martes, 30 de junio de 2015

grace


Tuvo una visión: un ángel rubio y terrible se materializó como un estrago, defendió su argumento
calcinante e incendió la casa, puso fin al trasiego de recuerdos, la nostálgica rueda
del ayer infinito. El ángel se llamaba Grace y tenía el cabello ensortijado, redondo como un casco militar,
sucio como la luz que atravesaba el cielo en ese instante. De aquella turbiedad; olas de luz
comenzaron a dislocar el tiempo, andanadas de luz caían del espacio retribuyéndose en el acto, hojeando
sus manecillas tísicas, ardillas temporales, sus bracitos áureos, similares a tallos, cuerpos de rosa. El ángel no tenía
nombre y se mostraba tan iluso, divertido de su acción aleatoria, exclamatoria, la brillante condición
de su muda retórica. Ni siquiera una palabra, un gesto rítmico y demasiado fácil
incluso para la guerra que no requiere de ninguna diplomacia ni procura guardar la compostura y las formas. Su forma
era territorio, ámbito invadido por el alma gigante de algún dios enterrado. El alma de Yahvé, desinteresada
de los negocios humanos y sus tribulaciones, hecha al desgaste de la incongruencia.

Pues has de creer en el desierto como único asilo, arca contra el desamparo. El diluvio vendrá
desordenado en sus credenciales, río bravo. Pero la arena absorberá las aguas. Esta es la playa que no encuentra su mar,
el punto crítico en el que habrá que desaparecer del mundo, la zona muerta, más muerta que un carretera solitaria,
muerta como un silo nuclear. Una cualidad del desierto es lo arrebatador. Te arrebata la palabra en primer término,
termina arrebatándote el silencio. Escena total, cielo por todos lados, bajo los pies, el cielo, a la izquierda,
a la derecha, por encima del cielo, el cielo; una maldición para retirarse, reiterativa. El demonio haciendo de las suyas
con la piel. El cielo es la piel del mal, cuando lo pinchas sangra la miseria de la humanidad. Más: el desierto
es la entraña misma, el organismo que entra en metamorfosis y dispara la metáfora,
significa un proyecto adecuado a un entorno pasado por las armas, una ensalada de minúsculo vacío llenándose la boca
de verdad. Ni estrellado es tan bello, no emociona como un árbol ejemplar y no rinde tributo a su tamaño.

La metáfora es una lluvia de fuego. Fue el destino. Fue la decisión de un ser exagerado, vestido de luz
como un poeta. Las palabras descendieron, fina lluvia de rayos pálidos, todas ajenas al poema, ajenas al verso
que integraban, que se deshacía en explosiones ideales. La belleza fue suya durante un breve lapso, un suspiro,
mientras desentrañaba el aire la pertinencia del verbo y su cargo doméstico y procuraba evitar el maleficio,
el espectáculo del arte desdeñó la curvatura de la llama que ascendía de raíz en raíz como un reguero de sueños
y lanzó su pronóstico firme, en el tono exacto, la verdadera música que retumba en los oídos del templo
y se conmueve en cúmulos y catacumbas, vertiginosa nube de futuro.

Así, vibró el ave con alas de granizo; el pájaro en la física como una solución, más que una fórmula,
desarrollando la longitud del arco. El aire que contrae matrimonio con el alba y se proclama esclavo de otra raza
procedente de un falso paraíso. Así buscaba el ángel el talón del día para rematar su labor de sombra, daba vueltas al amor
con el alma entre los labios como un secreto que no pudiera demorarse, como esperando un tren
cargado de razones en la estación final del firmamento, donde no alumbra sino un corazón roto.




sábado, 27 de junio de 2015

el infame equilibrio de la realidad


Soñar es lo recomendable, aletargarse. La lista de sueños puede reducirse a la pesadilla cotidiana, el espasmo
de rigor. También uno se despierta, se despereza, ronca por lo bajinis. A todo trapo y siempre con sueño
puesto en pie frente a la máquina insensible, déspota; que te caes porque dormir es lo suyo,
a todas horas: en la litera de la compañía de transeúntes, en la garita esperando el relevo o la visita de la guardia,
en el acto. Los sueños se terminan y allí está Freddy con su jersey a rayas, moda y rencor.

Qué sueño fraternal con lindas diosas, náyades absurdas, chicas que se expresan en idiomas azules, tienen sabor a quién.
Tampoco está de más el sueño de los dientes mecánicos que se desarticulan y chirrían, rechinan como tiza en la pizarra,
como locos cada uno por su lado. Están los amigos que no faltan a la cita con el sueño eterno, pero no son amigos,
sino perros con el mismo collar y persiguen el mal con gran ahínco, hacen el mal con chulería
y un punto de desapego intelectual, como quien pisa una hormiga o aplasta una benefactora araña sin apesadumbrarse
(lo que puede acarrear un destino funesto). En el sueño, los amigos se muestran como son: fantasmas
de una sola voz, boqueras como en el talego, gente que te odia cordialmente
y no sabe cómo decírtelo a la cara, no encuentra el momento.

Soñar es conveniente para no morirse de asco. Soñar con chicas africanas de piel blanca, suecas de papel cartón,
chicas japonesas con minifaldas art-decó y medias sonrisas a lo Gogo Yubari (¡que escondan amenazas veladas,
amputaciones y todo!). Soñar con un mar más gigante todavía, planetario y abarcable a un tiempo como solo en el sueño
puede suceder. Pensar dentro del sueño a mil por hora, ser un librepensador dentro del sueño,
el que encuentra soluciones descabelladas, pero inútiles.

Un toque familiar como es debido, siempre agnóstico, solo compatible con el ateísmo fugaz de los lighters
más irreductibles. El cura, sin duda, en el sueño es el saco de las hostias. Los templos se derrumban y aceleran
su aluminosis rampante -culpa del desarrollismo medieval-, mil enfermedades de la piedra y la madera, mitos que se desmoronan.
La familia aparece y desaparece y algunos de ellos parecen extraños incluso, con sus jetas extrañas,
sus extrañas fachas de peón tan poco aristocráticas y tan indefinidas, tan brutales;
las fachas familiares son apariciones que no sientan bien y amedrentan, son de pánico porque irradian familiaridad
pero sin concretar su origen. La familia es una colección de bastardos estridentes, con sus caras de incredulidad
y eternidad mal disimulada.

En el sueño, el verso se rasga las vestiduras aunque vaya desnudo como un monarca débil.
Es un mercader de Venecia venido a menos, un pobre campesino ruso depositario de alguna esencia inmarcesible
que Pushkin cantara con su vieja lira. Con la rima por los suelos, harapiento; un correveidile sin nada que contar,
algo vacío de sustancia. El verso deviene insustancial, no existe mucho, se equivoca y tiende al ripio de las almas crudas.
Dice saber de política, entiende de pactos sociales y medidas apropiadas. Es que se clava una astilla
en el pulgar y no grita ni profiere o lo hace en silencio para que no se enteren los conserjes y no salgan los clérigos
pitando de sus claustros blandiendo sagradas escrituras que lo desautoricen. Lo pinchas y no sangra de puro recital.

Y lo mejor del sueño es a plena luna llena con el pecho lobuno lleno de pelos en el pecho -si se tercia-, lleno de luces
si eres una estrella, lleno de paz y en paz como un camposanto de paseo por el campo, un cementerio indio
que se moviese al son extraordinario de una banda de jazz de New Orleans, bamboleándose sin pudor ni angustia
por el tiempo perdido. El alma, a ras de sueño, es solo sueño. Y dios no puede ser soñado por otros,
pues rompería el infame equilibrio de la realidad. El sueño es la intrahistoria, y lo demás es vértigo.



jueves, 25 de junio de 2015

guerra y paz


Largo camino largo, largo para sus pies de aguja, largo para soñar.
Expulsados, arrojados al frío desde la noche de los tiempos; los niños a la espalda, el niño con su hatillo,
Huckleberry Finn con la sonrisa por el aire, lejos de él, ajena como un gato o una nube. Algo que no faltaba
era el trabajo, andar y trabajar, trabajar en el descanso, el exilio es una jornada permanente, veinticuatro horas sin sueldo
ni descanso: a trabajar en el descanso, trabajar mientras se duerme en el duro suelo de la estación, en el suelo
helado del bosque, lejos de las civilizaciones y sus tazas de té caliente, lejos del humo de los cigarros, del humo
delator de las fogatas. El niño aprende su destajo, aprende de sus padres
que no comen ni una vez al día, que ayunan y se desmejoran, roban a veces alguna fruta, algún melón amargo,
hurtan un poco de arroz, un pedazo de pan negro, se disputan los restos con los perros salvajes.

El camino es un destierro, oscuro como todos los desahucios, un desamparo total, sin reloj y sin mesa camilla,
sin camastro ni jergón, casi sin sol, sin ton ni son, arbitrario como solo puede serlo un desalojo, el desarrollo de una nube
ajena que acaba cayéndote del cielo. Las chinches, los piojos, compañeros de viaje; los viejos camaradas
que no se tienen de pie y recuerdan el color de su bandera, las bellas herramientas, sus familias llenas de hermanos
y hermanas compasivas y hermosas, la constancia del hogar, y su pérdida.

Vamos con ella, que camina y canturrea como siempre, canturrea su rap en mil novecientos treinta y seis, en mil novecientos 
cuarenta y dos o en mil novecientos sesenta y cinco, tal vez en Alabama,
puede que en París o San Francisco. Su cabello rizado, su cabello liso, Dora, Claudette, Asayo, una muchacha negra
y preciosa, una muchacha judía y distinguida, un chica oriental después de todo. Su andar tan elegante, sus movimientos
ávidos de raza, ávidos de miradas, ávidos. Su raza por encima de ellas, su raza en un cartel luminoso,
en los rostros, en las manos, en las piernas largas y flexibles. Su cuerpo
hecho a semejanza del viento, su voz desatando jilgueros por el campo en llamas. Un verso dibujado en la corteza del árbol,
un beso como un cargo de conciencia, dispuesto a emigrar hacia otros labios. Besos amontonados,
desde el rincón del arte que sofoca el recreo de las mariposas y seduce a los ríos, conquista abismos en la cima del mundo,
libra batallas sin cuento contra la soledad y el espíritu. El arte contra el alma: guerra y paz.

Ella se agota, ellas descansan trabajando más, se agotan y descansan tumbadas sobre una mesa de operaciones,
postradas en el lecho de muerte. Duermen en iglesias protestantes, en postales budistas, al pie de las estatuas, entre
las columnas de la gran mezquita. Desmenuzan las sobras, los tallos, los terrones, se mastican los huesos
y vuelcan los ojos hacia el mar. Ella trabaja con una mano a la espalda, con una mano sola mientras escribe una canción
de cuna, mientras se acuerda de su madre y tacha los pedazos de silencio, y borra su encerado de esperanza.
Pronto crea un vacío más profundo que el de las religiones, un hoyo cruel -tumba de sus antepasados-
y espera el regreso atolondrado del ayer. Reza sin ponerse de rodillas, se burla
de los ángeles autistas que planean revoluciones invisibles; abraza la fe de los depredadores.

Por el camino fértil. Por el camino ingrato, extenso y rudo. Polvo y enfermedades contagiosas, polvo y suciedad
o esa limpieza en seco de la naturaleza que no sabe de aromas ni de tempestades, ni reconoce obstáculos
ni le pone trabas a los pensamientos, por muy desordenados que aparezcan, ni se acaba en la noche de los cuervos
ni se acaba en un grito. Ni termina jamás de retorcerse.


lunes, 22 de junio de 2015

algo que recordar


Pasaban por la calle los chicos mal vestidos, todos emigrantes, sin una triste insignia que echarse
a la solapa, sin bandera. La piel acariciaba el sol, y no al revés. Los ojos no miraban, eran vistos desde una fosa
situada en la altura. Dios había cavado una fosa grande para todos los cuerpos, la había llamado infierno.
En la distancia, el infierno era una pradera o era una montaña y había casitas blancas con tejados de hierba;
la misma historia en planetas semejantes, las persecuciones, los átomos tan parecidos como gotas de agua
o gotas de sudor, el trabajo. En cualquier sitio el trabajo dignificaba el ambiente con su estruendo productivo
y su esclavitud, su economía sumergida y su almacenamiento. En tantos mundos los almacenes guardaban
la semilla de la violencia, mucha comida para los obreros y sus escuálidas familias, para los animales de carga
cargados de razones. Dios había inventado un arma nuclear portátil que podía llevarse como un colt cuarenta y cinco.
Dios había inventado la policía con sus uniformes de almirante, gorras de plato, silbatos y defensas extensibles
y sus pistolas eléctricas: un romántico a la antigua.

Árboles idénticos, hachas idénticas, manos encallecidas. La voz entresacando lágrimas de la madera, la voz
en una sola dirección: hacia el futuro. Pensamientos útiles en la maraña de la decepción, destacadas ideas,
imágenes potentes en los escaparates, vidas ejemplares a la vista del público. Músculos depravados haciendo abdominales
sucias en el estercolero del pabellón grasiento, en una sauna fornicada; santos mendicantes cometiendo milagros
por desdén. El trapecista desnudo contorsionándose en una media vuelta con la botella en la mano, sus hijos
en la calle atreviéndose a cruzar por el lado peligroso, (a estas horas) y sin desayunar.

A tiros, los asesinos y sus gangs; balas perdidas poniéndolo todo perdido de sangre. Una ronda de hip-hop
que paga la miseria, un batido de tiempo. Esto es un presente sin pasado que llevarse la boca, un pasado en extracto,
en tierras de exilio, mortificado. Los padres eran malos padres, trabajaban de sol a sol, apenas recordaban el vacío,
un pequeño universo vacío de significado, un placer inclasificable, las malas lenguas y la ferocidad de los tenderos.
Drogarse era, en cualquier punto del mapa, la solución dorada, la droga era el maná que caía del espejo
como lluvia sobre un campo de arena, modificaba de un salto la realidad para hacerla más introvertida o asequible,
más inhóspita para la monstruosidad. Los capataces siempre detestaban la droga que consumían los otros,
pero aceptaban de buen grado la materia gris del hacendado. Ah, y los pobres manejaban el mejor chocolate
del cúmulo estelar, el polvo más mediático de efecto inmediato. La heroína más valiente de la ciudad sumergida.

Dios había creado la muerte en un momento crítico y ahora se moría bajo su influjo perverso. Era extraño morir después
del cataclismo y la resurrección, después de haber instalado el programa y haber pulsado el botón rojo
del apocalipsis. Tras ver morir a billones de seres espectaculares.

Por todo el cosmos, los chicos vacilaban con el dueño del bar, que extendía sus tentáculos, se deshacía en aspavientos
tímidos o sulfúricos, mostraba las venas incendiadas, los cuernos desastrados: sacaba un arma de debajo del mostrador.
La eternidad pausaba su primorosa huella y contaba sucesos incontables, colisiones de partículas y asuntos menos serios
como enamoramientos súbitos, el nacimiento de un devorador de estrellas, su colapso inaudito. La eternidad era un trabajo
serio, un trabajo para toda la vida, un infierno después de otro (hasta que pare el tiempo en brazos de la melancolía).

A veces, pasaban por la calle las chicas emigrantes y el personal miraba de reojo. Ellas tenían algo además del karma,
el infinito rasgo de sus piernas, la sonrisa platónica, el color. Silbaban a través del cinturón de asteroides, a través
de un corredor galáctico que aceleraba el fondo y se confabulaba con la luz. Ellas tenían algo además de la belleza
consagrada, además de su alma y su propósito. Algo que no era amor pero besaba. Algo que no era dios
pero había creado, finalmente, la nada de la nada, su círculo virtuoso. Algo que recordar.




sábado, 20 de junio de 2015

palabra de dios


Dios fue a decir algo, pero era una chica robusta de manos blancas como el algodón, fuera de lugar
como una recta en el cosmos. Alguien había pensado que dios debería explicarse, pero dios era un muchacho enfermizo
de frente pálida como un helado de nata. Y el día del juicio era todos los días,
las carreteras rectas masticaban bocados de horizonte, la luz del sol era un boxeador sonado
en el cuadrilátero del atardecer. Se oyeron tres, cuatro, diez disparos:
el silencio sostenía un espejo que devolvía sangre,
un surtidor de sangre, la ruptura de cualquier simetría encantadora, puro pecado.

Esta esencia del mal tenía un nombre característico o Jim Crow. Ondeaba banderas, se mofaba,
hacía restallar su látigo. Y no tenía edad.

Hubo una hermosa muchacha puesta de cara a la verdad en ese mismo instante
en que las armas repicaban terribles como ingenuas campanas y la luz se llenaba de luz ensangrentada. Sus palabras
en seguida formaron un poema de algún color de sombra, palabras perseguidas. Iban los perros del desierto
detrás de sus palabras bellas. Oh, palabras montadas sobre ángeles
oscuros como es el cielo. Éxodo de los mejores versos, lejos del alcance de la melancolía homicida del padre,
su desidia incomprensible.

América sintonizaba la radio para escuchar la voz altitonante, el himno verdadero. Millones de terratenientes,
todos en un espacio parecido a una mente estrecha, todos acobardados en sus celdas,
con rifles en las manos blancas como la nieve; gesticulando su oratoria, sus oraciones rápidas, muertos de miedo o de éxito.

Dios se aclaraba la garganta, desafiante, conocedor del futuro escrito en la memoria de su raza, sin género
de dudas, seguro de no ser. El arte protegía las torres y los escenarios de la tradición, altares y otros territorios místicos
a resguardo de la tormenta perfecta desatada por la realidad. La chica caminaba al frente de un ejército
de sombras con su propia bandera hecha de jirones de espíritu,
líneas torcidas de las almas. Así, iba liberando reinos que habían olvidado su nombre. Renacían a su paso las praderas
libres de las antiguas tribus, los buenos cazadores acostumbrados al rito de la tierra, la solidez del agua.

Ríos de sangre cayeron de la altura, esas nubes rojas -tan agnósticas- de pensamiento, ríos sin dueño,
huérfanos de mecánica sobrenatural, solamente turbios, corazones picados de viruela. Fue la violencia de los sacerdotes,
su amarga retórica, su inconsciencia extravagante. Siglos de exterminio
contra una mirada limpia como un mar de estrellas. Oh, su piel astronómica, su pelo
recogido en un diálogo de sueños, el latido extranjero de su lengua. Ella sobre dios, más que dios,
más que un soplo y un rugido.

De madrugada, ardían las cruces por el mapa clavado en la pared del infierno; el fuego entonaba su canción
pegadiza y los poetas callaban temerosos del odio. Dios era una chica negra hermosa y natural.



Princess Nokia

miércoles, 17 de junio de 2015

el hallazgo


Con esa estatura, ella es una deportista genial, machaca el aro, casca el tablero a lo Shaquille O'Neal.
Hace tiempo el oráculo predijo su rumbo, su ritmo, dijo tanta piel en un segundo, se atrevió a garantizar el milagro.
La suavidad de su rostro copaba todas las miradas; su santidad archienemiga de la iglesia,
contrincante del padre de manos incendiarias. Así, esta lucha antigua.

Los plazos se iban cumpliendo, iban cayendo los años. La historia matizaba sus planes, continuamente hurtada
por la realidad y sus infinitas variantes. Ah, solo una huella permanecía indemne, ilesa entre la escabechina de muñecas rotas: 
ojos de curiosa esfera, dedos regordetes. Su huella era la voz
y demostraba raíz, fórmula, el secreto de la contradicción, el tranquilo espectáculo del desprendimiento.

Reboteando con un salto al vacío de los signos, música encantadora
y animales domésticos. El hip-hop desestabiliza la microeconomía: hace ricos a los padres del gueto. Mamá ha salido
a trabajar con sus bolsitas y su teléfono seguro. El barrio se martiriza o se desmorona
entre bafles de alquitrán que emiten el concierto del siglo XXI a medio gas. Barracas que ofrecen antenas
parabólicas al cielo desmembrado, la hierba adentro, fuera un camino ancho, una cancha, la canasta sin red social.

Ella escarba en las estanterías en busca del tiempo y la novela. Ávida lectora de extraño pasado, extenso pasado,
solo unos días atrás. Tan poca memoria y tanta vida por delante.
Las novelas que lee son como números primos, casi indivisibles en capítulos o recuerdos, casi indivisibles en palabras
y frases. La novela es una orden zanjada con aspecto militar; es un proverbio imperativo:
¡ponte, mesita!, un cuento para gente enamorada del teatro, gente con tragaderas y domingos por delante
para amar a dios o ver el telediario.

El hallazgo es una cláusula de perdición. Como siempre. Es bueno hallar una expresión distinta, espacios
de concentración del pensamiento, algo así como el infierno en versión inexistente, budista. Ser diplomáticos como
tiburones, felices como sicópatas entrenados en campos de exterminio. El infierno es un libro
gordo o está en un libro gordo metido con calzador, hediondo como los pies de Knockemstiff, con sus mismos camioneros
y sus demonios regionales. Es como lo pinta Chuck (que nunca ha estado allí).

La novela se planea, consta de plataforma y accésit. La plataforma se deja fumar: costo apaleado. Establece
su récord de longitud y su mínimo relato, camaleónica. La muchacha -¡milagro!- lee con el pelo negro
y de un tirón, sin pasar las páginas, imaginando letras una tras otra, tan insignificantes. El proceso hace brotar notas
híbridas, una fluctuación del mismo flow que rasga los metales de la banda. El humo está presente,
es un presente para la familia. De súbito, la nueva metáfora provoca una sonrisa en el desierto, los coches aceleran,
los árboles maduran y el hombre enmascarado consigue entradas gratis para el baile.


Kajetan August

domingo, 14 de junio de 2015

la clac


Sentarse y ver pasar un ramo de luz, un combo de luz, un carro de luz.
Después alegan que el rap anda repitiéndose, que se repite una infinidad de veces. El infinito es un corte de hip-hop,
su base partida por dos que se multiplica exponencialmente, bases partidas por dos, beats y florecillas
silvestres. La economía tocando fondo; hay tanto talento, tanta producción. El verso ha caído en desgracia,
desagradecidos que escriben a todo meter su ávido mester, su masterpiece for real y no se dejan nada en el tintero.

Azealia escribe un roll extranjero de sí mismo que no se sabe ni en Brooklyn, no se conoce en parte alguna del mercado global,
y lo hace con una mano atada a la espalda, mientras baila y pone los ojos en blanco. Así que luego no necesita
bailar, le basta con un soplo y un gesto superior.

Otros labran sus entremeses de ingenio, se hacen los muertos para elevar su nivel. El público tarda en reaccionar
ante el apocalipsis, cuando quieren hacerlo ya son fiambres, están out, les sale ya la espuma por la boca,
peces muertos, tortugas que llueven de un cielo color café-express. Luego vamos al rap;
en prisión, las chicas comparecen para formar el coro de la galería, arman un corrillo y visitan a MC Lyte,
que brinda una sesión inolvidable.

En Europa todo es un problema detrás de. Los versos que también se reinician hasta en el infierno,
con la diferencia de que arden -qué Babel-, saltan en el disparadero intelectual de tanto licenciado vidrioso, drogadictos
hechos de materia gris que promulgan acciones poéticas en los canalones, en la hierba del parque que supura
sangre decapitada, en el supermercado donde los superhéroes se superan, contribuyen
al malestar general con cibernético ardor. La clac del arte, los poetas afines se estereotipan y ponen altavoces al campo,
alternan como corrientes, toman copas sin pudor y largan obras magnas como catedrales jíbaras.

El verso se repite a toda hostia. Azealia lo desprecia y lo ridiculiza con sus dientes mesiánicos y su boca
tan esdrújula y sin par: qué simpática. Es que apura su ciencia infusa y no hace falta que estudie por la noche
para el examen oral, puede cantar por los codos sin impresionarse. En cambio, el rapper de aquí al lado notifica su incordio,
rectifica su manera de hablar pero piensa como siempre, igual que un artesano, como un lince. Su palabrería
contradice al ritmo, se coloca de cara a la pared y separa los pies para el cacheo del pop.

Cuando interviene el filólogo la batalla está completamente perdida para la realidad y la escena.
Chapotea en la aporía y el timo del lenguaje coercitivo. Se atraviesa en el signo como la raya de la te, suplanta
a los verdaderos poetas y da explicaciones que no son bienvenidas. La música resbala, le resbala por la nuca, mil gotas
de sudor. El técnico del idioma desbarata los ejes, se hace colaboracionista y desmonta y desbarra,
realiza performances gloriciosas en absoluto silencio y deletrea arroyos Mississippi-Missouri,
ondas de caudal desconocido.

Vamos al rap. La muchacha que escucha y es como si sepultara un speech ilusionante, ilustrativo.
que renuncia a nada y gana el primer premio, salta la valla y mira el paraíso con cierta desazón. Aquí viene este género
contra-policial, un coche a gran velocidad surcando la humareda. Perlas de mentira señalando el camino,
vidrios rotos como corazones, jeringuillas usadas que contienen el pulso de la madre tierra, la miscelánea auténtica
de los chicos del barrio, la banda sonora del exilio.

El poema ganador dura una página; es mío -dijo la pianista- y el eco de su voz fue suficiente.




Seguidores