domingo, 28 de septiembre de 2014

la nube de algodón extraordinaria


Con un pequeño sol es suficiente. Las palabras se suceden sin adornos. Se entienden si tienen algo que decir.
Existen libros en los que nada es lo que parece y ni el amor confía en el amor. Son libros únicos de tapas gastadas,
biblias de andar por casa, literatura de hotel.

El poeta vino a sostener una opinión contraria al estilo. El uso dominante comandaba sus acciones con falsa autoridad.
Se trataba de un estilo disuasorio que vaciaba el cargador sobre las sombras, tan cinematográfico.
En el libro, el amor estaba harto: demasiada belleza para ser cierta (y sin embargo...).
La luminosidad aletargada de un segundo de alegría bastaba para desengrasar su mecanismo,
¡qué autonomía! Querer, querer, querer... Un quiero y no puedo permanente, la sensación de un esplendor invernal.

De otro lado, la novela del amor que nadie había escrito aún pero ahí estaba, larga y descollante.
Destacaba por su silencio, su lectura piadosa y restringida a un escaso grupo de pioneros, gente del argot,
gente sin clase. El poeta compartía habitación con un buen salvaje de nombre inapropiado, desconocido extranjero,
ser invisible. ¡Qué conversaciones a la luz de la verdad! La realidad fruncía el ceño ensimismada ante el vaivén,
el devenir de los acontecimientos que sin ninguna sutileza depauperaban la respiración del tiempo.

Salía entonces a relucir la inocencia con todas sus debilidades y sus normas. Llegaba la muchacha de cabello imaginario,
no sangrante al modo que refiere Mo Yan, sino rebelde, pero vivo y verdaderamente oscuro. ¡Atended!
Pues era vuestra hermana querida, feliz como una niña en el parque de atracciones, con su nube de algodón de azúcar
color rosa pálido que te deja la boca pegajosa y feliz.

El poeta solía despertar de madrugada, de súbito, bañado en sudor y explicaciones (y un poema pintado en la pared).
Resultado de su acción hipnótica, subrepticia, los versos vacilaban inconstantes y ofrecían un porcentaje
bajísimo de revelaciones, se las apañaban con obvios pasajes bien poco proféticos, poco o nada indiciarios,
sesgados a través de su desdeñosa semántica. Una retahíla de ciencias sociales inspiradas en la demagogia del trabajo.

Ella procedía de una casa justo en los arrabales del esfuerzo. Siempre escuchó la poesía
firme del martillo en el yunque, defendió la sobriedad del alma que padece privaciones y asaltos
y resiste como un castillo en llamas. Aprendió a sonreír en el extremo arisco de la rabia, a perdonar, en las mazmorras
de un estado sin espíritu. Solo ahora posee un hogar de palabras donde expresar su corazón extraordinario.



sábado, 27 de septiembre de 2014

por el camino de K

je suis la plume de mon àme
(Keny Arkana)
      

En lugar del poema, se trata de escribir la poesía. De domarla para que no se pierda entre algodones
ni trafique con la angustia. El poema siempre va a decir je t'aime, es su prioridad, su obligación, su marca; la poesía,
sin embargo, es solo caminar, ponerse en marcha. La poesía es K con un pañuelo en el pelo, otra vida en los ojos,
es una voz que se enamora del aire, como una voz al sur que brota de un pecho gigante. Las ramas de los árboles
se mecen y es que hay un viento del sur, un viento que desplaza soledades y musita su aroma de victoria.

La soledad susurra al oído del viento su manera de hacer frente al paso de las horas, su manera de contestar al tiempo.
Esto es la soledad: un poema escrito en un minuto con las palabras justas que nadie quiere oír, sin amor
que lo ponga en evidencia, sin señuelos líricos, es un rapto de pánico que se sustancia en un instante posible;
se supone que el poema es un frente de lluvia que te cala hasta el tuétano. Da rabia pensar en el amor y no poder
soltarle la correa para que corra libre como un perro callejero.

Están la soledad, la poesía y el pánico, pero falta el dolor. Gran cuarteto espeluznante. Primoroso, aristado,
una habitación cuyos balcones se asoman a un ayer que nunca fue tan feliz. K, por ejemplo, es una muchacha
preciosa, francesa, su lengua es como un fetiche intacto, un peluche divino, habla en el idioma de los ángeles perversos
(los más bellos), casi como una mujer africana. El poema, por tanto, ha de decir la verdad acerca de todas las cosas
que se calla, y es factible: para eso está la poesía.

Ella te mira con sus ojos espaciales y aparte de ti no hay nadie, es una habitación vacía, estás en medio del campo
viendo pasar el río grande, en la cima de una montaña dorada por el sol, entre la nieve y el cielo manifestando
un gusto excéntrico por los colores puros y su facilidad para la melancolía.  Así, en un silencio formidable,
se gestan los amores excesivos. La felicidad tiene que ver con el deseo de no ser perturbado en el momento exacto
en que la luz incide con eficacia sobre la púrpura de un beso nunca escrito, esa es la única verdad
que tienen por derecho los poetas, su único mérito de cara al corazón del arte.

K parece que quiere venir al encuentro de este verso que no le dice nada, de otro verso que diga lo que diga
(cuando ya se ha decidido, cuando va a fingir je t'aime y resulta que es tarde todavía).

Quizás la eternidad salga de la mano de un gran gato alegórico para instaurar sus certezas. Venga con una canción
romántica en francés (qué extravagancia). El poema se detiene. Keny siente una misión de palabras pequeñas
surcándole la patria, un sentimiento que invade su ternura,
la coge de la mano y no la suelta hasta el final dichoso del camino.




jueves, 25 de septiembre de 2014

en realidad


Azul. El cielo, más azul que el gris, parecía pensado para ella, para ponerle un marco inexpugnable a sus ojos
grandes como una plaza nueva, blancos como un fuego invisible.
En el parque, que era un campo sin límites, la vista se perdía y a su regreso inventaba horizontes,
reventaba líneas paralelas a la superficie de los mares
y salvaba vallados agresivos con un leve trasteo. El parque en medio de la ciudad contaminada en su gloria,
atormentada por la sed del mediodía, revendida al asfalto por un puñado de humo.

Una sombra que gasta inútilmente: he ahí el hombre, el ciudadano. Ella circulaba sin gastar
o sin parar en gastos: la sonrisa pegada a la nariz, oculta bajo un rombo acústico (pues lo material no es de su incumbencia).
La sonrisa en su hamaca sesteando la noche que no acaba de librarse del calor. Y detrás de la boca
una fertilidad de dientes blancos incisivos y regios para comunicar la infinita dulzura de su pecho, que hay un corazón
acelerándose, vivo de tanto amar, grave propietario de un latido exigente, un corazón sentimental
al rojo vivo de sangre y de salud.

No hace falta adentrarse en la hierba para leer el futuro o demostrar compasión por el género humano.
El amor es un arte que parece que sangra, da esa impresión. 

Sería justo proteger su inocencia con un millón de brazos;
que pudiera entregarse a la meditación que concierne a los espíritus radiantes,
concentrarse en un punto del dolor del planeta, alzar la voz para llamar a filas a los ángeles del pueblo.

Nada de soledad; una asamblea de nubes, una conmoción de pájaros. Su nombre escrito en la pared siempre a la luz,
este nombre de flor inapelable, nombre para empezar un verso o terminar una oración humanitaria dirigida a la patria en el exilio.

Azul. La primavera iba tejiendo espacio pensando en su mirada. Ella filosofaba, crecía como un árbol,
se anunciaba con un palmo de actitud: la honestidad que se funda en la inocencia. En el parque, el poeta conversaba
con las hojas caídas como seres alados, descendía otro peldaño de su abismo inconsciente; tenía tanta música dentro
que adoraba el silencio, apenas un preámbulo de otra melodía. La verdad se le mostraba a veces
en todo su monstruoso esplendor, espantosamente bella. En su interior, el parque racionaba la tensión
del aire, se agrietaba, grisáceo y terminal, emitía su onda combativa. Ella pasaba en su carruaje de hada
y él imaginaba su cabellera morena abrigando los ojos, sus labios abocados a una lengua maravillosa,
y besaba su mano idéntica a la carne, pero su mano era una sombra en el espejo, 
la propia del beso derribado.

Ni el amor era el amor, siquiera era la sombra de una duda. Era solo un poco de amor, todo el amor, 
y era bastante.




martes, 23 de septiembre de 2014

un beso para ser


Un beso para ver el mundo de otra forma, de otro lado, al otro lado del fuego, donde las palabras no queman.
Un beso en el centro probable de su alma, un beso estático, egocéntrico, uno de buenas noches para empezar el día.
Para empezar soñando.

Este es un amor sin intenciones, siquiera ambiciona una tristeza distinta, un acto de coraje
ofrecido a otra vida, una palabra en el lenguaje exacto de los corazones, una palabra limpia
que perfume los labios al soñarla y se pronuncie despacio en el silencio de las nubes, que caiga como  la lluvia
empapándolo todo de su esencia.

No hay futuro para un amor así, que se aferra a la raíz del pecho con tal de no asaltar la voz,
que se abandona lejos de la luz del alba, a la mayor distancia de la belleza esculpida en la lejanía del tiempo.

Hay una voz que canta en su lengua privada, delicada. Una voz que ha sufrido y es, por cierto, hermosa y delicada.
Hermosa como un beso a la entrada del parque, hermosa como un cuadro de Alex Katz,
como el recuerdo de un sueño indecible. Ella que no merece el engaño ni la rabia de este fatigoso escenario,
sino un infinito manto de estrellas sobre el pelo y una mirada llena de cariño en el blanco de los ojos.

Ella con su nombre pequeño y dulce, tan completo, casi el nombre de una estrella:
una que no haya parado de brillar desde el principio. Junto al río viendo pasar la vida con los pájaros,
perla de inmaculada mente. Hay un silencio interior para la música que se abalanza sobre un corazón en llamas.
Tan preciosa, su esfera de pensamiento avanzando entre la ruina de las ideas del siglo, delante del amor.

Ah, del amor en llamas, en su sonrisa, dividido en dos labios que se besan. Demasiado calor al fin,
demasiada luz para que crezca el verso de la tierra, el sentimiento que invade las conciencias como un Napoleón empecinado.
Se habla de un sentimiento poderoso que atraviesa océanos, cuánto más cordilleras urgentes, anchos deltas.
Un sentimiento capaz de revocar el mito y hacerle frente a dios con un ramo de flores, con un libro.

Sería justo amarla con la fuerza del viento solo para que viera el mundo de otra forma.
Sería justo cambiar el mundo solo para ella.




domingo, 21 de septiembre de 2014

ideológica


Hacia una pequeña victoria, una pequeña bandera.

El poeta que fue comunista abre los ojos al amor. Quiere un leninismo sin Lenin y sin las ideas de Lenin,
otro marxismo sin Marx. Lee a Grossman y a Carrère, dos formas de resistencia.
De Carrère le disgustan las generalizaciones del turista accidental. Grossman le convence por completo.

Creer en el amor en estos tiempos de rabia y desconcierto es una escapatoria. El amor no se presenta
con una sonrisa, no llama a la puerta con los brazos abiertos (no sabe besar). El poeta escribe en un idioma sin besos.
Los besos lo ponen todo perdido, tan húmedos e irrepetibles. El verso es una parcela de secano
donde el sol arrecia, aunque puede llover. El Arte, sin embargo, admite el viento ártico, otro clima, una serenidad
por encima de las inclemencias del tiempo o sus favores. El verso es un producto ecuatorial...
A veces es la cabina del ascensor cuando se va la luz y se ha parado entre dos pisos altos. O puede ser el campo
que sube a la montaña salpicado de justas margaritas, porticado de nubes. 

El poeta cree que el amor está en la música más linda.

Keny ha conseguido una música perfecta para sus labios tímidos, una muestra de su regular filantropía.
Ha puesto color entre su nombre y el mundo. La distancia es un arroyo, un arrullo que se ha de salvar sin egoísmo,
con valentía y, a ser posible, con delicadeza. El salto es pura coincidencia, pura mecha de la libertad: una ilusión
fuera de serie. Pero hay que saltar.

Algunos pontifican desde todos los ángulos, elevan un hormiguero de ideas salteadas.
Se sabe que la coherencia es una enfermedad mental, el ser humano es hijo de la contradicción, no obstante,
se precisa sensatez para resultar atractivo, una cierta constancia en la utopía es necesaria hoy.

Si han fracasado los dioses, hoy el mundo necesita instrucción y cultura: Ideología.
La compasión se merece un puesto en los altares. El amor es ideología de primera mano, asequible y constante.
El Arte, que es un arma contra la ignorancia, debe ser un arma contra la pobreza. Cuando Keny toma la palabra
se hace la luz en los corazones, vuelan los ángeles hasta su espacio literario, los apóstoles hacen promesas de rehabilitación
y los profetas reconocen su intuición fantástica y revisitan sus películas de culto con la mente abierta a la realidad.

Se hace la luz y el aire vibra, ella vibra, su pañuelo de colores amanece como un relámpago de agosto,
un aroma vernal se introduce en las casas y los trabajadores consienten su tarea bajo una nueva perspectiva,
marchan a otro ritmo camino de la fábrica. Los automóviles pueden morir de éxito. Los versos pueden aprenderse
como himnos y recitarse en silencio. El socialismo no tiene razón, tiene razón el alma inocente que no posee
ni una piedra, ni una sola cosa, que siempre es la más bella y solo aspira a la misericordia.

Ella es tan hermosa y tan real que muestra la verdad en el mágico espejo de su alma.






sábado, 20 de septiembre de 2014

Keny en su lugar


Grandes Rapsodas procuraron conquistar su dulzura.
Imaginaron versos ideales, completos tratados sobre la tristeza de sus párpados. Conspiraron. Sabían el oficio,
usaban un lenguaje abocado a la gloria, un surtido de metáforas francas alineadas esperando su turno:
en fila las perfectas descripciones de unos ojos, la foto-finish de una boca profética. Sus palabras
acertaban con la distribución del acento, radiaban rimas infrecuentes, rompían los esquemas del estilo
con osada autoría. Eran, por tanto, tremendos mercenarios de la lírica, dramaturgos en estado puro;
¡ah!, humildes arribistas aficionados al cine en versión original. Eran artistas tan rodeados de arte
como arañas de museo, su vida era la rutina de una sala del Prado, un pasillo interminable del Hermitage sin nombre.

Ella -que hacía oídos sordos- se concentraba en su manera de sentir la melodía del mundo,
en su talento para distinguir la traza del amor. El amor aparecía con su efigie destruida de edificio después de la batalla
y ella en un suspiro colocaba la primera piedra, enfatizaba una nota suficiente que producía orden
y concierto. Frotaba su lámpara maravillosa y miraba hacia el Sur mientras las vigas adoptaban su postura resignada,
las baldosas crecían como en una colmena y los pilares apuntaban al cielo con amplia simetría. Silbaba y un clásico
comenzaba a sonar en el local abigarrado, el café cósmico donde los verdaderos artistas loaban la frescura del mito
y guardaban silencio los niños animosos, con sus madres pendientes del aroma ritual en un acto de fe.

Sobrecogerse era un modo de entender la música o hacerle coro al rumor de la conciencia. Keny derramaba entonces
una sola lágrima en el papel sin tacha y perdonaba el pecado de la luz que reprimía su encanto,
sofocaba apenas la tersura de sus labios; era una lágrima como una gota de sangre, distinta del sollozo
que encoge el corazón, una gota de sombra que atesoraba espacio, el universo entero de su voz transparente.

Tomaba forma el eco y golpeaba el pecho de los hombres, que solo sentían un cierto abatimiento
antes de rendirse al olvido; el eco transitaba las calles y tomaba las curvas a la velocidad de un sueño en el vacío,
con la aceleración de un meteoro que ha perforado la atmósfera y se entrega a una muerte chispeante. Ella cantaba
en su lengua bonita y latía en sus ojos un fulgor persistente parecido al deseo. Su voz se remontaba,
se internaba en los hogares tristes sin llamar a la puerta.

En casa del poeta el verso concebía su destino, letra tras letra, en el aire incendiado de esperanza.
El poeta escribía en el espejo, recordaba fragmentos del futuro
y construía el refugio de su alma. Desmontaba los besos en perlas de lenguaje para ella
que de pronto escuchaba el sonido del agua en los cristales, el metro que ceñía su ternura,
que, en la hondura del verso ensimismada, podía declinar una invitación a la prudencia, desvelar el dulce secreto de su frente,
ponerse un vestido estampado de flores y hasta soltarse el pelo y confesarse en toda su repentina belleza.





miércoles, 17 de septiembre de 2014

y a la vez el amor


Un jilguero. Su mascota de pronto es un sencillo y precioso pájaro libre;
ella forja su relato con la vida, sombras que la reconocen, se muestran dóciles en su presencia.
El jilguero canta y revolotea como todos sus hermanos, pero se posa en su hombro y mueve la cabecita hermosa
de un lado a otro picoteando su alegría. Oh, ella puede tener una mascota, un pajarillo puede confiar
sin duda en su humilde corazón.

                (La revolución ha de esperar, debe esperarla por una eternidad cada segundo.)

Una chica tan dulce tiene derecho a guarecerse, no a sentirse segura
(ese no es el concepto): tiene derecho a ocupar su lugar en el mundo, y fuera de él.

Su lugar en el mundo es una canción -acaso- un rimero de canciones que enamoran o enardecen, cambian,
se muestran inflexibles en su dureza y su rabia, ondean sus banderas a conciencia; letras que prestan testimonio,
e impresionan con su lealtad. Pero su lugar fuera del centro de la escena es un lugar más oscuro que el Arte.
Dentro del Arte es decir mucho más allá, lejos del fondo donde la crítica se obstina, en un lugar remoto que es el verso.

El verso como refugio y problema no resuelto, Área 51 de la literatura. Más recóndito aún que la casa de hojas
con su pasillo donde no debería encontrarse y su completa extensión que no se encuentra.
Más extraño que el faro encastillado en el Área X, el túnel o el abismo orgánico
al que Southern Reach envía sus hipnóticas expediciones.

Porque el verso es el búnker fuera de foco y fuera de sospecha.
En las canciones, ella permanece allí de pie, permanece y no puede ser ella misma porque es la artista que todos admiran,
está completamente dentro de su voz y su presencia. Pero en el verso, en este verso escrito por nadie,
por alguien que no existe, ella no necesita la utopía, ni apelar a otra belleza distinta de la suya irresistible,
tampoco recrearse en los perversos escenarios distópicos de Unthank
o en los pasajes de pesadilla donde Alicia Donadio renunciara a su febril naturaleza.

No precisa contar con un género humano diezmado y perseguido.

En el verso, ella puede salir de  trabajar a las ocho de la tarde y a la vez
pasear por el parque y sentarse en un banco a leer una novela de Edward Bunker y a la vez
encender un cigarrillo y aspirar el humo mientras escucha un rap electrizante y a la vez
recorrer la avenida despertando pasiones inocentes en los blancos corazones y a la vez
estar triste como una Luna grande sobre el cielo y a la vez 
cantar en tanto silencio como solamente pudiera desear su alma.




lunes, 15 de septiembre de 2014

verso blanco


Silban las balas líricas. Se ha desatado una epidemia de amor que alcanza
las barriadas, los barrios lindos, las alamedas, los trozos de pradera trasplantados al horno ciudadano,
el césped ceniciento que acaricia las últimas colonias de la urbe. Nada más que polvo guarda este sentimiento
entre las manos. Así se enfrenta contra las placas sucias, ordinarias, contra los cables de las hordas negras,
sus cascos, sus disparos al aire que ejecutan pobres, sus palabras cordiales que astillan y desmenuzan cráneos,
rompen huesos como buitres, hienas impensables.

Todo son banderas blancas rodeadas de besos. La melodía de este gran espacio borda su ruptura,
se desgaja lentamente del tronco cultural que boquea fuera de su línea de fuego, por fin desarraigado.

La novela del tiempo ha sucumbido a su final auténtico, infeliz. La predicción era correcta,
siquiera algo desfasada, algo distinta. Hubo un oráculo exacto, varios que adivinaron la pereza de los hombres,
anticiparon el tedio. Oh, vigías del miedo, párvulos con sus estuches y sus libros heredados del futuro.

Los periodistas se habían merendado la paz. Los militares habían recurrido a su ignorancia.
Los médicos eran tan pocos. Los obreros vivían en su mundo aparte arreglándose los coches,
charlando de motores y de vías con las manos manchadas de petróleo y no de sangre.
Actores hubo que interpretaron obras sin autor, sus improvisaciones del momento, graves y sinceras.
Autores hubo que escribieron grandes obras sin personajes reales, imposibles de representar.
Se dieron entrevistas irritantes, se repitieron las consignas, nadie habló de la inocencia,
que era un pasión inadvertida, superada, bastante desacreditada y poco adulta.

La pequeña salió a la calle con una bandera roja (nueva, tan blanca) internacional:
la bandera que se entiende al otro lado del norte,
que se extiende de un lugar a otro lugar. Su éxito era el fracaso del poder, su proeza, la realización de un sueño.
En volandas recorrió las avenidas hasta situarse en la primera línea.
Cuando empezó a cantar, su lengua se acuñaba en el recuerdo. Ya la seguía un coro de naciones,
una nación de héroes.

Ella brillaba sobre el fondo del humo y la batalla, su voz reinaba sobre el fragor impúdico del arte.
Caminaba sobre el agua, descalza como una virgen indígena, noble como una estatua antigua Y su cabello
era solamente una promesa. Dijo que la verdad cabía en una escudilla de barro;
dijo que la verdad comenzaba en la tibieza nívea de sus ojos, en su rabia por el amor cansado de llorar su vigilia,
su amor por cada lágrima vertida en el desierto efímero de un verso.




domingo, 14 de septiembre de 2014

forma de estrella


ARKANA


Vuela como una pluma gris. Su color hechiza, su pañuelo se alza...

Pronosticaron un estado de las cosas prosaico, arreligioso. Y era hermoso pensar en él, pensar así,
con el amor por fin entre las causas justas, con el amor pendiente de un sonido irregular,
                nunca más de la sirena de la fábrica.

Si lo material estaba entre sus preocupaciones, era porque vivía del aire y en el aire,
quizás en pleno vuelo, sumergida en una corriente musical, vertical. Su bandera ondeaba siempre,
siempre a verlas venir: sus barras sin estrellas, su tela pobre sin brillo, sin el barniz de las grandes esperanzas.

Pero detrás de su carácter, encapuchado, el sentimiento alcanzaba a descifrar un viraje
tremendo hacia su realización. Todo plasmado a raudales de sufrimiento feliz.
Ella enraizada en su poder, sorbiendo a besos su manantial platónico,
construyendo un poema con la voz y la balanza, usando un mecanismo ideológico asequible.

Puro corazón. Una chica trotskista si la hubiere (con su cabello negro). Tanta poeta como Ho Chi Minh.
Sola en el campo atravesado por la luz del mediodía, para todos igual.

Es que no pierde, no consume y eso no puede ser: es un pecado contra la libre empresa.
Se peina, se viste de muchacha y sonríe con la fuerza de los astros, como Albertine
(pero sin tanto emperifollamiento), sin el carmín, pero con esta fuerza que comprende una salida
y solamente acude al espejismo cierto de la libertad.

Hay un silencio en su sonrisa que desprende estrellas
e informa una mirada que sueña con las mieles del futuro.
Su futuro tiene forma de estrella, con cinco puntas arremete contra el sello de las mentes simples,
estáticas frente a la ley, la iniquidad y el odio. Es posible idearla con su perro, una mascota Mason-Dixon Line:
¡qué guardaespaldas!, fuente de miedo inagotable, formidable scout y cancerbero.

Toda Francia es bien poco para ella. Ha de mirar al Sur con esa lente progresista que descubre el pasado
oculto de las naciones, la miseria incrustada durante siglos entre los muros de la patria, el colonialismo
y la esclavitud. La esclavitud, por ejemplo, es un clásico ejemplo religioso, es un templo
cristiano con sus esclavos encadenados al cielo, su violenta nostalgia.

Para tenerla a mano hay que ser un espíritu. Su espíritu pronuncia el nombre de dios sin cortapisas ni rabia,
sin una sombra de espanto. Habla de tú a tú con el infinito y la muerte,
porque la vida le pertenece en su estricto sentido, como el mar a las almas y los pájaros.





KENY


El zumbido de una mosca o el arrullo del puente, el zumbido del puente, arco tras arco. Sigue la carretera
antes de la debacle. Lo avis(t)aron las novelas, lo avizoraban con su hemorragia textual, su pronunciamiento.
Los franceses -dijo Irene- creían que el recuerdo del horror sería suficiente para frenar la guerra.
Pero el horror superó las mejores expectativas de los nuevos ricos, se produjo entre relámpagos de integridad y heroísmo.

He aquí los hijos, nietos de la barbarie. Consumiéndose. La música festiva, la música ideal,
con su fragilidad arquitectónica, ha dado paso al ritmo. El rap es un reflejo de todo en esta historia, como una mala película.

Las moscas permanecen (en Hiroshima ocasionaron un sufrimiento atroz).

Veréis. Vuestra hermana ha surgido del suelo y el trabajo, ha tenido que ser. Su palabra es forma
y también luz. Su esperanza brilla con el sudor de las tardes. Su risa es vuestro patrimonio que espantará a los reyes
hombres de negocios que verán calcinadas sus empresas y habrán de emprender la retirada. En el cómic
sostendrá un fusil en las manos gentiles y sus pies que serán como cápsulas de hierba. Y su cabello negro
viajará hasta la Luna y volverá henchido de coraje, coronado de sangre.

Retornará a su hogar extranjero y encenderá la flecha con su llama. La tierra se verá desde tan lejos
que saldrá reforzado el horizonte; las mañanas leerán su destino entre las nubes, habrá un fulgor, tendrá sentido
una música santa y el amor rozará la bella superficie de sus labios con toda la inocencia de este mundo.


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