domingo, 28 de febrero de 2016

en transición


Reflexión: está todo vendido (el arte). Todo comprado al mejor agente literario. Pero eso
era antes. De la revolución. Ahora el arte es popular
o no está en sus cabales. Así que no existe otra forma de acercarse a la forma que rodearla,
dar un rodeo y envainarse los metales, disfrutar de las constelaciones. Ella tiene una sombra en orden
que es una obra de arte y presupuesto: cualquier sombra supera a Velázquez,
intriga más que Rothko con sus límites. Cualquier sombra no. A la sombra del árbol hay un árbol que destaca,
todo flores. En el parque las sombras están de enhorabuena –como de más–, hay
más que de sobra, pero, en cuestión de sombras,
nada como un edificio con sus tabiques y sus credenciales.

Por el edificio en ruinas corretea Gris, brinca tramos de escalera sin peldaños, huecos apodícticos
de los que te caes y no regresas más; huecos con hectómetros cúbicos de realidad
paralela, como los de Alicia. Igual que en el museo,
en misión contemplativa de los esqueletos constructos, doctos materiales esparcidos por el suelo
y esa polvareda tan sobrenatural de los ratones y los cuervos.

Cuadros en las paredes, no. Mejor que eso: ventanales podridos con marcos estelares. Para mirar a las estrellas, un techo
imaginario, transitivo, que deje a los sentidos realizar su trabajo electrizante. Jordan
pinta, dibuja cualquier cosa, un grafiti de ceniza, un bodegón de hambre
atrasada. En la parte gris de la estructura, un habitáculo estrecho como el tocador de la necesidad,
un cuarto poder despavorido. Donde dormir, contar ovejas presumidas y vestirse con ángeles de lana.

Han ido a venderle el arte y era un gramo de polvo blanco como el recuerdo. Mejor un cubo de carbón;
cierta clase de odio escoge a sus víctimas entre los inmortales. La ciudad ha encogido,
en apariencia, las calles se burlan y los teatros han echado el telón;
solo las avenidas resisten, apenas entregadas a su radial monotonía y su horizonte.

Hay un horizonte fúnebre que procesa calamidades con ánimo de tumba, se troncha de la risa. Hoy los chicos
han ido a ver al doctor, no porque estén enfermos, que lo están. La fiesta ha empezado sin nadie,
al estilo Kampf: música de refilón pero sólida como una barbacoa, al peso, hip-hop
cadavérico, estricto Evidence con un punto genial, un santo y seña divertido. Jordan llega
tarde y natural cuando la lluvia surte su efecto desechable; baila por detrás del escenario,
en la tarima desierta que consume la noche, única y necesaria, sola con su mirada de actriz.




sábado, 27 de febrero de 2016

para qué sirve un max m.


Alma máter. Jordan ha robado un abrigo icónico de Max Mara en la fiesta
y le queda bien. Es una gran satisfacción. No habrá en el parque trazas semejantes, artículos
auténticos de tal envergadura. El hecho en sí merece un poema decadente,
una retahíla imperecedera. Hay que ponerse a escribir en el momento difuso,
exacto y diferente al otro en que la soledad retumba como un abecedario en los oídos y lleva la mano a cometer pecados,
picias de la pluma. No hay tinta que valga, ni papel en blanco, pantalla o panorama en blanco,
no existe el blanco sino en los ojos de algún niño dormido.

Los pobres lobos han matado una sombra y se la comen –dice Gris–. El viento
ha entrado en forma y se reparte ahora por todo el extrarradio verificando
nubecillas gordas. Y ella con su abrigo hasta los pies, canela en rama. Siempre hace frío como siempre y los portales
rezuman una densidad empalagosa, un puede ser de cualquier modo.

Subyace la música mientras se planea la obra. Que está en obras todavía, erizada de andamios, emparedada
entre columnas huecas, vallas a medio pintar, algo desorbitada de tanto esperarse con una mano en el bolsillo.

Coches que circulan, pero en ninguno de ellos va el amor. Viajar es cómodo entre dos puntos seguros,
sin preocuparse de lazos familiares, zonas muertas. Guerras en marcha,
las hay, como es habitual; disparos sueltos y carreras, un fusil de repetición tirado en el estanque. Los árboles
no salen de su asombro, no encuentran las palabras, se creen francotiradores.

No es su primer milagro, claro está. Donde había esclavitud prende una libertad radiante,
con ganas de bailar, privilegiada. Albertine muestra su tobillo intacto después de haber saltado: es maravilloso.
El libro se ha vuelto del revés, se ha arrancado las páginas y ha caído
en la mesa puesta a la hora del desayuno. Alma que rectifique su trayectoria solo hay una (se sabe el padrenuestro
pero no lo va a rezar).

Jordan ensordece de tanto mirar el reloj. Está guapa como un espejo; se mira y eclipsa
placas de rutina. En defensa del arte, aduce que ha sido un verso corto,
aunque nadie se lo tome a la ligera. Por la avenida, entonces, pasa un vagabundo estrafalario, de los que canturrean en la iglesia:
lleva un abrigo icónico de Max Mara que no le sienta bien. 




jueves, 25 de febrero de 2016

eternamente


Ella es un alma en su interior. Así camina. Finge caderas, hombros. Su carne es alta,
pura de los pies a la cabeza. Quién no la ha visto entrar en el portal, subir a saltos la escalera,
asomarse a la ventana y sonreír; ellos la ven salir tan tarde vestida de hada buena, toda de negro
como un panal de noche, como una fuente mágica.

En el fondo hay una luz que transmite confianza. Azealia era un ángel vestido de turrón, Janelle
llevaba faldas cortas rojas como el aire de detrás del ocaso y bailaba
con un secreto entre los labios.

Polvo y fulgor. La tierra responde y su lengua es un diamante oscuro;
la naturaleza imita al sueño, por eso no se puede soñar eternamente. Jordan se ha comprometido a obrar un milagro
cada vez; su esencia no se agota en la batalla ni disimula su esfuerzo. Descalza,
recorre un valle de luna y se apodera del viento, mueve los hilos de la lluvia,
desciende un paso roto.

La nueva chica milagro es la de siempre. Difunde una letanía jovial y las mujeres la escuchan
detenidamente. Por fin, se inicia el canje, el intercambio sonoro, su voz
aterriza en la base del cielo, paraliza el eco de las sombras. Ha citado un arco iris de nación desconocida:
la adoran en silencio. Ha convertido los motores en bruma, el asfalto
en una pista de sangre.

Ningún alma a su altura, ninguna en su proyecto. Ningún alma olvidada en el tintero acumulando
siglos de espanto. Un punto de ausencia por el mundo, amaneceres soleados,
vírgenes, deliciosos campos rubios que invitan a una muerte apacible.

Jordan y su corazón que sangra de puntillas, se acerca a la montaña, ya paladea la cumbre
nevosa y última, el demacrado vértigo y la sed
que solo dan los besos prometidos.

lunes, 22 de febrero de 2016

si no hay dios


Hay belleza, pero no es la belleza. Hay amor, pero no es el amor. ¿Dónde están los hombres?
Si la risa ha subido a los cielos por una escalera de lágrimas. Si no hay dios.

Un pie detrás de otro y se abre
espacio; se cumple la tarea. Los árboles dialogan en otra realidad menos cortante. Entre los coches y las almas
la visión es de un verde fugaz, como fundarse una misión entre la hierba.
Esta es la soledad de la mala fortuna, el epicentro del baile. Se conservan las columnas de humo y el hedor,
decaen los sentimientos; existe un atavismo antiguo que reclama
sangre poderosa, su infame tributo. La hermosura pasa de largo ante los ojos del hambre,
la misericordia exige un noble pensamiento.

En el vientre del futuro, ella fuma y sonríe, apoyada la espalda en la pared. Las nubes no la dejan
ver el bosque de pétalos que se extiende, anómalo, en todas direcciones. Persiste la niebla
como una sinrazón de la naturaleza. Jordan dice: ahora, vamos a ver este amor. Veamos este amor cuánto ha besado,
adormecido sobre un colchón de desmemoria, recién inscrito en un libro permanente.

Ciertas esperanzas requieren firmes desencuentros, turbias apariciones. El amor ha ofrecido
su protección hasta la mecha del cambio. Cuando empezó a llover y luego la nieve trenzó su alegría en los tejados
y no cejaba en su estridencia. Más que el frío, fue la luna que se empeñaba en un triste desatino,
esa blancura cauterizada, también estoica, esa procacidad de las mareas.

Fuera, en el parque, la vida sigue reanimándose. Lo que se traduce en una elíptica descendente o un subterráneo
emocional. Calles, en su sitio, dirigidas; números clavados como herejes,
viejos ascensores, neutros hijos de la NASA. Estrellas hubo que aceptaron mal la reprimenda. Ángeles hubo
que adquirieron sus armas de Jedi en unos grandes almacenes
y cayeron de bruces en la prosa.

Jordan hace llover como un dron bien afinado. Su poema sepulta
confidencias, abre la casa de los espejos. Qué voz innecesaria si no existe el aire puro
sino en los pasos secos del recuerdo. La violencia del aire y el eco de un dolor impenitente. Dicen que ha vuelto el fuego,
pero no de la luz.



Raining Ghosts
© A L E X • H U T C H I N S O N

viernes, 19 de febrero de 2016

domingo tan feliz


En el espacio está la llave. Menos es más. El vacío es un ente acogedor, invencible vacío. Caminar por la calle
desolada y sentir el asfalto, la mirada del aire; irrumpir en la plaza
como en una sorda esfera y comunicarse, representar
el extravío, irse de la soledad a buen paso: hacia el comienzo.

Estaba sola en la plaza –Jordan– en su mundo a su estilo; fumaba con languidez elemental,
que es lo mismo que decir con delicioso aspaviento, elevación. Los pájaros miedosos se posaban
sobre su corazón de alondra y un arco iris flotaba en la rendija de sus labios. ¡Qué humo de profesión!
¡Qué frase! Lanzaba por la boca un verso anónimo:

             El Arca vacío su entraña nebulosa
             descargó sus mensajes en la playa violeta
             la tierra acoge la felicidad del trabajo
             se cubre con un lento regocijo de faisanes

Mientras, en el teatro, oscilaban las luces entre la fantasía y el éxodo. La bailarina
sudaba su talento; cuánta angustia prendida de su acabado giro, de cada pirueta, cada verbo. Acústica furiosa,
la cúpula anhelaba el escrutinio de unas alas capaces.
Los ángeles deben arbitrar un estado litúrgico, literario en el peor sentido, han de inclinarse
ante la risa del pueblo.

Jordan era feliz cada domingo. Jordan –que era feliz hasta el domingo–
sabía que todo alcanza su abrupto final. La imperfección condiciona el ánimo, se arregla y reclama su forma. Cualquier
clase de sueño conduce a la desesperación. Altamente recomendable es la impavidez
que conserva su encanto disponible incluso en el sabbath. Cuando se entromete el cuerpo impuro en la revelación
y el amor discurre la manera de desinventarse, de desaparecer dentro de un globo de salvaje colorido.

Ha reclamado el arte su presencia y ella no puede negarse a renovar
la sombra fugaz del exorcismo. Hay un experimento en marcha que pretende lograr la transmutación sin una gota de sangre;
su nombre en letras de oro, hexágonos dorados. Aquella marchita poesía que recitara el maestro
era otro símbolo y señalaba claramente la senda del fracaso.
Llegado el día, la belleza concitará su tornado glorioso.
No hay duda. Y tintinearán las alhajas de entonces con estrépito de estrellas
como si fuera el cielo a desgajarse de la noche y el arrullo del tiempo estuviera repleto de locura.




miércoles, 17 de febrero de 2016

una palabra larga de verdad


Suave voz. 1 palabra para la acción. 1 palabra infinita. Que no puede oírse; no mires atrás. Las columnas
han resistido el número del fuego, no como el murmullo de las aves. Familias
enteras en la diáspora, en camino con lo puesto, joyas antiguas y un poco de dolor, porque el dolor
ocupa demasiado sitio en la conciencia, todo no se puede llevar.

El recuerdo es para una palabra mágica que no acaba de significarse. Delata pero no llama a nadie por su nombre,
llama pero no quema. Ahora la sangre se ha abaratado tanto como el agua y la sed
(y los niños libran débiles batallas junto a la rampa).

Dejad a los niños que se mueran de miedo
a la luz de la hoguera. El monstruo separa las piernas antes de gritar, busca la timidez de la hierba bajo su bota de acero.
Príncipe del disimulo, su ética cuelga de un árbol, su belleza horroriza al arte
porque aplasta la verdad. Hay un término asiduo, reducto
de la cordura; allí las armas no se fortalecen ni las manos oprimen, la soga es un bonito foulard.

El hedor despabila. Hace un maravilloso ocaso en la frontera. Caronte ha despertado y balbucea su cargante
letanía, se parece a los ángeles –visto desde el cielo. Un millón de estrellas
refulge bajo tierra, es un jurado especial.

No existe palabra en la lengua de la noche para describir el fúnebre talento, la sagacidad, la virtualidad
y el vórtice en que convergieron las almas, ¡almas geniales!, el rincón del odio sembrado de materia gris, ese horóscopo
trucado. Almas llenas de significado, hartas como perros gordos saciados de carne.
Ellos, los creyentes, con las piernas abiertas sobre la fosa común;
ellos sobre el común de los mortales. Ebrios e inmóviles.

La voz serpentea por debajo del aire, no se apaga, ¡es un emblema!; es el futuro
saltando del vagón de Kateřina, frotándose las manos manchadas de distancia. Es la forma del mal,
toda esa forma crucificada viva. Un lenguaje exaltado
que será prohibido por la naturaleza, desatado del poste y arrojado al combate, desnudo y horrible;
y en su eco escupirán los muertos, su cadáver soñará a la intemperie. Su espíritu
honrará la perfecta contención del infierno.



Branik Station, Prague, Czechoslovakia. 1992
©Michael Kenna

lunes, 15 de febrero de 2016

la claridad del día de mañana


Este cielo braseado de la tarde
que todo lo adelgaza. Los pájaros meditan su retirada, levantan planos, fáciles intersecciones. Una valla de piedra
se extiende hasta el confín, vista de cerca no es tan romántica, lleva
tierra, barro industrial, una maraña de insectos. Se abate el tiempo a sorbos de púrpura
vertiginoso; lo hace sobre la luz, tan inocente, presa en su digna gravedad.

Verde es el sol. Antes de nacer, la luz retoca su peinado, ¡qué turbación! El parque
abotonado, anexionado al peso de la noche, su paso romántico. La totalidad se esconde en una palabra
desierta. El lenguaje se adorna con poemas de plomo. También se cenaba en las casas
partidas por el rayo, aquellos simples barracones.

Ella –nube– ha  preferido un ángel. Las manos se le desposeían, se le despoblaban, los ojos
eran víctimas del sábado. Hoy toca hacer la compra donde no quiere ir;
ruinas que pulsan su interruptor perdido, se ceban en la sed. Allí escriben los doctores el nombre de los barcos,
viajan sin compartir. En el cuarto de estar, una niña deduce su reflejo, pleitea con su pálida hermosura
y todos idealizan su moldeable silueta ungidos de maternidad.

Armas cortas para defender el territorio, bloquear el aire en su búnker de paja. Ahora que los autos pertenecen
a la historia y la electricidad estorba como una estalactita. Junto a la hoguera los extranjeros cuentan
partes oscuras de la felicidad que había, cuando el fondo era una música gigante
y los versos arreciaban en nombre de la lluvia.

Básico y por la espalda, a la puerta del contenedor en busca de otra maravilla estropeada. Jordan ha salido
sin bases ni color, solo acompañada de un aliento cortante, el silbido sujeto
al centro de la fosa, su desproporción. Es tan bella hasta que lo demuestra y las miradas se dejan de buenas intenciones;
será que sus tatuajes bordan un minúsculo fracaso, que su cabello
estrena la claridad del día de mañana. El parque es un control para mirar atrás sin ver
de dónde viene tanta y tanta sombra.







sábado, 13 de febrero de 2016

fumata blanca


Jordan amanece en cada página. El poeta reproduce un seísmo cultural,
ha conseguido un mundo que le cabe en la cabeza. Un mundo subastado, perfecto y económico. Es literal esa economía
descriptiva que se le ha comido la lengua el gato. En los márgenes es donde se escriben
los mejores conciertos, las escenas más apremiantes. Al pie de cada página,
un vegetal indica su procedencia umbrosa y casi ártica. El mundo se empieza por los pies del hemisferio,
acaba hecho un flan.

Motores que se confunden. En el cuarto piso la ventana permanece abierta
a la desilusión general, el caos ocupante. Nada de balcones, macetas a punto de caer, pinos altos para bajar
la basura sin salir de casa. Por la ventana siempre sale humo: fumata negra. Los chicos tiran
piedrecitas, ensayan serenatas como si hubiese un río por ahí.

En casa del poeta cunde la desesperación: la música en el aire. El aire tiene planes
para la noche, para la cena, ha quedado para cenar en un callejón oscuro. Es una convicción que aturde, desequilibra,
hace pensar en un goteo de fármacos, un gotero enchufado y la morfina
difundiendo su poema triste –alma en ristre, sin rencor. La morfina pretende ser heroica, se contradice
y descansa, charla y se acuesta, yace
en el diván de la fábrica, anticipándose a las evidencias.

A todo esto, Jordan ha leído un poema inicial bastante ansible. Algo del amor universal por el género humano,
sus pasiones; la sordidez puesta en solfa de mala manera, sin un tropo de entusiasmo, en un intento grosero pero no sórdido,
ajeno a la elegancia astrosa del primer peregrino del día.

Se suceden personajes a todo volumen. Es como tener una misión artística y ser incapaz
de considerar las apariencias, de mostrarse unívoco a través del canal. La red ha dejado de hamacar los sueños,
ahora funde cristales y no perdona una revelación. Lo que se sabe es que existe un campo
elástico que incluye diferentes fases, estratos reales donde:
en uno se fumiga, en otro llueven las rocas del baile.

Esta es la balada. Un parque sin sentido que no aparece en el mundo, solo en el poema,
he aquí la siguiente confesión del chico descarriado; es como estarse en un desierto sin matices, volviendo al polvo
y con los zapatos manchados de necesidad.




jueves, 11 de febrero de 2016

en medio de la belleza del mundo


No es en medio de la plaza, es en medio del parque, donde está todo el mundo. La maceta,
la rosa. Nada normal en medio del parque, que es como decir
en mitad del poema. Los ojos clavados en un punto vacío. La cruz señala
un sitio vacío: donde está la rosa.

Fanática de las rosas, las entiende. Nunca-jamás ha vendido una, las quiere para sí, para su casa,
para el mueble de la habitación. En su habitación, la rosa agradece el trato,
suelta un párrafo y se hunde. Unidos a la rosa quedan el humo y la reacción. Al negar
la flor, la voz se muestra más tranquila, satisfecha de su propia autonomía. Sin jardín, la vida resulta más animada
y peculiar, más comprensiva.

La compasión es un paso decisivo hacia el amor, es un paso animal, a cuatro patas, un galope tendido
hacia alguna frontera. La compasión se escurre, se esconde,
se ahorca de un castaño delicioso. En esta región del parque los árboles moderan su estatura, sin dobleces;
florecen como perlas. Es el viento que navega durante el crudo abril esparciendo el frío por los bancos, las estatuas,
este viento vertical y húmedo que sobreviene como un alud de pánico.

En medio de la plaza está el ciprés (tan estresado). Debería contar con un cordón
sanitario, una protección adecuada a su delirio estético. Acaso bajo tierra haya una plaza con su fuente, caños y personas,
surtidores empíricos cuerpo a cuerpo besándose en la noche. A la noche no le importa
cuánto de verdad haya en el mundo; igual practica
–prácticamente igual– su ministerio, su fardo de tinieblas disgregado entre senderos y anillos de circunvalación; hubo, pues,
rotunda, una mirada desde los balcones, un espacio circular dado, más profundo
que el aire que se arremolina y desciende.

A diario, ella presiente una reconciliación, máxime cuando el jilguero juega con las abejas a los asteriscos.
Los autos pasan entonces por fuera del sueño martilleando su ausencia. Y el silencio
promete. Por suerte, la rosa siempre se ha perdido la canción. En el momento
justo tiene que caer sobre su belleza el peso aproximado de una historia real.




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