lunes, 27 de agosto de 2012

el truco del azul


Asistimos al truco del azul.
La tarde blanquea su dentadura amarilla de sol.
En la pista, un copo de algodón desgajado del cúmulo,
hijo descarriado,
hace y deshace su estructura, se fragmenta,
se desmigaja y crea caprichosas formas en ausencia del viento,
desaparece en un abrir y cerrar de ojos.
El truco del espacio
-sin red-
es una bola de nieve que no rueda ni se acelera sola,
un ártico que rompe la materia celeste.
A la tercera,
los brazos espirales se reúnen: compactos.
En un segundo, nada por allá. El aire vibra
y se divide en felicidades invisibles.

Somos felices porque hemos asistido a un pequeño milagro;
abracadabra
y no hemos visto el as de corazones
en la manga esponjosa de la altura.

Abre los ojos, mira hacia arriba, que no te ciegue el rayo,
observa una región sobreazulada donde fluctúen bolsas de vapor
tan ligeras que no se lleven sombra
(es fácil en una tarde de verano).
Ahora, cierra los ojos como si no tuvieras prisa:
el cielo sigue ahí, pero de oscuro.

Y entonces vimos la paloma blanca.




miércoles, 22 de agosto de 2012

los atributos de mi exilio (y VI)


La soledad es una industria pobre.
El socialismo en un solo país.
Es como la estampida de uno mismo.
Es declararse ante el espejo y ser rechazado por los propios ojos.

La soledad es madre (y trampa).
Es madre y obliga:
           
            (¡Tom Sawyer!) a repintar la valla de amarillo,
            a profesar la religión que sea,
            a repintar la valla de amarillo.

La soledad es un desierto urbano.

A mí, me obligaba a saltar por la baranda,
a reunir mis juegos y a ponerme los zapatos porque sí.

La soledad es madre del exilio.
Empieza a serlo cuando están contigo los amigos del alma
y te rodean los familiares y amigos;
cuando ya no estás solo,
la soledad comienza a darse un aire del exilio,
al exilio,
y te divide en un millón de caras,
te vence sin esfuerzo.
A mí me tiró al suelo cuando estaba rodeado de amigos
y puso sus rodillas sobre mis brazos inmovilizándome por completo:
no es que su peso fuese de oro,
pero algo sabía, y sabía qué hacer para tenerme.

La soledad es trampa ni cartón,
un hoyo muy profundo allá en el monte,
un hoyo en el que tienes que caer,
el puñal que se afila en la garganta
(la trampa que te hiciste jugando al solitario).

Así que deslizó más por lo bajo el enigma de las tardes de verano,
y también se avergonzó de mí
y me agregó como un blanquísimo rubor de escena,
una vergüenza capital y sorda como un espejo sucio.
Me fue desalentando. Me fui desalentando.

La soledad es un recién nacido llorando en la escalera de tu casa. 

lunes, 20 de agosto de 2012

los atributos de mi exilio (V)

Distancia


O la distancia. No la distancia sideral, astral y cósmica, ni la distancia atómica que impide los contactos, sino una distancia como la del recorrido de una mano que se mueve y golpea, una distancia represiva, equitativa. La nuestra: una distancia de seguridad.

En esta longitud que nos gobierna radica nuestro núcleo, en esa longitud que establecemos se encuentra nuestra fuerza, nuestro único valor. Solicitamos distancia, imploramos grados de separación. Subimos a la montaña y reclamamos todo el territorio que abarca nuestra mirada, míseros colonos. Queremos lo más cerca allende el horizonte, al otro lado del mar, fuera de órbita y fuera de los cúmulos en torno a cuyo eje gravita el firmamento, a miles de millones de años luz, allí donde el tiempo no tiene razón de ser.

 ¡Ah!, pero no es la distancia crítica que esconde lo visible, no es la distancia interestelar y tan modesta, no es el vacío inocente que separa los mundos y sus responsables giros, es la distancia literal, abrasiva, crujiente, movediza, es la distancia que golpea con la mano abierta, la distancia que nos lleva de la mano y, de repente, nos arrastra por el suelo y nos tira del pelo y, de repente, está ahí, tan cerca de nosotros que notamos su aliento y nos abruma su rancio perfume y su carmín nos repugna. Y más.

¡Es la distancia! Pues la distancia es peso y besa en el vacío, besa en el espacio que ya no es ocupado por el cuerpo: sobre ese agente libre, deposita su ósculo imprudente, inclemente y brutal. La distancia, que no tiene tamaño, es el eco de un grito, es un discurso en todas direcciones.

Ya hemos aprendido a sujetar dos puntos con la mente y a mantenernos quietos en el centro, a manejar dos mundos con las manos y a quedarnos muy quietos de repente, sin despertar al monstruo que duerme cada vez más cerca. Hemos aprendido a estar solos sin saberlo -sin estarlo-, en la distancia.

domingo, 19 de agosto de 2012

los atributos de mi exilio (IV)


¿Tal vez el desamor?

Cuando el amor es tan inaccesible como un horizonte de sucesos, cuando el amor es una estrella que se encuentra a cientos de vidas de distancia, cuando un beso de amor..., cuando sentir el roce de la hermosa carne de sus labios rosados es nada más que un sueño, una entelequia, y una caricia suave sobre su armónica mejilla de terciopelo parece un anhelo imposible, un deseo irresuelto, cuando, en fin, una palabra de amor, una declaración fugaz es una ofensa, cuando decir te amo desata una tormenta, cuando expresar un sentimiento blanco es poco menos que proferir una horrible blasfemia, un insulto que exige una reparación mortal, entonces, es cuando el amor se muestra en toda su radiante plenitud. Cuando los ojos usurpan el trono de las manos libres, su cálido tacto, el poder curativo de los labios y el mensaje febril del corazón, es cuando el amor, sin duda, brilla en todo su esplendor; despojado de toda acción que vulnere su esencia inmaculada, el amor florece, en el afán de su estricta negación, como una rosa sin una sola espina, como un árbol gigante que alcanza el cielo en un instante oscuro y nos hace desear una felicidad menos completa, más terrenal y compasiva, una felicidad que nos arrastre por el fango del deseo impaciente. El desamor es, pues, también amor en cuanto que lo abarca, lo implica y se define en su ausencia, que es presencia arrebatadora, pálpito desbocado, sudor frío, delicadeza extrema, un sentimiento trágico de pertenencia al infinito, de reunión, un sentimiento religioso de desvalimiento, de penuria y soledad, que, sin embargo, resulta inusitadamente reparador, redentor en toda la extensión de su rebelde significado. ¿No es el desamor, acaso, un vacío de amor, un vacío cargado de energía, un campo de sueños que dota de cariño a los pequeños gestos, aunque quien los dispensare no tuviera conciencia de su verdadera importancia?

Por eso el desamor (tal vez lo sea) es otro de los atributos de mi exilio, porque amo con tal fuerza y tal pureza que mi amor supera su concepto, excede su misericordia rehabilitadora, su función de espuma y me convierte en un mártir de la melancolía y me rellena los poros de una solución mágica, poética, un remedio heroico que me permite el vuelo de los ángeles y la fatalidad de las olas del mar, la voz del viento creador y el silencio de la piedra permanente.

Amo porque el amor no existe, porque lo que llamáis amor ha sido visto dentro de una lágrima, en su interior tan húmedo, y solo existe allí donde jamás se ha visto cielo tan hermoso. 

sábado, 18 de agosto de 2012

los atributos de mi exilio (III)


¿Es el amor otro de los atributos de mi exilio? El amor encierra una verdad platónica: que no existe. El amor, en realidad, es compasión. El amor significa, paradójicamente, una mirada interior. El amor, tan externo, tan aparente, tan rematadamente loco por la belleza que nubla los sentidos y perjudica la razón, esconde una forma de llamar la atención sobre lo oculto de nuestros corazones, de nuestras mentes. El amor es todo un pasaje íntimo que no tiene ligazón con ningún tipo de belleza. La belleza es aquello que nos motiva y nos agrada, lo simétrico, pero el amor no agrada, desmotiva, ennegrece, no libera sino encadena, no es bello sino terrible. El amor no encierra ninguna verdad, solo un intento compasivo, apenas un esbozo, un tiempo para la compasión, que es el verdadero objeto de todo amor. El verdadero interés del amor está en la compasión. Uno dice que ama y solo está buscando la mirada profunda, la compasión, la compenetración más perfecta con otro ser que pueda captar lo que los demás que no llegan a amarnos no son capaces de ver en nuestro interior. No se busca el placer en el amor, que suele traer dolor y decepción, se busca un recorrido íntimo, un caudal de solidaridad, un espejo fraterno. El sexo es un efecto del amor, pero está condicionado por el instinto de supervivencia, por el animal que nos habita e impone su pasión desorbitada a nuestros actos. El sexo no reside en la naturaleza del amor, no está en su centro, sino en sus aledaños, en su periferia, en los ojos que buscan simetría, perfección, que buscan la simetría del universo con sus redondeces planetarias y estelares, su rotundidad galáctica, el tamaño, la velocidad, todo aquello que nos maravilla y nos hace encogernos y nos transforma en pequeños seres bíblicos, animales domésticos de un dios degenerado.

viernes, 17 de agosto de 2012

los atributos de mi exilio (II)


Los atributos del exilio se gestan, se obtienen en la infancia, que suele ser un territorio plagado de minas personales, repugnante, pues. Oh, cómo admiramos y odiamos y nos sorprendemos. Oh, cómo admiramos a los que confiesan su niñez dorada, su tiempo de felicidad, niños felices con madres felices y padres entusiastas. Padres sexualmente compenetrados que no tienen que descargar sus frustraciones diarias, semanales; padres con trabajos bien remunerados que se satisfacen mutuamente, que follan y se divierten y no se ven obligados a depositar su odio en los pequeños dioses que ellos mismos han creado. Oh, las mañanas azules que no terminan en llanto, que no dejan el regusto salado de las lágrimas, el ácido regusto del dolor que se comparte a solas. Las mañanas en las que es posible una felicidad no oscura, no salpicada de sangre, no romántica. Mañanas felices que preceden al sosiego de una tarde cualquiera de domingo, vestida de domingo, una tarde interminable, como esas tardes duraderas y tremendas del verano, llenas de sol auténtico, de sol variable y homicida, de sol abrasador pero molesto y duro, y violento y revolucionario y de sol que quema los brazos y la cara, pero deja respirar. Un sol que permite la respiración que no bloquea las palabras ni los gestos, un sol, en definitiva, que se deja querer, que, simplemente, está ahí, atravesado en el cielo, colgando, sin reclamar a nadie un salto, una oración. Uno de los atributos del exilio que nos abarca ahora es, pues, el sol de la tarde, o los soles de todas las tardes, cada uno distinto del otro, uno salpicado de sangre, otro salado con el regusto amargo de las lágrimas, otro sol más sádico y recubierto de maldad, como una cúpula maligna dando señas de aburrimiento. Negamos a los que recuerdan su infancia dorada, los ponemos en un aprieto, les exhortamos a decir toda la verdad..., como si eso fuera posible, como si alguien pudiera decir no ya toda la verdad, sino solo una parte exigua, un retazo de una verdad que abrasa, que calcina, que es un tatuaje en el alma que no existe y es, por tanto, indeleble en su inexistencia, en su limbo, es indeleble en el vacío de nuestras vidas, de nuestro pasado tan turbio como claro y rebosante de luz, de esa luz indeleble, primera, primigenia, personal, la claridad que abruma, que aburre, que es tan aburrida, tan poco favorecedora, tan aburrida como una tarde interminable de verano.

miércoles, 15 de agosto de 2012

los atributos de mi exilio; parte primera (a Mahmud Darwix)


Lo importante es reconocerse en el exilio, reconocer, exponer, dilucidar los atributos del exilio.

Mas, ¿cuáles serán los atributos de mi exilio?, si todo es exilio en mí, si desde niño el exilio es mi patria, la única que reconozco, la única tierra que me acoge, la tierra donde no hay nadie más que yo, la tierra vacía, oscura, el pedregal donde la ansiedad es una forma de respiración que permite el sosiego, que garantiza la náusea solitaria, espesa, única, si esa tierra de ansiedad y miedo es el único lugar donde me siento seguro. Un lugar, una cueva lejana, un agujero en el suelo de la casa paterna, un agujero que no es una ventana para asomarse al vacío.

El exilio es una ventana para asomarse al vacío, una llaga en el espacio, un centro oscuro y lleno de vergüenza.

Es duro el exilio, hace falta una gran concentración, una voluntad de hierro, férrea, inhumana, es precisa una determinación de oro de ley, valiosa, orgullosa y vergonzosa a un tiempo, a la vez nítida y borrosa, una determinación diferencial, estoica. Hace falta ser libre y esclavo, un esclavo sin sexo ni remordimientos, un esclavo sin trabajo ni ganas. Y, así, se llega al arte, se llega sin dormir todas las noches, o durmiendo cuando el sueño es el último refugio del canalla que eres, de la escoria que eres, repudiado y ridículo. Es el precio a pagar. El precio es que se rían de uno, que la gente te señale con el dedo, con un gesto apremiante de la cara sonriente, que la gente sonría y mire a los ojos buscándote el rubor que sale de la garganta o del pecho y enturbia la voz y cuaja y desnuda los sentidos y te deja indefenso ante la masa estúpida y más inteligente que uno mismo. El rubor es la patria del exilio, una patria sórdida y terrible que se ve invadida de continuo, invadida, saqueada y abrasada, que ve cómo las banderas de otros reinos ondean a placer en su castillo. El rubor, pues, es uno de los atributos de mi exilio.

Pero se llega al arte. Y por el camino del arte se llega al desprecio absoluto, al momento de la superioridad, al infame momento de tomarse una reparación, una venganza superior, de contraatacar y vencer y liberar las tierras ocupadas por esa tribu de titanes menesterosos y humildes. Se llega al arte y, por el camino, se dejan los cadáveres pudriéndose al calor, se pisan los cadáveres del pequeño enemigo, del enemigo insignificante que no entiende, no sabe, no vive tampoco. Entonces, el lugar se ilumina, la cueva tiene otro fondo, una salida no platónica, la caverna que tanto descendía, torna a ascender, sube infinitamente al cielo y escupe desde su eterna altura, vomita sus necedades ilustres, sus bocetos artísticos, sus novelas, sus versos elegantes, interminables versos.

El camino del exilio conduce al arte, el exilio es, pues, artístico también, tiene un componente de belleza y verdad. La belleza está en el sufrimiento, no en otro lugar, nunca en otro lugar, en ningún lugar más que en el sufrimiento se encuentra la belleza. El placer no es bello, no hay belleza ninguna en el placer ni el triunfo, ni en el poder, ni en el sexo, que no deja de ser un poder en la sombra. La única belleza está en la lágrima, en la humillación tremenda, en el golpe seco recibido de pronto, ahí es donde resplandece independiente, ahí reside, solamente ahí, donde mana la sangre, donde se escucha el grito. No hay más belleza fuera, no la hay, nunca.




viernes, 10 de agosto de 2012

gombrowizc viaja al este


acción


se busca peón sin mueca alguna
para confra... ter... nizar...


el señorito lanza su reclamo burgués
con el encanto de la fresca socialdemocracia

            tajándole la facha cierto ridículo gesto


queremos al fulano
sin su Novotkannaia
joven   esbelto   fuerte
                                               poseído
                                               de su incultura mágica


reacción      


inadmisible


qué menos               que una princesa soviética
                                               
para cada facha trabajadora

por cada facha azotada sin aspaviento alguno
una princesa
soviética
o un aviador


                        confra... ter... nizaremos...
                       
juntos diremos nuestra palabra en la historia

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