.

A Rosario (que predijo su nombre) la echaron del trabajo,
y era hermosa;
caminaba por la calle sin besar
y al final eran besos todo el tiempo, eran besos al aire y eran besos
a la gente desconocida y amable.
           
            Dulces labios que obraron su azaroso milagro
            separando las aguas de los mares, separándose en balsas
            del color de la luna bajo el sol.
            Labios nuevos enfrentándose a la tierra,
            caminando de frente a pesar de los besos, a pesar
            del camino tan largo,
            del trabajo que hacer, tan excesivo.

Rosario en este arco de realidad: caminando sin besos en el alma.
Después de otro final idéntico a los últimos finales.
Un beso en la mitad del corazón.
Tan hermosa como un beso en la mitad del corazón
y, al final, un modo de pensar en el futuro, un modo de pensar en el trabajo,
un arco de conciencia bajo el sol, un trabajo de artista
de otro modo
y un final. 




sábado, 11 de mayo de 2013

invencible


Qué tierna... El trueno sostenía la palabra: qué rápida de acentos
alumbraba su vértice nativo, el sosiego inmediato
de su pronunciación. El sensato orfebre retocaba el silencio con esmero
dictaba su encanto de soslayo, afinaba su piano intermitente.
La rumba parecía a punto de estallar, a tono con alguna
definitiva ausencia.

La palabra era un nombre común, de trámite y de oferta,
no llamaba a la acción ni prometía otras realidades, sonaba, simplemente,
básicamente heraldo de una suerte contagiosa de concepto,
mensajera del reflejo inconsciente e insignificante de un movimiento imperceptible,
sonaba como rayan las mentiras el núcleo del sistema,
con la misma confianza en su única fuerza, su pureza canalla,
imbuida de torpeza porque aún no expresaba libertad.

Qué pura se sostenía en el hilo al rojo ardiente, vivo o muerto,
en la lengua viva o muerta que mascullaban los héroes anónimos
al salir del trabajo doliéndoles las manos y a las chicas doliéndoles las manos y los pies,
y a los hombres doliéndoles el corazón en un puño y a las mujeres
llenas de esperanza doliéndoles el cuerpo atareado...

Cuánto dolor a la puerta de la fábrica, en la puerta del colmado, de la maquiladora,
a la puerta cerrada del infierno del trabajo que falta. La palabra era un grito
asesinado a cerrojos, descerrajado en medio de la frente del alma,
como un pecho salvajemente herido para el beso
que reclama y obtiene su materia de amor.

O la palabra que es el nombre del padre y la familia donde puede decirse
de una vez sin adjetivos, donde nadie discute su importancia
pues que llena los platos hasta el borde, multiplica los panes
y allí se reproduce en los estantes de la vieja nevera.

Viene la revuelta programada en los parques, lucen sus mejores galas
las banderas del pueblo, gritan sus mejores palabras los jóvenes airados,
recitan el hondo testamento de los obreros muertos en combate,
la letanía extrema de las bases, como un eco pacífico
e invencible.

Qué nueva y reciente, qué interminable la palabra hecha de historia
y de fidelidad al lenguaje completo de los sueños, lengua de sonidos fáciles
partida en dos para animar al vértigo y llamar a la victoria en un solo quejido.

jueves, 9 de mayo de 2013

las últimas paredes blancas (a Ramón Ataz)


                      Lo que te diferencia, Viento, de otros vientos,
                      es tu forma de contemplarme en este siglo 
                      (Ramón Ataz)


La noche se movía haciendo sombras como un púgil de humo.

Entre cuatro paredes, la vida florecía de costado, 
            llena de moratones

(y ya no había fuentes a la vuelta de la esquina, solo automóviles sin gracia).

El ruido, en su ignorancia, ofrecía una sólida declaración de principios,
las fuentes no brindaban su alegría, su egoísmo,
la glacial hermosura de su aliento.

Conflictos sin resolver que iban dejando un rastro coagulado.
Era la noche la que tapizaba los cuerpos de sangre y de venganza.
Volaban las palabras de mano en mano
y tal vez una mujer pasara a rastras por la inhóspita avenida
con una puñalada en el alma,
un joven tararease un grito desafinado para ahuyentar el silencio.

A la vuelta de la esquina, el rumor de una sonrisa delirante,
las últimas paredes blancas.

La melodía del dolor apenas recortándose a través de una ventana desvaída;
un salto convincente, un paseo por el lado salvaje del destino,
la mirada de un beso que anuncia su implacable promesa
de nostalgia, o de paz.

Otra noche velada a los ojos del tiempo
se cubría de fuego y de miseria, de llanto y de ceniza,
como una mujer fatal.

Y todos los espejos conocían su nombre.


martes, 7 de mayo de 2013

entre sus manos


Rosa, destacaba la rosa,
indicativa,
territorial,
distante,
a mano de la mano temblorosa y real,
rozando con su aroma la crema de los dedos,
la finura radiante cultivada en la piel,
habitada de sol
en el vivo fulgor de las mejillas.

La rosa para ella, la mejor del jardín antes del sueño,
la rosa nuestra del jardín en llamas,
la flor aparecida,
criada por la luna.

En el camino, hacia la senda virgen tenebrosa,
por el camino hondo de la fuente
            -hay que ir a buscarla-.

Se hallará temblando entre sus manos.

En soledad, la rosa alza su voz de armónica,
seduce a la hierba con su tenue esplendor,
basta para crecer un metro a ras de suelo.

Hubo un tiempo en que también se regalaban flores,
y las bellas muchachas lucían
guirnaldas en el pelo.

            Pero ella nació cuando las carreteras invadían los parques
            y tuvo su pequeña infancia cuando los trenes partían de vacío.
            Nadie le regaló una flor aquella noche eterna,
            porque las flores yacían en tumbas perfumadas
            de espaldas a la tierra.

Ella buscaba un trance, entraba en trance (y de la altura
vino a caer un viento que parecía bruma y era como la nieve
en su estructura,
en su dominio etéreo,
se dejaba caer
como si fuera un cáliz caprichosamente construido,
manantial de colores).

Se inclinaba la rosa, afirmativa, sobre el corazón de la doncella,
sobre un colchón de lágrimas vertidas por todos los amantes,
sobre su propia sombra derramada en silencio. 

viernes, 3 de mayo de 2013

sin permiso


Y construyó su casa con un millón de ladrillos y una sensación de orgullo.
Sin permiso.

En el tejado una bandera tricolor,
por el aire una bandera blanca.
Las ventanas a veces tragaluces y a menudo troneras, ventanucos
para atisbar la calle abarrotada de animales sin dueño.

Por la noche, la casa parecía un faro oscurecido
y hasta su puerta se acercaban los marineros rasos a discutir sus notas
de la mar lejana.

Ella, por supuesto, bendecía a los niños,
sanaba a los enfermos
y poseía un singular decoro para restituir la calma al cielo borrascoso.
Disputaba a los ángeles su condición altruista (o su altura);
buena samaritana,
vestía un hábito consagrado al olvido y unas zapatillas air jordan
-distraídas en una tienda del centro-
que convertían su trepidante carrera en una maravilla moderna.


            Y no necesitaba pararrayos, ni paraguas, ni sombrilla, ni un pañuelo:
simplemente, las inclemencias del tiempo evitaban cruzarse en su camino.
Podía pasar por debajo de una escalera y mirarle a los ojos a un gato azabache,
rompía espejos a patadas y derramaba sal como si no esperase
nefastas consecuencias. Pecaba en confianza, con fruición:
nada enturbiaba su santidad presunta,
pues hablaba con dios y de él obtenía su poder curativo,
su verbo extático.

Nunca estaba en casa, salvo cuando alguien llamaba al timbre,
que entonces siempre estaba dispuesta a no contestar
o a pasar la noche en vela charlando mientras durase la hierba.

Desde el primer piso, (se) veía un ancho párrafo de vida,
algo más arriba los ojos alcanzaban las olas del océano infinito
que no podían verse pero sonaban a martillazos de rap.

Una mañana, después de haberle devuelto la voz a un ciego,
hilvanó un discurso irracional (sermoneando)
que fue retransmitido en directo por todos los pájaros carpinteros del lugar.

jueves, 2 de mayo de 2013

sonetos (X)


Bienvenidos a la estupefaciente
composición autónoma y concreta,
al Poema, a la trampa y a la treta,
a la celada turbia, fehaciente.

Un cuarteto, un soneto -más se miente-
bien pensado, entrenado en la secreta
profesión de burlarse del poeta,
del lector y de todo ser viviente.

Primer terceto, la cautela obliga,
no vaya a deslizarse alguna idea
(el Poema es estricto en este asunto).

Para acabar, da igual lo que se diga,
el arte no se funda, se recrea.
Lo digo yo, lo dice el verso. Y punto.

---

Un día la belleza se marchita
y entonces solo el arte la sustenta:
¿qué verso por pasar de los cuarenta
pierde su encanto en la primera cita?

Si el tiempo da vigor, luego lo quita
-por más que la debacle sea lenta-,
pero el eco inmutable de la imprenta
sigue lozano en la palabra escrita.

Es la virtud del arte, su inmanencia,
su poder infernal, su vampirismo,
la gota que de pronto colma el vaso.

El arte como cargo de conciencia
y la belleza como catecismo:
el éxito en la cima del fracaso.

---

Siente tu corazón, deja que hable,
que imponga su virtud a sangre y fuego
y mude el vulnerado silbo en ruego
perfecto de tu pecho invulnerable.

Transcribe, pon acento en lo inefable,
haz del misterio secular un juego,
gana, vuelve a ganar, y pierde luego
la ganancia en un verso imperdonable.

La poesía es más, qué duda cabe,
es una habitación -¿tienes la llave?-
donde se puede hablar sin llevar voz.

Donde el silencio avanza muy despacio
sobre la eterna urdimbre del espacio
y la palabra, en cambio, es muy veloz.

---

Vuelvo al rigor del género maldito,
que en mi persecución se degenera
toda forma poética sincera,
con su realidad y con su mito.

Vuelvo al horrible Olimpo. Me repito
y hago como si no me repitiera.
¡Qué rigurosa accede, qué severa,
la palabra a mi verso del delito!

Desciendo de los padres de la tierra
y no recuerdo más generaciones
que las imprescindibles a mi acento.

Retorno, por la senda del que yerra,
al método infalible y sus prisiones
-que son las de mi propio estancamiento-.

---

Solicitando genio para el drama
-mientras la inspiración llega o no llega-
bajo el arco triunfal de la bodega
o el influjo silvestre de Ketama.

Haciendo acopio de algodón en rama
se suelen escribir versos de pega
(se suele recoger lo que se entrega,
por eso el arte tiene mala fama).

Negociando una estrofa miserable
con la Musa más torpe de la historia
animado de un claro desaliento.

Dando voz a la flor para que hable
de la belleza sin cantar victoria
(y sin contarme siempre el mismo cuento).

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