sábado, 28 de diciembre de 2013

punto de lectura


En el acto de leer un libro, pasar página. No digamos
en el acto de escribir un libro, de llenar la página. Surge
el Intelectual, la Intelectual, los Intelectuales todos, gordos todos
de tanto entretenerse. Los intelectuales tienen tendencia así que al sobrepeso.

La verdad. Diremos que el acto de leer está en un paroxismo
leve. Destroyer pero poco. Se atiende y se comprende, hay quien se confabula,
discute, se evapora. Por ahí, surge la idea, brota la máscara, urde
su trama
el Libro.

La novela ha muerto. Como el Jazz. Como la gente que se muere. Da miedo.
Unos listos farfullan sus poderes. Superpoderes no los tienen todos,
acaso los menos, algunos inviolables, algunas chicas de cabello errático,
pies pequeños y savoir faire. Algo como un Kingdom que se extiende hasta el confín.

Supongamos que la ridícula/rudimentaria empresa del aprendizaje o del pasatiempo
inteligente convoca a sus adeptos, tiene seguidores en masa, en plancha, en fila india quizás.
Los trascendentes líderes de opinión comparten sus reflexiones íntimas con la gente que pasa.
Están a un golpe de suerte de la suerte.
A un espacio intrigante del sobresueldo final.
El finiquito.

Otro que se ríe, se monda, se restriega el pecho contra el suelo de hormigón
porque hace gracia:
ver al tipo de persona
de las gafas o sin ellas en el acto de esparcir su mirada por el rectángulo absurdo de papel.
Una rectitud. Una acción. La cuestión de orden. Apriorística.

Hay una inteligencia desmesurada que hace mucha gracia
(verbigracia):
la tienen las mujeres cuando se declinan. Declinan invitaciones. Al baile. O al amor.

Los chicos leen sus expedientes de moda. Sin fumar. Sin salir al callejón.
Miran por la ventana y se comprenden, se defienden del mítico underground.
Leen y escuchan música. A la vez. ¡Qué coincidencia! Barren para...

Ahora los chavales se describen en una risa colectiva y atenuante. No paran de reír.
No quieren saber por qué la gente escribe los poemas. Los poemas sobran, en particular.
Están de sobra. Nadie quiere que le vean leyendo otro poema.
No es el acto de leer un libro. En un rapto de autolisis.
(Entreacto.)

Algunos, sin embargo, se rinden a la emoción del verso que no rima con nadie,
no mide sus palabras, hace su trabajo, confirma una sensación (a todo esto).
Son tan inteligentes que necesitan pensar.

viernes, 27 de diciembre de 2013

un millón de reinas


El recuerdo asalta la conciencia. Duele. Duele el sol, su luz daña los ojos
almendrados y bellos del recuerdo. En la memoria, el agua está fresca, los niños
ríen, juegan a la paz, se aman. Hay un lugar en la mente para la remembranza
amable del calor, para la historia, un cielo limpio y una vida en común.

El miedo que paraliza y daña;
el miedo como una llaga incurable, inhabitable, sórdida, que atenaza las cuerdas vocales
e impide articular la lengua madre, tan hermosa que no acierta a describir el horror.

Llegar a puerto es despedirse de los cadáveres, llorar sin lágrimas, en silencio, temblar
también como una rama zarandeada por el viento, es decir adiós masticando la sangre.
El viaje, por tanto, establece lazos eternos. La música ha desparecido: tardará en volver
y claro que lo hará de otra forma, volverá con el cuerpo lleno de cicatrices,
con el alma aturdida, pero intacta, dispuesta a dar fe de la desesperación.

Porque dios. Dios sobre todas las cosas. Dios en los hierros candentes,
dios en el látigo y en la carne de su carne, dios en los infinitos grados de separación,
dios en la mutilaciones, las cabañas hediondas, la comida repugnante,
dios en la suprema inocencia de los pequeños muertos de pobreza, tan bellos como ángeles,
arrancados de los brazos de sus madres dolorosas.

Tantas Princesas, ¡Reinas elegidas en la tierra! Dueñas del espíritu más poderoso.
Novias orgullosas y libres maltratadas, forzadas,
arrastradas por el fango. ¡Reinas!, ¡Diosas en las que creer sin engañarse!


una


Una muchacha
de color
real.
Su voz, la voz y el eco,
la expresión del ritmo, simetría;
su palabra a cuerpo,
anterior a la sangre.

Con el alma por fuera del pantalón vaquero,
las sandalias explícitas.
Rama de hermosura impronunciable.
Negra. Tan alta. 

Una muchacha hermosa
antes de salir de casa,
antes de dejarse ver. Más hermosa que el oro.
Libre.

Ella que nunca está sola.
Sin enemigos entre los ángeles.
Dios en su canción, sobre su aliento.

...

Al chico blanco le gusta el hip-hop. Fuma
y mueve las manos en
círculos de humo.
Escucha la canción del alma.
No llora. Debería escucharla
hasta sangrar por los oídos.
Debería escuchar.

...

El llanto es un idioma infantil.
No basta para comunicar el dolor.
Un dolor.
Hace falta una daga en la voz.
Pólvora
y
estruendo.

Llevar un alma doble,
un arma.

La voz surge del baile que no cesa: esta danza automática.
Su voz patrimonial, exclusiva,
dinástica.
Su voz fuera del cuerpo, brotando de la tierra.
Su voz contra la historia,
frente a la historia.
El coro de un millón de reinas
cortando el aire.
El chasquido que anuncia la resurrección.

...

El chico blanco baila sin gracia.
Imita el estilo sin finura: una sombra de qué, un agujero en la pista.
No entiende la forma del silencio
antes de la base auténtica,
el tumulto que brilla
y afina los timbales.

...

Rama que resucita a cada paso.
Habla para que la entiendan los pájaros.
Su sonrisa instantánea es un tesoro,
un instante
de precio incalculable,
un destello en la memoria de la humanidad.

La historia no está escrita: late.
Es un corazón palpitante,
la función del ritmo. Equilibrio.
La historia vibra frente a una pared de espejos
donde ensaya su desenlace.
La historia es una melodía
sin principio.

Hay una voz completa que es un idioma de sangre anterior al miedo,
antes del mundo,
del agua.
Nada frágil. Una voz incomprensible que baila al son del fuego,
que arde.

...

El chico rubio lleva pantalones caídos y una gorra de béisbol,
en su cuarto huele a hierba.
Escucha la fusión
y se estremece un poco.
Debería entonar un hasta siempre.
Debería gimotear algo más fuerte en su jerga ruin.

...

Rama es la noche.
Fundamental y bella.
Cómo atrapa la luz su enérgico suspiro,
su cabello breve y musculoso
dorado por la sombra.

Ella y la risa.
Una risa con siglos de argumento.
Una risa que sube como un árbol,
ascendente,
lenta.

El sol es un planeta que orbita la materia de los sueños.
Un astro en prácticas.
Rama mide las distancias
con los ojos vueltos del revés
(para no deslumbrarse).
Se halla
lejos del espacio social, la fosa en la que abundan los poetas,
aquella hondonada.

Vuela al margen. Sus zapatillas voladoras rojas,
sus rojas zapatillas voladoras.
Toma la curva de un grito
a gran velocidad.
Libra un combate contra el tiempo que perfuma su voz.





lunes, 23 de diciembre de 2013

inexorable


Con su amor a solas, divaga, sufre. Mira la televisión y habla con su amor a solas,
divaga, sufre, comenta el espectáculo. Flirtea. Va en serio. Ha salido de casa
sin amor. Lo ha dejado en la repisa, en el rincón, en el ángulo ciego, en el armario
que nunca estuvo lleno de esperanza, lo ha dejado en el suelo, fresquito, redondo
como un balón de playa. En la calle, los coches van en serio. Las campanas orean
un silencio destensado. Los escaparates exhiben el desinterés del capital,
exigen el sacrificio sonoro de la duda, la exclamación, el tintineo de los ojos.

Es fácil seguir la huella de los nombres propios, su rastro de plástico y neón,
su énfasis. La compra tiene un detalle. La televisión acosa con un programa doble
-triple salto mortal- plagado de realidad al uso: hay muertos en cartera, en carretera,
alguno que se lanza al vacío a pleno sol. Las víctimas se sacuden el polvo
y se dirigen a sus casas sin esbozar una sonrisa, con el gesto adusto del que no tiene
nada que perder. Ayer esto era el valle y los ríos se daban la mano. Hoy todo es ciudad
sin apellidos, sin tregua. La palabra ciudad significa algo, según el proverbio,
según las escrituras significa historia. La historia es como sigue: ella se mira en el espejo
(mucho antes de la programación) y encuentra. Luego, sale de casa con su amor a cuestas,
lo lleva metido en el bolso, junto con el lápiz de labios y la libreta de papel sin estrenar.

Donde está el amor hay un rato largo de soledad, un plebiscito. ¡Qué nobleza!
La soledad procede del silencio, se ajusta al mecanismo ágil de la quietud. Ella fantasea
sus tranvías y sus frases y tararea una sorda melodía en el hueco de su corazón. Cabe
presentarse a su lado y ofrecerle la corona de un país sin patria, invitarla a bailar.
La espuma, de moda. Sale de casa con un vestido de mar nada transparente y los transeúntes
fabulan mientras terminan sus cigarros puros. La soledad miente un poco de nuevo,
para que no se diga. Se viene a decir que el aire contiene partículas de amor en suspensión,
sorprendidas en plena producción de oxígeno santo, realmente dispuestas a ser atragantadas.

El aire de la ciudad es para respirarlo mejor. Ella no respira tanto. Ha salido bailando
con sus zapatos casi rojos y los ojos arrimados al baile. Divina. Callan los dioses su fastidio,
no hacen valer su jerarquía ni su individualismo, conviven con su prole aérea, su fatiga de serie.
La luz revienta cristaleras, dignifica el asfalto, lo motea, instaura un espejismo en cada puerta.
Dicen que la luz se ha hecho del Partido, que ahora se reparte y no se niega a iluminar
los besos ni a poner en marcha la máquina del tiempo: la luz que siempre llega del futuro.
Ella se planta en la cruz de la avenida y declama la rosa que nace de raíz en su cabello,
reclama el verso azul, añil, de algún color no resuelto, inesperado como un jirón de octubre;
luego, camina y pone fin a su arrebato, camina sola con su amor del brazo, exagerando el alma,
en compañía de la soledad que siente, hacia el fracaso inexorable de una vida feliz.





viernes, 20 de diciembre de 2013

itinerario


En la oscura librería reina un entusiasmo polvoriento mientras ella recorre los estantes
deteniéndose a veces para rozar un libro con los dedos tímidos, remisos a elegir la mercancía
adecuada a su talante escéptico frente al romanticismo, romántico frente al amor. Sus ojos
teclean una súplica en la madera vieja, un código morse de palabras terminadas en secreto.
La última palabra es corazón. El libro es de autor desconocido, un volumen atómico
nacido para ser devorado por la gente menos común del universo, escrito en un idioma fatigoso,
no (del todo) verbal, creado por un pueblo sometido a la grandiosidad del silencio.

Rama es una chica liberada de su tiempo. Pasea unos centímetros por encima
del suelo enladrillado del paraíso. Con garbo. Levantando murmullos de admiración,
oleadas de estilo que contagia y distribuye entre los espectadores, un público privado.
Ella también liberada de su cuerpo. Su cuerpo interesante, algo gigante, que brilla con la piel
morena de una bailarina africana, como la blanca piel de una campesina irreal.
Brillando en un sustrato o en un párrafo, ingeniándoselas para atraerse a la bella cultura
hasta el nivel básico de la divinidad: múltiples brazos, bocas para leer a viva voz el verso.

A la altura del parque, los libros aletean como hojas secas, ejecutan piruetas dialécticas,
se promocionan su geografía impresa, con sus valles no tan fértiles... Punto y aparte.
Sus rocas diseñadas por computador, herméticas, fieramente imantadas, ríos agnósticos
beligerantes. El mapa de la librería se encoge a causa de su elasticidad moral.
Rama se convence, admira el ingente patrimonio acumulado en las baldas combadas
bajo el peso del conocimiento, el estoicismo de los insectos que custodian el legado, su nítido 
talento volador. Los títulos van subrayándose de plata, consumiéndose en líneas paralelas,
ebrios de síntesis, acribillados de insignias y apellidos (¡el colmo!), epítomes rivales.

Un poema se abraza a la pared, pinta un desierto. Hay regueros de arena entre las vitrinas,
caminos que conducen a la tierra sin mirar atrás. El poema tiene madera de amor, escrito
con palabras insulsas, sobras del festín gramático, serrín de la academia. Más drama:
ella que protesta desplazando los labios pesados de carmín, besados en bronce, húmedos
hasta el batir del agua mansa estancada en la noche. El libro no determina su encanto,
no acaba bien. Es un poema duro, trabajado, esculpido en forma de pirámide,
de esta forma punzante que hace daño y tiene que morir. Y tiene que nacer una vez más.  





miércoles, 18 de diciembre de 2013

acendrada virtud del mediodía


A las cinco en punto de la tarde la señorita pide un té con amor
(se arrepiente: sin azúcar, gracias).

El amor es un principio que no implica necesariamente el vértigo.
Uno puede asomarse a su destino sin experimentar un vahído ni dramatizar,
como en un suceso autónomo
preso de ningún reflejo.

No llega la luz. La luz no marca la longitud
del abismo. El amor es un criterio torvo. La joven come pastas con el té
y se va enamorando del tiempo a pesar de que nada le sucede. El tiempo es bello
como un ajedrez desplegado en el campo de batalla. De fondo
se escucha una canción estática porque nadie tiene ganas de bailar.

El amor es un trapecio en el acantilado. A mucha altura puede parecer un cuervo
que planea su acción en un espacio reducido de aire
(respira con dificultad, todo se ahoga un poco entre sus ojos fúnebres).

En realidad, la nada está pasando todo el tiempo
sin darse mucha importancia, como diciendo: apaga y vámonos.
A las cinco de la tarde el té no necesita azúcar para ser
empalagoso.

La luz brilla en su extremo guiada por ensayos de lluvia intermitente.
Se aloja en un colegio de huérfanos. Tiene miedo al amor
que saca fuerzas de la flaqueza de estar solo
y se mueve en un arco
algo violento, diferente a la curva más grave de la soledad.

Cuánta luz. La chica come sola. Sorbe. Presta testimonio
ante un jurado de sombras. La tarde vuela a partir de su cansancio
hacia la tierra de nadie del crepúsculo.

domingo, 15 de diciembre de 2013

nueva ridícula historia del arte


Madre era una mujer feísima.
(Gerbrand Bakker)

Es en el hogar -pasillo arriba- donde suele crecer/crearse el verso,
el hondo lenguaje que a nadie satisface
y nadie entiende.

La infancia contiene una seguridad en la incertidumbre que todo lo marchita.
Lo condiciona todo. Es la peor parte. El estado crítico.
¡Resulta tan sencillo machacar un cerebro en expansión!

Las pesadillas son marca de la casa. Duran el tiempo innecesario.
Fanfarronean a lomos de un corcel de espanto (cojo) que resopla irritado.
En una pesadilla los animales gritan y hablan en un idioma de signos
patentado por el inconsciente, ese matarife atronador.

Cuando se produce un linchamiento, es decir, una presión desaforada
y desfavorecedora, el sentido común puede escapar por cualquier parte,
se debilita. La literatura es una raya en el proceso, un hito electrónico
derribado por un campesino bruto y descontento, a lo mejor (virtual).

La poesía trata del buen gobierno de las emociones. El poeta no es un fingidor al uso,
sino un mentiroso redomado y terrible, desagradable, un estafador de los de antes
de internet. Los estudios no sirven para nada. Hay que curtirse. Es preciso
sudar. Sufrir en vano. Llorar sin ganas. Tener accesos de pánico real. Palpitaciones.

La droga es un bien moral, hace mucho bien a las almas tenazmente descarriadas,
las arropa, las conforta, su caricia es un espasmo, el vómito más suave.

O bien, la poesía no existe, es el engendro, el área cincuenta y uno del arte.
Un plomo que cae a plomo y se resiste a desaparecer.
Desmáyense los caballeros ante el poder de la palabra encinta.
Rían las damas.
Mófense los abuelos y los niños de pecho (que son todos)
¡Mastúrbense los locos con el verso!

El verso es la espiral. De hecho, el verso se muerde la cola. Es el infinito roto por la mitad.
Un parte de guerra escrito con la sangre de una paloma.
El poema es también el aire de los pájaros que andan a la gresca.
El poema es el reflejo de una mueca corrupta.
Es el reflejo máximo posible, el ojo máximo que termina por romper la luna del espejo.
Es el que no colabora con nadie.

Qué grande la familia y su desdicha. La gente forma grupos insanos. Luego, se comporta.
Salvo en la intimidad del hogar.
El hogar es la patria del infame y su infamia. Allí, en su tálamo procaz y sórdido
como solamente puede serlo la salida de incendios de un burdel barato
se cuece a fuego lento la barbarie.


viernes, 13 de diciembre de 2013

lo que hay que ver


Allí donde solo el vacío absoluto debía sostenerse, había algo, un concepto de algo,
una idea de algo que necesitaba ocupar su espacio en una dimensión oculta
imposible de ver.

¿Quién lo vio?

Nadie pudo ver el potencial exacto de aquella nube (¿roja?).
Parecía una nube roja salida de un cuento infantil (en concreto de Los Tres Cerditos,
pues era semejante a la famosa nube que oscilaba sobre la primera casita que voló).
Lo inviable. No debería haber estado allí. Sucedió, pero era así de místico el suceso alucinante,
el portento digno de una milagrosa muchacha mejicana con la cara de la virgen María
y el cuerpo imaginario de una chica de rostro angelical.

Donde no debería haber habido, hubo, había una sombra que no provenía de la luz,
una sombra venida del espacio interior. Acaeció la implosión, un estrecho big-crunch
-cataclismo de bolsillo- y las dimensiones maduraron, pero siguieron replegadas
velando el furor de la verdad.

¿Quién lo vio?

Hubo un dios. Había un dios cerca que lo vio a partir de su mecánica omnipresencia
omnisapiente. Entonces, la mujer que estaba tan lejos que no se la podía ver de cerca
y apenas se intuía su silueta neumática y apenas su sonrisa centelleaba
entre las miríadas de colisiones simultáneas que multiplicaban el tiempo
en un factor desconocido
tuvo a bien pronunciarse, proclamarse, enunciar su victoria.

¿Quién la vio?

Un pequeño antihéroe de los de andar por casa, de andar de boca en boca y titubeante,
surgido en la membrana, procedente de otra realidad tan poca cosa y superpuesta,
remachó la tarea, levantando un acta material en su memoria de pájaro.

La muchacha mejicana (que no es que no existiera ni tampoco) se lavaba las manos en la fuente
perseguida como siempre por su claro porvenir (y sin oráculo). No se obró
milagro alguno aquella noche eterna. Sobre el vacío que debía sostenerse
siquiera apareció una voz ni se escuchó una risa musical.

Tan bella y sonrosada, pudo iniciar un sufrimiento redentor con su carita de ser feliz
y su cuerpo tendido donde se doblan todas las esquinas. Pero nadie la vio.






miércoles, 11 de diciembre de 2013

preliminar


El dolor comenzó poco después del beso que no tuvo lugar.
Primero se hizo el silencio en el espejo,
un silencio que era como un no sonar del arpa en su rincón
o como un llanto contenido.

Reinaba el orden, todo arreglado para el leve contacto.
Preparados los labios, apenas vigilantes, purificados con algunas lágrimas,
concentrada la frente, lista para el pensamiento y el cálculo,
dispuesta la mejilla, allí la mano blanca,
el cuerpo justo entregado al acero benigno de la boca, su toque de fortuna.  

Trazaba el beso su trayectoria de ángel, su camino de rosas,
tenue, distinto de aquel otro forjado en sangre igual que una leyenda o una patria,
oscuro, tal vez para no ser interceptado por un deseo cualquiera.

Meticulosamente, asomaba la carne su tentador reflejo,
el destello tibio y persuasivo, su aroma frutal. Coleccionaba
maneras de permanecer intacta, movimientos capaces de eludir un roce inesperado,
fases que frenaban el contagio eléctrico, epidérmico, de las emociones.

La física mostraba su estrechez de miras; tan elocuente y categórica
no permitía el ágil parpadeo del fuego entre las sombras.
Se hizo fuerte el dolor, mas no por su crudeza, sino por su tozuda resistencia
ante el murmullo ciego de la felicidad. 

lunes, 9 de diciembre de 2013

nadie es perfecto


Cuando el aliento es una señal de humo,
las chimeneas brotan como puñales en la pista del circo.
Cuadros de grandes dimensiones bañan el punto de vista,
son de color materia con pinceladas de espíritu y vuelan como drones
enfermos.  En el desguace, ladran las máquinas en funcionamiento,
los motores ariscos recuerdan el día de su primera combustión.

Todo fluye, menos la sangre. La sangre viene con tropezones. Los burros son amables
e inteligentes. Hace frío, pero es mentira. El hielo es un invento reciente
que carece de alma. Porque todo pasa por el aro de fuego. En el fuego está la salvación,
por el fuego palpita la calma, una quietud llena de colisiones a la velocidad del amor.

La soledad sale de casa con lo puesto: cuando nadie la oye, suelta un par de juramentos.
Flota a ras de labios, va flotando, es respirada, se enseñorea, posee tantos pechos,
todos con su corazón en marcha, todos aferrándose a la vida.

¡Cuántas palabras se traga el frio! Se traban, dulces como el coágulo,
se atragantan en un cuello de botella, sudan su significado impertinente.
Oh, la perfidia está en el aire, nubes de leche agria lloran en privado, nievan en público,
congelan los salarios en el pobre sembrado.

Sobre el inconsciente colectivo desciende una flotilla de naves invasoras
que amenaza el estado de shock. La sociedad profetiza su músculo, teoriza
una contrarrevolución no violenta, económica, con paredones de cristal líquido
y guillotinas tácitas, con su ejército maquetado, empaquetado en unidades
discretas de saqueo virtual.

La vida se presume cuando el aliento quema la retina de las cámaras lentas;
la vida no es que esté pasando por su mejor momento
cuando el tiempo se pudre para pinchar una pompa de jabón.
Cuando la muerte graba su epitafio en la sombra para que puedan verlo los que van a nacer.


sábado, 7 de diciembre de 2013

rama (es)


Rama redondea su figura, dibuja una palabra geométrica
en la arena del parque, salta a la comba
mentalmente. Es
como si llevara trenzas en el pelo. Enciende un cigarrillo rubio, fuma y exhala
el humo que entretiene a los niños. Fuma despacio.
Y lee su novela (que es una película de ciencia ficción).

Tan suave, el sol se plastifica en el cristal, radia una emoción
eléctrica que se desliza serpenteante, se arrastra, horada la tierra
y se transforma en una fotocopia de la escena underground.

Con su parsimonia, sigue el baile, cierto melancólico despliegue musical,
excéntrico como una saga bíblica de rock and roll,
las melenas al viento, las guitarras restaurando el orden,
el silencio
demostrándose.

La velocidad es un arcano. Rama baila -sin moverse del sol- mientras lee despacio
y paladea el texto enrevesado que se transforma en réplica,
cruel metamorfosis. Mil y una noches
lee su novela, mil cigarrillos, mil soles de plástico en bolsas de alquitrán. 



viernes, 6 de diciembre de 2013

naturaleza interior


Dentro de la piedra subsiste el arco, la columna alarga su cuello dolorido.
El adoquín invade la calzada. Hay una arqueta abierta para meter el pie
bajo la estricta vigilancia de las aves. El semáforo rabia su color de otoño,
se rompe en un destello anaranjado, su caminante avanza como un ejército
de una sola vez. La voz hace a la madre que pregunta o llama a cualquier niño.

Los niños no han empezado a jugar todavía cuando un hombre con muletas
se sienta a fumar en la plaza. Frío. Los árboles tiritan en estado vegetativo,
su desnudez estoica es cuestión de estaciones, un problema vernal.

En un momento dado podría producirse un atropello flagrante, un accidente,
por accidente, por descuido, un animal que cruza, un perro que ladra, un anciano
que no oye, no ve, un niño que juega cuando todavía no es su hora
porque es la hora de los hombres con muletas que fuman sentados en la plaza.

Un tipo mal encarado sale de casa y se santigua tan rápido que solo dios lo ve,
precisamente hace el gesto, gesticula de esa forma antigua y religiosa para esconderse
de dios, pues es un hombre terrible, un ser apocalíptico. No llueve. El calor, sin embargo,
es cosa del pasado, como la sangre del último atropello, que ha desaparecido del asfalto.

Una ambulancia pasa ronroneando sin dar la serenata, pero no se despista y va
mirando a todos lados, lista para desarrollar su actividad filantrópica, preparada para el desastre
personal, articulada para el llanto y el crujir de huesos. Ahí tenemos
al policía enfundado en su cartuchera y su placa; su rostro inescrutable un muro
para los mutantes telépatas que tratan de introducirse a hurtadillas en su mente
oficial, leal y ejecutiva (ayer entró en acción y el cráneo del presunto hizo su ¡crack!).

Hacen falta más semáforos, más niños, más tullidos, más agentes de la ley, más cráneos
pelados dispuestos a partirse en dos como melones jugosos en aras del bien común.

Capítulo aparte: las chicas que pasan de largo como ambulancias ciegas, una en particular.
Rama sube por la cuesta con su mochila a la espalda sin esfuerzo aparente; sube por la calle
empinada jalonada de árboles que tiritan su desnudez perruna, aguanta el frío
rechistando un poco hacia el silencio. Pasa por delante de la iglesia. Pasa por delante
del colegio y la comisaría. No se persigna ni se santigua ni declama credo alguno
ni se inventa un palíndromo alocado, tan solo finge una palabra que significa adiós
cuando se cruza con algún desconocido.

Dentro de la piedra hay un secreto lanzado al centro del lago,
o del círculo máximo formado en la acera para que beban los gatos.
Rama conoce el estallido, el látigo del mar furioso que restalla en la distancia,
la detallada crema de las olas. La tierra se retuerce las manos para entrar en calor
y es una nube de polvo intratable dispuesta a penetrar fosas nasales, bocas,
globos oculares, como si solo fueran espacios vacíos, capaz de tragarse el vapor.

Naturalmente, el rap es la banda sonora del parque, el hilo musical del descampado.
El hip-hop es lo propio y se puede bailar sin moverse del sitio, con las manos sueltas
o la mera actitud.






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