sábado, 29 de julio de 2017

todos los besos para Jor


¿Quién se acerca temeroso a la literatura una tarde radiante de verano (demasiado
interrogante) cuando la realidad se muestra esplendorosa en toda su radiante radiación? Pero la novela se resiste,
no autoriza al autor, amanece taciturna y voluble como en un relato corto del contable Muller,
ese personaje antipático y tan escasamente vigoroso
(salvo cuando coge el fusil).

Hay que tomarse en serio la ansiedad, con seriedad alemana, de frontispicio, de aula
magna, hay que salir a la vida con la idea de una tesis doctoral en la cabeza. Por eso los cambios de siglo
son tan elegíacos, se plantean destruir la convivencia
organizada en infinitas metáforas, construida a fuerza de promesas inconscientes
e infinitos retales narrativos muertos de sueño. El mundo se merece una realización exagerada, un martes
de carnaval, la propiedad definitiva, merece un intérprete menos retorcido, alguien con savoir faire, esa elegancia
brutal de los deterministas.

En el parque ya se sabe que los autos son todos (el cadillac) del KRIT, un asiento para Mara, exclusivamente (aunque
a veces Big Bopper se pasa por ahí). Se sabe que todos los besos son de Jordan
y todos los balcones se asoman al vacío. Esta es la gran literatura: he aquí el mundo, regordete,
vestido con ponchos y cenefas, canesúes y fieltro, haciendo un manspreading
calcado del maximalismo proustiano, o quizás de su alter ego de Brooklyn, Ira, el monaguillo residente.

Parece que el arte de escribir es tan molesto como una separación de poderes, algo así, con ese tufo coloquial,
recalentado, industrial acaso; algo propio de un barítono
desafiante, un poema inconcluso. Pero el poeta del parque ha estudiado su lección de alemán
hasta las últimas consecuencias (con el beneplácito de unos 220 psicoterapeutas) y ahora conoce las prohibiciones y las prestaciones,
las admoniciones religiosas del imperio, y prefigura el escándalo de pintar un cuadro, la minuciosa
tarea de completar un verso: con acuarelas y briznas de hierba, tierra húmeda color hueso,
color tormenta seca, e incluso de otro color.

Guardar la esencia del pecado, acostumbrarse a vivir con un ojo
puesto en el teleobjetivo de una cámara común, algún escenario propicio, con la mente puesta en el lenguaje y sus comités
de bienvenida (y su Comité Central). El Arte solo funciona hacia el fondo, cerca del abismo,
que no es tan divertido como el infierno, donde no llegan los escalofríos del milagro y el ángel aletea, explosivo como una mariposa
terca, mas sin la belleza de los elementos, sin el fulgor dorado de la arena.

Así, la novela avanza desde el asiento de atrás; en posición de ver las cosas más interesantes, de observar
la coyuntura miserable, gangrenada por la termita y el éxtasis, masajeada por las manos dormidas de los estilistas,
morigerada, crítica en sus escaramuzas inaugurales, el vertiginoso elenco seleccionado en las aceras de South Presa
entre heroinómanos y perros destacados, entre erecciones, aliteraciones
y colas de relámpago.



miércoles, 26 de julio de 2017

origami


Esta civilización conserva su maquinaria de obrar realidades, pero desmejorada,
ocluida, su desarrollo enfermo como un dolor de estómago a las tres de la mañana. Por las grietas del amor
se han ido deslizando urbanizaciones completas, ríos de tinta se han vertido hasta saciar la sed de los ególatras. Qué pura
metamorfosis; burdeles y comisarías, farmacias y tiendas de ultramarinos,
las mismas calles de la infancia dobladas como en un origami politécnico, esa papiroflexia montada de los universos
posibles, tantas concavidades y toroides, dimensiones extra
como bolas extra en la máquina del bar de la esquina. Prostitutas puestas ahí por la naturaleza
para negocio de aristócratas con ansias de rutina; brotes de felicidad caleidoscópica, el epicentro de la melancolía
dando vueltas en su ruleta afortunada. Una vida
puesta del revés, inhalada a través de una pipa de crack, expelida como el humo que llena
de esperanza las chimeneas del barrio.

Y el parque unificado en el plano de la ciudad, hecho ciudad a martillazos, volcado en avenidas sin nombre,
esclavizado por la vegetación y su diccionario salvaje, dominado por la noche hasta que Ella
alcanza la superficie. Y sale el sol. Ahora, Jordan sale del metro, emerge muy despacio, con un movimiento mecánico del alma
se rinde a la soltura ausente de las horas, a la transfiguración climática, el cero absoluto de las emociones.

Everything is basic: la fotografía, las matemáticas, la gente. Con un documento básico puedes acceder
al clímax o conseguir dos porteadores magníficos. La civilización ha caído, pero eso no significa. La gran literatura
ha caído, lo que quiere decir. Se desploman las temperaturas en el ártico y el nivel del mar desciende
dejando a la vista rascacielos por toda la costa. El portero de la finca ha reaccionado y espera su propina,
si no se la das echa mano al revólver,
sicario reciclado en factótum habitual.

Los cementerios han crecido como hongos misteriosos, las cruces faltan a la verdad, humean como montañas
oscuras, muchas han sido arrancadas por los ángeles. Por la hierba hay que andarse con cuidado,
con tiento, como si fueras a entrar en una catedral, una cartuja póstuma, esos reinos sinuosos típicos de la cordura.

Hasta los perros conocen varias lenguas europeas, se expresan con claridad,
son parisinos comme il faut, latinos de andar por casa. El globo ha hecho ¡plop!, la burbuja del arte ha colapsado
creativamente y de modo objetivo, la música se ha destilado en multitud de acertijos clásicos sin respuesta aparente,
la escultura ha comenzado a desmenuzarse a tiempo, los libros brincan solos,
se suicidan en secreto y sus páginas blancas contienen pesadillas sin cuento. En el reservado al final de la escalera
los orgasmos preceden a otros crímenes de honor. Jordan vigila desde su balcón
debajo del puente; el mundo entero respira debajo del puente, el mundo que no existe jadea conectado a una bombona
de oxígeno: veintiún gramos exactos de necesidad (y el espíritu de la época,
el Zeitgeist proteico y salvador, haciendo de las suyas con los huérfanos
de la guerra que viene).



lunes, 24 de julio de 2017

el nobel de la caballería prusiana


Quizás en la página quinientos se haya declarado una sombra, un compromiso haya alcanzado
por fin su alegoría. Era necesario escribir con reciprocidad, construir la casita del árbol
para el francotirador. Pero es un palacio de oriente, la monstruosa torre de papel
unificada en una lengua insípida. Acabáramos. Se lee a Von Rezzori con su inefable poliglotismo y es como
colarse en una reunión de maestros de ceremonias. Apuntaría al Nobel, sin duda merecido,
oscurecido entre la neblina maestra de la guerra, sus proteínas amatorias, el uniforme de la caballería prusiana, el poni
desertor y la montura injusta. El caso es un libro tremendamente único, y todo así; recordatorio de Mosley
y su geometría de la ofensa. El triunfo es de la decoración,
la tentación insobornable, el espíritu de un gran solar abandonado donde se habla en silencio, en voz
baja, y la maravilla reside en el color ceniza de los átomos, la potencia artística de los altavoces, el recorrido
atento, ese aleteo de la primera luz dominical.

Lecturas sin pecado. Ah, la bella Stella y su virtud política, el confeti de la historia. Hubo entonces un mundo
alemán de órdenes y aguerridas casacas, cascotes y belicosidad. Cada desfile era una exposición de cadáveres, las banderas,
vendas improvisadas, los jóvenes, muertos de segunda clase, láminas apenas concebidas,
lágrimas de hierro sobre la mirada del planeta. Aquí la muerte es un trofeo, un torneo con especialidades de fábrica,
y la vida un terreno demediado, un cuerpo aislado de su mente, la mera fantasía de un puñado de aire.

Ved el libro enorme que ha ganado sin llegar a celebrarse, mariscal del polvo, rebaño de luces, esto.
Esto ha ocurrido sin apercibimientos ni matices, la literatura se desborda y aguanta el tránsito, se explica por cualquiera otra
función de su onda material; hay rapsodas, lectores tan atrevidos que ofrecen su impresión, críticos que analizan
el forro forrado de niño del volumen, asumen la maternidad del primer tomo, amamantan la gloria o ejecutan la carga
de la brigada ligera, todo en el mismo suplicio estimatorio, sobre el mismo mantel de tonos
necios en que la comida se acerca a la divinidad y el vino arroja su hedor inventariado, emite un falso rumor de agujas
como si fuera una radio independiente. El libro es la merienda, es un milhojas deshojado, en síntesis: el convoy que aparece
bajo el reflejo añil del horizonte, por donde viene el infantil crepúsculo a internarse, la cultura se reduce al moho gris de la memoria
y los sinónimos riman sus peores silogismos; así que tranquiliza tragarse el relato histórico, con toques exquisitos de posverdad,
cromos que nadie tiene, de autoría indecible, líneas coloradas en medio del corazón,
forma, en una palabra.

Pues es la forma lo que duele y conmueve, lo que se improvisa después de haber estudiado el canon, captado la noción
aproximada del secreto, su sectarismo convincente. Nadie recita un poema y todo está bien,
incluso en un sentido abstracto. Cuánta belleza muerta;
hasta que los bosques rezumen sangre no nacida, hasta que ni una gota más adorne otro mausoleo fuera del arte.
Después de las bayonetas, llegaron los antifaces de la poesía, el armisticio frente a la perfecta inspiración de los traidores
o la inquina desproporcionada de los buitres. El trono dividido en tramos de sincera
expiación, la mística del firmamento solamente atribuida a una pluma acogedora. La grasa del verso encogiendo
a ojos vistas, sus labios azorados en un exacto mohín de bienvenida y la monotonía del viento
regando los jazmines, apaciguando viejas sombras detenidas en una larga noche
inoportuna como un tren de madrugada.



viernes, 21 de julio de 2017

mexicali (pasaba por ahí)


Qué grato escuchar los planes de los jóvenes, su desinhibida temporalidad, su ambicioso futuro. Pero aquí
pensamos en la literatura, este fogoso introito, esta desavenencia
con el día de mañana.

Se nos mueren los versos en las manos, cuando los tenemos en la punta del sagrado arte
y llegan abrasados y cobardes al cristal líquido y sus liquidaciones. Ah, escuchamos la guitarra de Boston,
More Than A Feeling y todo cobra un sentido como enclavado en una caja de pino,
como a dos metros bajo tierra, un sentido averno y complaciente; una diabólica misantropía nos invade.

El poeta usa el piolet (cosas del teclado) y escala su árbol secuoya como un vampiro
diletante o sobrealimentado, se va leyendo a medida que redacta el epílogo de siempre,
la modernización extenuante, qué jerigonza apalabrada como en un lenguaje sin argumentos para la verdad, un arameo
incorrupto: fuera del cono de luz de Mexicali, la polifonía del persa, las galletas persas cocinadas por la mismísima Parvaneh.

Ha visto pasar a Jordan con su séquito de (¿mariposas?, ¿luciérnagas?) Amor –que sí.
Iba silbando una melodía irregular, desquiciada para su gusto: es por el método del rap. No es que fuera
en su tabla de skate con el pelo negro rolando a babor, desafiando al viento corsario del pequeño Walden, su romántica
visibilidad, iba entonando salves bajo un granizado de metralla indolora, un pensamiento
sintáctico la cobijaba de su propio fuego amigo, el clásico retorno.

Dicen que el mundo se repite tantas veces. En un instante el mundo es una aparición: los fantasmas
existen en el plano negativo de la realidad, hacen cola en la taquilla
como un alma cualquiera (para ver a dios). Dicen que todo se repite alguna vez. Y el ángel lo recuerda, acude al bar a tomarse
una soda, se refresca las alas en la fuente, discute las maravillas de la obra, toma nota de cada símbolo en la arena.

Y la montaña crece envilecida, no cartesiana, más torcida y descarriada:
no es viable, pero encuentra otra solución, asume el diálogo con las musas con naturalidad monástica,
edifica una cartuja en el museo y consigue una performance seca,
libertaria. Hay que situarse en el sistema solar y comenzar a mapear superficies con esmero,
identificar las soberbias cordilleras venusianas, los masivos cráteres, la personalidad de Encélado o el espacio
cinematográfico de Ganímedes. Esto es un Lope de Vega cósmico, la metamorfosis en veinticuatro horas de terror.

El poema ha sido despiezado por el cazador, escriturado en el notario, condensado como leche condensada; y ella
lo lee con la boca pequeña, rehaciendo un mohín angelical que termina antes de tiempo en una sonrisa
decidida a acabar con las miserias de la creación.




miércoles, 19 de julio de 2017

laniakea


Oh, es una montaña del género barroco; mejor que los mil y pico libros del tío Víctor,
más allá de los mil cuatrocientos de Blavatsky (de las 1.280 almas de rigor),
un compendio fiscal, el maremágnum. Esto se repite,
de aquí escapa la mano mágica de Jordan, que sale de la tierra como en un largometraje de la serie B,
avanza una probabilidad imaginaria, su estilismo organizativo. Entre el torrente
rústico de palabras y composiciones, ese mar ruidoso y ambiguo que rompe tabúes como cráneos, la persona
de labios amarillos que escucha a Daniel Caesar (respetando la herencia del soul).

Esta aristocracia que se impone sobre la minucia resultante del esfuerzo innatural de la mecanografía,
su trabajoso afán que obtiene la recompensa menos satisfactoria. Es la naturaleza directamente implicada en el chollo
luminoso del arte y sus Ifigenias sacrificiales, relativamente
acreditada cuando enarbola su lanza térmica en pos de la noticia abierta y su tic continental.

Es una proeza digna. Un caramelo a la puerta de la Academia. La poderosa droga, el fentanilo en las venas
de la patria corrupta y sus aranceles literarios; el guionista español se mesa los cabellos
frente a la demolición de su casita gótica, su gótico carpintero de segunda mano, mal realizado, espantoso y poco espabilado,
masificado en pisos de protección criminal. Los guionistas y los editorialistas –juntos pero como revueltos– ensillan
sus monturas apaleadas, arrean y sudan por aspersión, huyen del poema terrenal,
la mayúscula lluvia que arredra y atenaza, que fusila los párpados y saca la basura después de cenar.

Se trata de una nueva hipótesis, grande como un tornado americano, grata lo mismo que una crucifixión ajena,
espectacular; la sucesiva lapidación de un motor de doscientos caballos, el escarnio público de la enésima nave Apolo.
Los versos creen en la potestad y el empuje industrial,
abusan de su materia compulsiva, resultan oprobiosos, neutros cuando no podrían serlo;
hay que escarbar en el serrín obsceno de los bares cerrados, en la arena del circo, el festín sanguinolento de la plaza,
hurgar en el monoteísmo de la nación para hallar un solo acorde prodigioso,
una mínima escoria del teatro puro que sepulta la magia.

Jordan ha creído en su belleza de estrella
y ha escalado posiciones en el elenco furioso del Olimpo (desplazando a otros exterminadores). Su rostro
encuadra el portentoso fiasco de la felicidad, todas sus insinuaciones postergadas, su labor de zapa. Sus manos dibujan
credos o aplauden sin ganas la representación del caos-ordinario-universal. Es una partícula
lo que puede con ella, el consejo capaz de aliviar el bochorno de la corte, otro verso irradiado por la masa lírica y su concentración
gravitatoria, su Laniakea métrica, que invita a una era de oscuridad y log(r)os (porque la libertad
ha muerto en brazos del silencio). Tal vez se hizo la luz demasiado temprano
para ella. Tal vez la forma no fuera consecuente, el vacío fuese demasiado perfecto, tristemente perfecto
para la poesía de su voz.



domingo, 16 de julio de 2017

desánimo y paciencia


Antes de aquello, antes,
el poema se escribía solo; bastaba bajar a la calle y esperar al primer coche patrulla. Bastaba
conectarse y echar un vistazo al primer vídeo espeluznante. Ahora la Policía
es un armazón vacío, deshecho, y la calle, un laboratorio violado.

Árboles amenazan lluvia y los poetas se mojan, comprensivos, deslizan su mirada insuficiente por la túnica
púrpura del espejismo de guardia, somatizan el color de una aurora
inofensiva. Y puntúan sus movimientos gloriosos, juegan a la ruleta rusa con el tipo en el espejo,
con la señora que fuma en el balcón. Hay una producción estética semejante a un manantial de cruces,
algo como una promesa insuperable. Y las chicas balbucean buena música hasta que llega Angel
y demanda su (vestido de) noche, y su proyecto.

La noche se masturba –colectivamente– sin que nadie la vea, es la ventaja de los procedimientos absurdos;
las estrellas creen lo que ven, saben ser verdad en la distancia. El día ha recompuesto su esbelta
figura de mancebo, su sombra atlética de femme fatale. Desánimo y paciencia;
cunde el desánimo entre la variopinta multitud de personas sin hogar, ojos como de alemanes después de una gran guerra,
se nota esa cultura alemana a la que aspira toda ciudad bombardeada. De los despojos
ha surgido una nación poética, maximizada por la propia inercia de su nombre en ruinas. 

El parque ha modificado su grandeza; los ángeles llevan uniforme con chorreras
y volantes, sus galones refulgen como amatistas, como chispas automáticas, larvas de placer. Vamos,
aunque haya niños muertos por los callejones, aunque los túneles no escapen de la cárcel, no arraiguen bajo la tierra.

Pedir perdón no sirve de nada, dios ha dejado de torturarse, de humanizarse por la humanidad, ya no exige sacrificios,
ya no existe. Solo los ángeles perpetúan la estirpe, bajan despreocupados por la Avenida South Presa en San Antonio,
milagreando de vez en cuando como solistas de la redención. Uno de ellos –el único inservible– ha respetado la inocencia
de un adicto a la heroína, ha taladrado los muros del sistema penitenciario,
ha penetrado en los restos de la revolución.

Después de todo, el hambre es una cuestión de fe. El arte de burlar la ley del más fuerte
coincide con el arte. Además, el Angel es bellísima, parece que tiene un cuervo posado sobre el hombro, parece que una lágrima
resbala por su mejilla oscura, que un poema la salva de morir en paz.



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