martes, 28 de febrero de 2017

poesíapura


Princesa principal, mítico sello,
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urna labrada por voraz diamante,
madre de todo el arte (y todo aquello
que resultare bello, dios mediante).

Reina en el acto de jugarse el cuello,
ángel nativo que soñara Dante;
en la revolución de su cabello
hay un cadalso para el sol radiante.

Luz que asombra a la noche clamorosa
y deslumbra al fulgor con su estatura.
Alma que sin el cuerpo es una diosa

y con él una ingrávida figura.
Voz que sin dulce amor es dura prosa
y enamorada, poesía pura.

domingo, 26 de febrero de 2017

matrioska


Ya el monasterio se distribuía por el cielo a sendas brazas
exageradas de altura
y sobre los yelmos enemigos y su hastío. En el sueño, años atrás, la bella Filipa arrimaba su corcel a las metáforas
sublimes organizadas en torno al amor y sus ardides, sus balcones, mausoleos
y alcobas vírgenes divididas en cuentos que relatar junto a las llamas del alba.

Ni la historia era suficiente para el campo;
el parque respiraba otro desmarque, otra demencia fabulosa harta de componendas,
pactos y refritos. Los muchachos disparaban a la menor extravagancia que les ocurría, cualquier
suceso práctico era susceptible de despertar a la bestia
arrodillada en la capilla del ángel.

Jordan mientras tanto en su función de ronda,
desnivelando el futuro con una sucesión de atardeceres protestantes, nítidos y rústicos a partes desiguales,
algo brutos con esa música de trapisonda tan poco transparente y tan aupada.

Dijo el poeta que Jordan se miraba en el espejo
cuando encontró la puerta y que su hallazgo fue una reliquia seguida de un recuerdo, como una sinrazón hecha paciencia;
intervino entonces el silencio empleando una panoplia de colores románticos
con sus respectivas sombras alicaídas. El desencanto también ofrece zonas alegres a sus espectadores,
palcos y butacas de platea.

Destacaba el portal por su encanto múltiple y sus ventanales.
la corriente que se hacía capaz de arrastrar un barco modesto o una locomotora, cuánto más una bestia 
enjaezada convenientemente, dispuesta al trote como al hipódromo. En el verso utilizado para abrir,
lucía majestuosa una deliberada figura retórica de infinitos quilates; esta llave
venía oculta en el bolsillo interior de la guerrera del ángel y era también dorado, también
oscuro, casi contagiado de las palabras anteriores a la guerra.

Así que Jordan vive. Es una matrioska sabelotodo
o una muñeca chicana. Ahora fuma en el reflejo del agua con el tiempo de su parte; hay una onda que nunca menosprecia
su hermosura, la transporta y hace ver su minuciosa dote, la forma regular de sus promesas, el denso
participio de su lengua coral.

Pues viene en el lenguaje, no es necesario buscar en otro manantial la fuerza; el amor
puede escucharse cada noche asomada al vacío explicando el daño que le hacen, la piel que siente,
los ojos que lo ven dándose un beso
durante una furiosa eternidad.



viernes, 24 de febrero de 2017

el noviazgo


Desciende el ángel, negro de raíz,
bello a más de dos cuerpos de belleza del resto de la alta esfera: es Ella. Y resplandece,
acuna el catecismo de los bienaventurados, aquellos que la ven. Jordan
la ve.

Observa el cataclismo, la desbandada. Estaba como leyendo la biografía de un héroe,
pero era una novela de Danilo Kiš, que así se llama a la literatura en tiempos expectantes. El reflejo no es
más que la novedad que puede pescarse en cualquier estanque al que se asome
divinamente Ana Dandolo, por ejemplo, Jordan, por ejemplo, un pececillo
tierno para enclaustrarlo en la tupida red editorial.

El ángel ha comandado una rebeldía, empuñó el hacha de doble filo
tan valiente contra los retratistas y otros nobles caballeros a sueldo de la megalomanía. Luego se hizo una foto
de estudio y estaba preciosa algo contaminada.

Novelas contrarias a la literatura poblaban las estanterías de la ermita posmoderna. Era mentira, y más bien
era una corta posverdad con aluminosis selectiva, cierta calderilla de contenido que se astillaba
pronto y, hecha polvo, recordaba los buenos tiempos del espejo. Alicia no estaba
molesta con la belleza de la princesa Ana, tampoco es que estuviera
cansada de admirar el porte escandaloso de la bella Jor, su cabello suelto por la esperanza
como un caballo salvaje.

Milagros veréis, poetas. Signos de admiración, heridas sin sangre,
latiguillos del alma y amapolas sin consuelo. Rimas de todo tipo, solas en el camerino, al punto
rezando por la salvación del espectáculo. Seréis testigos de la revolución
desde vuestra burbuja. Y arrojarán los dioses muchos versos por las ventanas del aire.

Una gran justicia había de realizarse en el espacio vacío; las espadas
destacaban por sus destellos agradables. Jarros de agua fría dominaban el sector, la lluvia
era instantánea y como fotografiada: siempre la misma niña
con trenzas de charol, el destino borroso de todos los misterios.

Puesto que el ángel no se casaba con nadie y el poeta no debía esperar, pidió su mano
en horas de tormenta. Jordan –delante de la casa– visitaba la acción,
visiblemente estremecida; los pájaros urdían silbos y trompetas con celestial cordura y la fuente bullía de actividades
y pronunciamientos. Tanto pesaba el silencio
que los besos subieron más alto que la noche, y la felicidad
cubrió el noviazgo con sus alas de espuma y su tristeza.




martes, 21 de febrero de 2017

27 meses


Manoseados libros, letra por letra retocados, palabras a las que acometer en la oscuridad
de un callejón bibliotecario, ah, en los pasillos secos y aturdidos aún por el ruido de la noche. Palabras
auscultadas como niños frágiles, pronunciadas
sin el menor reparo, sin estilo ni corte, sin redundancia ni frase. Incapaces de construir una historia formal.

Llegado el momento, la máquina talentosa parirá el puro Hamlet coma por coma entre otra infinidad de manuscritos ilegibles;
la computación cuántica será el nuevo demiurgo, el dramaturgo severo, y hará la felicidad completa de la crítica
plural. No habrá músculo capaz de oponer resistencia al estreno de su oficio mercenario.

Esto es lo de siempre pasado por el tamiz de la sublevación artística y sus demonios
incordiantes. Pasen y lean. Determínese la ecuación plebiscitaria, la elección mística de los próceres y su barahúnda.

¡Qué discreto traje de cascabeles luce el poeta! No descrito,
murmurado o directamente pasado por alto y eludido para no molestar. En la copa del árbol
parece un solo cuervo enharinado, un sesgo malsonante;
y las muchachas pasan de largo y pasan por alto su decepcionante postura, la riqueza de su mirada y el confortable
atuendo de su monástico ascetismo.

Ahora sueña con la hermosa Filipa y su corcel nevado.
¡Qué poema! 27 meses de pudor. 

Personas que producen disonancias y otros bienes de consumo
opinan acerca del poema y sus concomitancias, exponen su medida del lenguaje, diseccionan la lírica
potencia y elevan su impostura a la superioridad angélica. Denuncian al poeta por falsario y cruel,
pues ha causado lesiones de importancia al silencio debido.

Un millón de escritores delibera sobre la duración aproximada del verso, su mecánica radial, la caravana salvaje de su aliento.
Concluyen con un abrazo común y una promesa de contención y espíritu de síntesis, pero se les acaban las palabras:
a una le dan la vuelta, a otra la sonsacan un compendio mediante tortura didáctica, a la última de la página la espolvorean
por encima un ramillete de luz disciplinante, un dedal del polvo disléxico de las estrellas, una pleamar de escarcha.

Novedades editoriales copan la silueta del culto porvenir, que se jalea a sí mismo
hecho un factótum próspero y consumado. No se puede fingir esa vasta devoción por el martirio del arte;
mas se ha de leer el libro, acaso por el medio y el encaje, siquiera por la página de marras y su discreta miopía interior.




domingo, 19 de febrero de 2017

un instante de hierba entre la hierba


Cuentan que por debajo de la puerta del monasterio
se escapaba el arte, y por la ventana también. Y se escapaba una corriente divina,
algo de dios se iba deduciendo del altar barroco,
disminuían las vocaciones, los vocativos, los rezos, una memoria se estancaba y era bendecida sin descanso.

No es que Bey se pasara por el claustro con un bate de béisbol
en las manos, ni que un lustroso evangelista entonara el gospel y su reencarnación
armónica, ese ansia por la música propia de Jim Crow y su progenie.

Por las cuatro ventanas del templo se iban los recuerdos del mañana, no prosperaban,
como junto al festivo horizonte de sucesos de la melancolía, hologramas fantásticos con toda su información intacta,
láminas verbales, partes de una frecuencia estadística.

Burdéganos enjaezados cargados con dinteles
extraídos de tan hermoso paisaje, apisonados con otros materiales de dudosa enjundia, aros de sonido,
volcanes de trigo, préstamos de lluvia.                                    Estaba el horizonte
apalabrado –dicho sea de paso–, pues constituía una motivación extra,
era un desperfecto –dijérase.

Dejemos para otro momento el asunto fundamental, el puro instinto, la pureza
caudal de aquellos animales dotados de olfato y desprovistos de otras facultades como la felicidad.

Es preciso un instante de hierba entre la hierba, sin tanta
ceremonia, un espectáculo vernal con su domador barbudo y letraherido, semejante bohemio indiscutible, hombre
de las buhardillas, príncipe del Bowery. Un monje capitalino
dedicado al estudio de las apariencias.

Nombrad un pensamiento ejecutivo. El mecanismo del milagro. Cada día un nuevo emperador,
una nueva emperatriz gloriosa destinada al encuentro, al beneficio de las nubes. Una palabra
suya demasiado sincera para levantar conciencias como montañas, ángeles como poetas.
El verso suyo que no se modifica con el paso del tiempo, que pertenece al espacio y se revela
fuera del marco de las apariciones.

Id con el aire, pero fuera del aire. Sobre la torre más alta,
una paloma –como símbolo (¡será el amor?). Y al golpear las lunas de los autos varados en la noche y la rutina
sabed que vuestra furia no es sino el espasmo del futuro cuando se reconoce en la distancia.




jueves, 16 de febrero de 2017

sanvalentín


Se morían, los gorriones se morían de amor,
¿o eran las piedras que caían del cielo, piedras arrojadas con amor?

El invierno vierte su dominio sobre las pisadas listas en la nieve, inaugura un curso
de detectives indígenas: todos detrás del penúltimo ciervo. Es tiempo de escándalos y beatitud,
monasterios con aduana, monjes apáticos. El amor se atenúa con el tiempo,
deviene escandaloso, operístico, llega a oírse fuera de sitio (por toda la escalera). Ya no pide besos en la boca
ni se arregla para salir, (es) un objeto de culto en el sofá.

La miseria entró por la ventana cuando el amor salía por la puerta:
es que entraba a robar. Cuando se habían apagado las luces del paisaje
y el vestigio era un torno ante el que detenerse y aprender una lección de parsimonia histórica.

Este amor pasa lista en el campo. La gente va desnuda y come hielo para
terminar con el pasado, termina en el pasado y se acaba muriendo antes de nacer (esa es la idea). Olvidar el sufrimiento,
dejarse caer por el hueco de la escalera, el agujero terrestre del pozo,
como entrar en la mina con la jaula del canario en una mano muerta.

Acabáramos. Jordan ha salido de casa con un vestido blanco; lo que supone una ilustración (o una frustración)
sorprendente, serendípica apenas. Una escuadra de desertores ensaya el rap mientras la sigue a distancia minuciosa.
Mejor haría en ensayar el drama,
algo de sangre en el mercado, por el suelo el cadáver de un mito rodeado de enigmas. La idea
(se trata de) es seguir a Gris a donde quiera que olfatee un plato de comida
caliente, un espacio distinguido para la resistencia.

San Valentín se muere como una paloma desnatada. Ha pasado bajo el arco detector
disparando la sirena ferroviaria, el pitido unánime de la seguridad nacional. Protesta la tecnología,
se siente traicionada por un dardo febril, atesora rictus memorables,
tan gloriosas decepciones.

El parque se ha convertido en un museo constante
o siempre ha sido así: árboles en venta, esclavos de la lluvia. Sacar entrada es fácil,
lo imposible es quedarse con un cuadro que no lleve estampada la mancha del amor, 
que no muestre el estigma de un deseo fugaz.




lunes, 13 de febrero de 2017

contemplad


Como la gente se muere en el campo
y no porque haya guerra. Aunque
haya una guerra mundial de todos contra uno:
es la guerra relámpago del parque (una cada vez). Bah, se aprende a respirar, al fin se ubica un ritmo cardiaco
adecuado el devaneo sensorial. Los acontecimientos fermentan o implosionan, no existe un proceso lógico
que derive en la realidad, el proceso, sin embargo, deriva de la realidad y la magia que parecen
impregnar el conjunto de las situaciones, el pensamiento abstracto de la mayoría,
la genialidad de los genios y la intensa obra expuesta en los arcenes (simple naturaleza muerta).

Al parecer, el mundo sigue ahí,
permanece a la espera de un milagro que sobreviva a la noche; si el día de mañana ha llegado con sus hoces a la espalda
y sus balcones amargos, su sol azul atrapado por el viento.
Trucos para hacer felices a los ángeles, engaños ideados por magos de la infancia. Contemplad
la historia de este mundo, ¿qué paso cerca de Minsk y sus aldeas que no hubiese
ocurrido antes una y mil veces?

Hablar del trauma o no hablar en absoluto, distraerse con el paso de los aviones comerciales, su despegue
incendiario, el ruido visceral de los motores tan semejante al de la destrucción.
Recordar el momento y la voz, el frío y el instante, el peso de una moneda en el bolsillo
o la fragancia ignorada de una flor incandescente.

En el barrio, Jordan ha conocido a una chica que viste de blanco como (si fuera) una virgen
de quince años; las dos juntas miran los escaparates vacíos hasta que un resplandor irrumpe en la vitrina
más alejada del deseo, que se inunda de flores
inusuales, gente menuda de la fantasía. Claro que hay un enfermo persistente –¡qué enfermo si está muerto!,
¿no habrá que llamar a las cosas por su nombre?– que no tiene remedio pero anda, se levanta
de pronto con el alma prendida de un hilo de luz y camina despacio
hacia su clara sombra, hacia sus ojos de metal huido y sus manos envueltas en pañuelos de sangre.

Dios está en excedencia desde el primer segundo de la creación; el universo lo diseñó un autómata alterado
genéticamente: cuestión de tiempo. Incluso los ángeles son ahora felices sin oraciones,
rodeados de tumbas y cadáveres frescos, tan humanos como tartas de cumpleaños, rosas dulces
encargadas por mamá poco antes de comprender que la fiesta se ha aguado para siempre y el cielo ha volado por los aires,
que las campanas doblan por un solo beso
y las cruces ocupan el espacio infinito de la desolación.







viernes, 10 de febrero de 2017

sandra maría magdalena


Nadie interviene
pero cesa el mundo. El artista prosigue su andadura,
recibe el premio nacional del Yo, su manifiesto es suyo, un tratado de sí y sus menesteres,
el ego y sus argucias, sus minucias, su hipertrofiado bocio, el bulto
rancio que supura intimidades, el pus de los mass media que destila
la belleza intrínseca del alma,
su formidable mugre familiar.

Y mientras un pequeño parque
anónimo,
sórdido también
–¡oh, infinito!–
ha nacido al amor en cada sueño, cada calle sin nombre, cada vivo recuerdo de un niño inocente. Cada vez que una madre
–santa como maría magdalena– arde en los tibios brazos de la nieve,
y su corazón…

Su corazón… Nadie da un paso al frente y los pájaros
caen como bombas en plena retaguardia. Pasan los bombarderos,
hacen el mismo ruido que el amor. Espera… Quizá sea el latido de la muerte, un estruendo
de huesos minerales, el destello final.

Sobre la hierba, Sandra (tan dulce, extraña flor): ha comenzado el apocalipsis,
pero nadie interviene. Los intelectuales ofrecen respuestas malintencionadas; se imponen el silencio de la muerte
como si fuese cosa del amor. Ellos llevan el espejo
incorporado, el micrófono abierto,
no hablan, publican, no sienten, interpretan.

                     Desde entonces el parque ha ido comiéndose tumbas con buen apetito, matando el hambre. Tanto que los verdugos
han muerto del tirón (y sin perder la fe en el purgatorio).
Ahora todo es infinito como el mal; hay animales por todas partes, alemanes por todas partes,
hombres que fusilan a las estrellas, violan
tallos de viento, sueñan al calor de una humareda sangrienta.

No hay juguetes rotos en la plaza,
solo piedras redondas con cara de muñeca, lágrimas. La violencia es músculo y la muerte, otro deporte de riesgo,
otra forma desnuda del amor. 




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