domingo, 29 de enero de 2017

Saxberger en el cubo de la basura


¿Y si Jordan no lo quisiera? (a quién?). Al poeta. ¿Y si el milagro no                ?
El poema no contempla esa disminución, dicha disyuntiva, no considera ese espaldarazo inverso. Ah,
tenemos a Saxberger en esencia haciendo pinitos ridículos en el cenáculo
juvenil, excitado ante las atenciones de la actriz madura,
madre artística,
crítica mansa.

Nos encontramos sobre el escenario ideal para la representación de la impudicia
sentimental, el sentimentalismo. Noname Gipysy suena
despacio con esa resolución inmediata de mil píxeles guapos (la verdad es que no necesita a Chance). El poeta
(Saxberger) quedó encallado en Nas. Por eso Jordan
observa sus progresos sociales con cierta resignación, indisimulada
alegría y fomenta la fobia, es decir, el ansia renovable, esa energía del montón hueca de contenido,
cuántica en el sentido metaliterario del término, esa carencia
estricta de sorpresa y seducción política, de ilusionismo y poesía real.

El parque no ayuda, no ayudan los vítores bajo la fría ventana ni la coba, el elogio
difuso y coyuntural. Gris dibuja su enorme presencia disuasoria
y ya está. Contra el trapecio sudoroso de la noche, la bestia engrandece su leyenda, fabrica nuevas
aventuras en el inconsciente selectivo del gang.

Si Jordan no ama ahora, no es porque no. Si tal vez amara un verso
minúsculo, de quita y pon, una sombrilla en el lenguaje cegado por el sol, una manada de letras
regida por el canto. El espectáculo sería: Ella Dueña de sus Labios.

El poeta es Saxberger y se le nota el frac debajo del oído, se le notan de lejos las viejas ambiciones, esos andares
patos, retales del paso noble, aquel uniforme prusiano en la materia que volaba las rimas
como si fueran profundas carcajadas del arte, fincas de retiro donde escuchar a Bach o tropezarse con un Goya
indescifrable, donde ser de golpe el príncipe y el moribundo, la enfermedad y el éxtasis.

Vemos al poema de amor volando en círculos bajos, cuervo americano, seriamente
perdido, exmarine, exboxeador, extenuado y bueno para nada. Basura blanca en el cubo de la basura de la vasta
cultura desbordante. Y Jordan que recuerda y vuelve,
luego se va del todo, pero vuelve
y su corazón derrama un prodigio de sangre encantadora, una forma
de sangre que se mueve con el crujir del tiempo y guarda relación con la confianza,
es coherente con el aire que inunda los pulmones al trasluz,
la boca de palabras nunca vistas,
las manos con el oro de la música
y el verbo.



viernes, 27 de enero de 2017

actitud


Ese hombre lleva una plantación en el alma: miras hacia arriba y es azul.
El algodón existe, es del color de la sangre
o más sucio.

Hay un Cantante de Gospel en mitad del desierto, estornuda y cumple una misión; los inválidos
siguen la estela de su movimiento, cada sonido les resulta en verdad reparador. No es tarea fácil
competir con la chica-milagro: en el parque hay una sola
red sanitaria que está en su manos ligeras, su piel medicinal, en su voz incomparable,
más escorada hacia el puro soul de los antepasados
y sus dedos como ramas de un árbol de fuego, los dedos del pianista en la antesala de Auschwitz, al pie de las cámaras,
sonriendo como niños en la puerta del jéder, como niños nacidos en cautividad.

La feria de los monstruos ha llegado a la urbe, es decir,
se ha detenido en la entrada del parque esperando su turno; tampoco es que el góspel hubiera dibujado su música
con fingido entusiasmo por la divinidad. Ni ha degenerado la belleza hasta el extremo
tosco de la simple grafía, la foto de familia hecha pedazos en el bolso de atrás del pantalón.

Del campo maternal surge un géiser de sangre, un hervidero. Las chicas dan vueltas alrededor del chorro
empapándose de esa materia densa, ese color perpetuo que las rejuvenece
y las devuelve al hábito cristalino de la inocencia. Qué dulce la hierba en la frente del ángel,
qué turbiedad de sus benditos ojos arrojados al cieno de la vida.

La música vierte su cadencia, toda es un fatídico hip-hop
por casualidad armado de luz, amurallado. Lo más trascendental en este momento que sucede a la vez en varios
universos a una multitud de seres tibios que llevan cadenas enrolladas al cuello y camisetas
de algodón nativo hechas a la medida de algún gigante perezoso. Es lo que más se lleva en esta
industria vacía de lo extraordinario.

Plantas una rabia y te crece un beso entre los labios, que tú lo pisoteas y lo rajas y le susurras
obscenidades, le sacudes ganchos de púgil, y es que estás preparado
para el parque (donde nadie conserva un nombre completo).
Parece que el Cantante de Gospel no tiene nada que hacer contra la chica-milagro –dura estrella emergente–
que le tirotea –en parábola– y convierte su santidad en el eco póstumo de un derrumbamiento,
la gloriosa codicia que invade su mirada, en un incendio grave y destructivo.





miércoles, 25 de enero de 2017

contracultura de evasión


Prófugo, qué digno espectro. La huída convierte la felicidad en trauma,
ridiculiza el paisaje. Ves a los judíos confinados en Alaska; el tercer Reich
desfila por la décima avenida.

Cuando la retirada parece la única opción, la última
oportunidad… Cerca de Figueroa, en Highland Park, la resistencia contamina los ríos
con fórmulas secretas, las minas rizan el pasto… La intelligentsia ha dado un paso al frente
antes de entregarse a la retórica sucia del negociador.

Escapar como un pequeño animal, un insecto que se escabulle a su manera; volver al parque
dócilmente a fumar tan cerca de las nutrias, ocultarse tras la modesta
roca, el fúnebre telón de la cascada. Desplazarse
hacia la propiedad del horizonte, fundar un catálogo de nubes en desgracia, leer
a tientas el manual del microondas, hacerse electricista por correspondencia y no pasar de la introducción sin un calambre;
crear un arte perfecto para el hurto. En resumen: dar buena conversación.

El parque es un problema, (porque) los desertores pasan con los ojos abiertos por la espalda,
son almas en fuga que prometen un espectáculo abrumador. Ahora que habría hecho falta un ángel…
(sin suspicacias) las avenidas terminan en el descampado de siempre, los autos fantasean con semáforos
culpables; paredes continuas festejan la trastienda de la desolación o acaso murmuran
aleluyas y redes con contrato eventual, son edificios bajos que han sobrevivido a la primera fase, a la segunda
frase del poema favorito de la ignorada crítica.

Es una bendición para la banda: el anonimato. La cultura del gang que ha aparecido como un fantasma
simpático en el barrio; la declinación del tiempo ha reverdecido las fresas del lenguaje; oh, lengua cultivada y feliz,
desnuda ante la espada. A la luz de las ráfagas leyendo la novela del siglo, escondidos en los contenedores,
dentro de un cubo de basura con la pistola cargada y el corazón lleno de amor.

Verla (solo a ella) caminando entre recuerdos de-otra-vida-sepultada-en-vida;
su vida diferente del casino celestial, cubierta por una forma de humo casi humana, tapada por dos metros de palabras,
sumida en su procedimiento.

La fiesta en sus caderas no evita el tímido desplome de sus ojos, aquel color y este
púrpura natal en su mirada. La prolongación del rojo hasta el dominio de la filosofía (y sus consecuencias).
Maniobras de evasión, literatura de evasión,
evasivas para no confraternizar con los poetas agazapados contra la oscura superficie del miedo. Un canto
generoso, su copa de belleza llena de sombras hasta el límite abarrotado del sueño,
una línea trazada por todo el sur del mundo verdadero.





domingo, 22 de enero de 2017

el orden poético de la realidad


Donde el novelista pontifica el caos, el poeta advierte un orden superior. La realidad,
a pesar del segundo principio de la termodinámica, de la historia y el cuento, muestra un control exquisito de sus componentes legales: leales materia, espacio y  tiempo. Tan es así, que el poeta
debe recurrir a la ensoñación,
la metáfora y el pasado vuelto del revés, trucos de enviado especial, añagazas leves,
inquisiciones sin retablo y brujería doméstica, para enturbiar la disciplina de la física, la endogamia de su ley
de leyes, la constitución inmutable de su escena.

Intento y compilación de pareceres, de caracteres únicos; el poema reviste su envoltura de membranas
cósmicas, se presenta en fila india de signos
pisando la moqueta del lenguaje con las botas sucias de haber estado en silencio
durante una eternidad de ingrato alcance. La pretensión del escritor de éxito, su manera de calzarse las palabras
a la fuerza, de dibujar un corte transversal del opresivo ambiente y su corona,
su altanería prosaica; ah, él ordena los productos auxiliares, coordina
puntos cardinales, ajusta los patrones de medida,
establece pautas alejandrinas para toda la naturaleza, caminitos de asfalto.


Jordan habla con el poeta, que sostiene un monasterio de emociones adversas, es
el contrario por definición. Ahora lo ha focalizado fuera de sitio, con los pies en la tierra, pero no le pregunta
por el verbo, por el verso ni por la compensación. Oh, es que quiere contratarlo para un evento
furioso cualquiera, un recital enamoradizo que tiene programado entre leones.

Se nota un poema decadente, indecente por la parte que le toca; sugiere
dobles figuras, doble pareja de ases y renuncias, algo para soñar. El primer verso apuesta por la sensación,
se contiene como una línea de puntos suspensivos o un cordón
policial, hace pellas de significado, es una figura literaria común que, sin embargo, abarca
un prieto universo de pantallas tristes.

Donde el novelista sanciona el caos estridente de los sucesos armados de simultaneidad y relativa conciencia,
el poeta conserva la razón, aguanta el tipo como una estatua
bajo la voluminosa lluvia de abril, reivindica la forma frente a las correcciones. Si Jordan ha visto
nacer una obra maestra mientras se comía el bocadillo de mañana y no se ha desmoronado
el cielo sobre su divino gorro de lana blanco y rosa, si ha escuchado la explosión de un millar de ilusiones sin retorno
y ha retenido en su memoria un desfile de legiones pacíficas. Ya sabe que el amor
es solo una presencia en el tiempo, apenas se conjuga en el más recóndito futuro perfecto de la soledad.




viernes, 20 de enero de 2017

destitución


Hay una soledad que escarba, viene de muy dentro
o de muy lejos; se nota en la serenidad de los paisajes que va destituyéndose, pierde
color en las tres dimensiones del pasado.

El parque no es ya una nación, tampoco representa ni decide. Las muchachas
latinas recorren la piedra nimia del sendero con una formación solar en la mirada, su frecuencia
aterra, sus manos vuelan como láminas de lluvia. El rap presiona hasta que abres los brazos y dejas
escapar un pedazo del alma colectiva, una ráfaga de expiación.

Jordan está y como si no. Tan guapa y tan de aquel
sueño, tan nueva y tan nocturna como un asalto a la comisaría del distrito,
tan literaria como un diapasón en la memoria. Queríamos un libro y ella tenía la razón, el pretexto
invencible, la imaginaria en ciernes sobrevolando su espalda victoriosa; y detrás un ejército sombrío, capitanes
abyectos, héroes americanos, camareros con tres idiomas y una maldición. Esto es el cómic que viene de contrabando
como toda la clase; y ella, con la clase y el verbo,
curándose de espanto en una viñeta genial.

Hemos visto al poeta echar el resto al son de una balada canina, el recuerdo de aquella exageración de números
musicales: chicas británicas asediadas por las injustas leyes del mercado,
invitadas a tomarse un litro diario de hip-hop
industrial. La Luna está mejor, Jordan, no pide tanto.

Esto es por ser chicana en el parque y no llevar pistola. Y no llevar dos alas de repuesto. Buenas
dosis de realismo salvaje, la religiosidad entre dos fuegos –ambos infernales. Cuánto profeta insípido;
antes encargados de gasolinera, espías del gobierno, antes víctimas de su propia ambición. Vas por el campo,
que se extiende por la ingravidez de las maquetas y la virginidad del cielo empaquetado, y le das
una patada al balón de oxígeno del gánster, le pegas un puntapié a la poesía
diáfana que pinta los relámpagos con la risa del cuervo; te agencias una rotación y escondes mil galaxias tras el vértigo.

Hay otra soledad que excava el fastidioso hígado
de los perdedores y se alimenta del éxito que suele preceder al arrebato. Pobre
poeta místico, ¡mira que creerse la palabra!, preso en el área gris de una melodía excelente,  
partido por la mitad ante la página alegremente impoluta, torcida en los renglones del odio.

Alguien ha saltado y aún no toca fondo, el milagro consiste,
pues, en ser testigo de la catástrofe. La gente aplaude y hay quien dispara al aire
con mala intención. Desde que los ángeles muerden el polvo como obreros, la pura voluntad ha caído en desgracia.




martes, 17 de enero de 2017

dulce balada general


Como un poema si tuviera sentido, un retablo de rosas cardinales,
así suena el amor. El dulce amor ha surcado el continuo despertar de los astros, ha modificado
su romance. Se corrige y es perfecto, yerra y luego. Despierta. Ahora despierta y es una mariposa en la órbita
de un tiempo profano, muere para volver a morir. Muere y nadie más.

Nace en el parque el sonido correcto, se estremecen la pérgolas, noches de penumbra
caen como telones de abril, coronas de difuntos con sus estelas
doradas, sus letras de pasión. El poema siempre ha pertenecido al trance, ha sido nombrado en los umbrales más sórdidos
de la construcción, deconstruido y vuelto a rematar con gracia:
castillo de arena con tejado de zinc (para entrar a vivir). La barriada tuvo su momento y su distracción
aquella, su querella popular y su quebrantamiento. Las muchachas cruzaban la calle sin mirar
al cielo, robaban clima en el supermercado, eran azules en secreto.

Hoy Jordan se ha levantado con el pie derecho y se prepara para dar el contrapunto a la melancolía común,
parar obrarse. Sin maquillaje, la cara lavada, peinada contra una drusa escénica,
con un verso roto entre los dientes y una forma de pensar. Lo de nunca: a departir un hueso, a sembrar
monedas en la máquina de frustrar realidades.

Su amor a la distancia que tarda un poco de luz, un sello de luz
comprometida –carpe diem– con el Arte. ¡Espera!, que el Atlántico le ha traído un regalo a las doce en punto del reloj:
lo abre y encuentra un refugio interior, hueco como en otra catedral,
altura y garantía, el campo superpuesto que genera partículas seriales, besos en honor a sus labios desarmados.

La canción ha dicho amor sin decantarse, sin levantarse del desfiladero. Por eso los poetas mueren jóvenes
aunque vivan cien años, porque el verso estimable apenas rubrica la herencia leve –decorado genético–
de una vida envasada al vacío, desperdiciada y todo, y, si luce, no sirve a su propósito,
si suena como una balada elegante, no sirve a su patrón. Literatura y vida
juntas por el mundo, héroes de Crews, líderes paranormales.

Cuando el Cantante de Gospel llega a Enigma hasta los perros saben qué no hacer. Cuando Jordan
entra por la puerta del poema (ensayo general), la población aumenta en un segundo; los ruiseñores pintan un arco iris
pasado por la batidora del ritmo y las chicas rodean el cordón de las palmeras como si fueran a sacarse una fotografía
sin dejar de reír. Dulce Amor, corazón carbonizado. Y sin dejar de reír.




domingo, 15 de enero de 2017

¡a ver el hielo!


También en otro lugar, otro campo. Donde los edificios se masturban en realidad, estiran su aparato,
son rascacielos perennes. Donde la bestia fluye despavorida, la hierba
dice ‘campo’ sin que le tiemblen las plantas, el ángel
tiene sed y duerme boca abajo.

Fuera del parque el frío es pegajoso, el agua se congela en perlas de silencio, los ángeles conjuran el fuego
del volcán; la bestia dice ‘ahora’ y es un momento agridulce, como para pasar a la acción, para reaccionar.
Fuera del parque la derrota compite con el hambre, el campo
reverdece boca abajo; no hay un tren que llegue tan remoto, que alcance tanto sur.
Venga, ¡a ver el hielo! –dice Jordan en un parpadeo
porque no ha salido aún, sigue mirando a través del espejo, despejando ondas gravitatorias de verdad, la expansión
de la belleza condensada en letras diminutas, tan cursiva.

Trece metros de nieve. Crece la nube que forma todo ello y descarga una lluvia de billetes
color salmón sobre la Luna. Esta tierra es tan pobre que ha desterrado cualquier sucio-amor, cualquier amor siquiera:
la menor proporción de un beso quizás haya sido desviada a otro tratamiento. El polen
ha empezado a brincar desde la superficie del verso. Fuera del poema,
las rosas languidecen como tapices de espuma, riman con la ilimitada fe de un muerto, tan solas.

Jordan dijo: ahora y una rosa formó su barricada, levantó las manos y se dejo morir,
quiso morir sin sangre entre las hojas. Mientras, el ángel cantaba su melodía un poco por cantar, un poco
a ver qué alma, dejándose caer por la pendiente maliciosa del ritmo como un director de orquesta interactivo.

Y el amor se mostraba como fuera en aquel otro lugar escandaloso. Era en otra dimensión
gigantesca, alta para no ser percibida, ancha igual que el mismo universo lejos de sí. El amor era un animal corriente
con sus venas hinchadas de sangre azul, su carmesí violento
y su mazmorra. Sacudías una alfombra y saltaba una declaración, un anillo de pedida, un vestido de novia,
doblabas una esquina y el mundo perforaba su pasado en todas direcciones.

Entre personas felices que acordonaban palabras, el poema reformaba su instinto. El ángel tomaba velocidad,
y era vertiginosa el agua. Retirados de dios eran los días, y las mañanas eternas transformaban
el tiempo en rollos de prosodia, los mitos en fonemas. Por ese lado, Jordan
compartía su acento y su cerveza con los pesos pesados del infierno. Detrás del aire, había dónde hurgar:
modestos edificios espigados en una estimación de la elocuencia.



Reverie Foto en Berlín.

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