sábado, 7 de agosto de 2010

jamaica-nueva york

Jamaica-Nueva York es una línea caliente.
La conexión del reggae y el hip-hop.

Damian Marley y Nasir Jones rapean con brillo
desnudando la mediocridad aplastante de los cuarenta principales.
Interpretan sus poderosos himnos con seguridad profética.
Presentan una música apoyada en el mito, como un retorno a la palabra África.

Nas y Jr. Gong graban su impronta libertaria en un compacto de vinilo.
Van a la raíz. Desde la Avenida Lenox y los suburbios de Kingston,
certeros, teatrales, a Portobello Road
y el resto de lugares decentes del planeta.

Hacen de la fusión un arte, comunican un sueño demasiado profundo,
llevan la belleza de las voces del sur,
cargan con el pesado verbo de los desposeídos.

Ritmos que descoyuntan dólares y precipitan euros al vacío,
sonidos infecciosos que arrasan con la elocuencia vírica de la reconciliación,
auténticas canciones del verano para este dilatado fin de siglo.

Damian Marley y Nasir Jones manejan un idioma universal,
es la lengua sagrada de la palabra África,
y posee una fuerza continental y plena
que surfea sobre el engañoso significado de las verdades absolutas.

Jamaica-Nueva York es una línea caliente.
La conexión del reggae y el hip-hop.

Nas y Jr. Gong hacen un alma que gira a cuarenta y cinco revoluciones por minuto.


                                          'Distant Relatives' Nas & Damian Marley (2010)




domingo, 1 de agosto de 2010

la poesía ha muerto

La poesía ha muerto.

Dicen que ha muerto el arte de caminar el mundo de puntillas
sin sublevar la permanente melancolía del tiempo,
su despótica tristeza.

Dicen que ha muerto el arte de romperse, el arte de caer y revolcarse,
el don curioso, el presagio honorable, la diestra de dios padre
o el color de la tierra del olimpo:

que ha muerto alanceada y torturada
tiroteada en un motel de carretera
apuñalada por el joven bruto
envenenada con tacón de aguja
que ha muerto ahorcada en su corbata sedicente
sublimando su célebre fatiga

(y hasta Nas dice que el hip-hop ha muerto, con una rosa negra entre las manos).

La poesía ha muerto.

Dicen que sonreía recitando el poema y chocaba las copas con el rictus encima,
vestida de domingo, con el justo perfume, el maquillaje justo
y las justas alhajas titilando su pátina de abril,
que rimaba cursiva y flagelada, al margen de las páginas,
y se dejaba llevar por la fortuna oscureciendo su gloriosa cabellera

(y luego, en un suspiro,
que el hedor a eternidad se extendía por los desabrigados horizontes
colapsando bandadas de garzas invernales,
y que la sangre, en su contorno inabarcable,
era un líquido huérfano y era el reflejo azul de un río bravo).

La poesía ha muerto, pero está dormida,
es libre de rodar o de pedir asilo,
libre de sacrificar el copioso rebaño de Calíope
o de enmendar la plana al propio firmamento

(y algunos dicen que su tumba es frágil como una plataforma de rocío,
como una formación de hojas de hierba).

el enemigo público nº 1.522

Necesitaba al mejor y más fiero abogado samoano sobre la faz de la tierra,
al abogado de Robert de Niro,
un monstruoso lince de los casos abiertos y los estrafalarios precedentes,
un vejaminista nato que aterrorizara a las chicas monas de la fiscalía.
No pudo ser.

Imposible dilucidar si el señor juez tenía esa cara de mala hostia
por animadversión hacia el reo o porque le dolía la barriga:
la defensa era una minoría silenciosa.
Por tanto, la sentencia fue lapidaria,
con el peso de una lápida aplastó el pacífico vientre del acusado.

En la enfermería del penal, una cura de emergencia, sudando de verdad,
con las noches en marcha y los pulmones fuera de servicio.

El Inocente nº 1.522, el Enemigo Público nº 1.522, el Tío Raro nº 1.522...

La mayor parte de sus colegas de infortunio se declaraban inocentes,
aunque a él, a simple vista, le parecieran todos culpables sin atenuantes,
carne de alegato machacante y unánime veredicto,
cómplices de las peores atrocidades y dignos de figurar con letras de oro
en el catálogo inicuo de los más buscados de América.

Desde luego, su posición era incómoda.
Temblaba desvalido sorteando los ojos llameantes de los hombres de frente y de perfil.

En la cárcel no hay gente, sólo miradas oblicuas
que fluyen y taladran la piel como agujas hipodérmicas
(la gente está en la calle, orquestando maniobras a favor de sus mágicas familias
y celebrando el juicio sempiterno de la libertad:
no está para canciones de protesta).

Su abogado de oficio, un tipo sobrio, le recomendaba paciencia,
pero no tenía tiempo para apelaciones.
Apenas discurseaba un poco haciendo referencias incomprensibles
antes de desahogarse con alguna de sus enérgicas iniciativas
(en su jerigonza, cualquier minucia procesal de mero trámite).
Cubría el expediente; un chico reservado
que aparentaba estar sufriendo un proceso de superación personal,
es decir, que se veía superado por las circunstancias.

Al cabo de un año, los pájaros seguían afeitando las mañanas con sus trinos
y los profetas médicos continuaban recetando infusiones de esperanza.
A un tiro de piedra, los árboles armados* de la primavera
(en pequeños grupos para no llamar la atención),
escoltaban la curva del arroyo,
donde la hierba soltaba escupitajos de rocío.

Cuando el fiscal se zampaba un solomillo a la pimienta,
el maco trasegaba sus migajas,
cuando empinaba el codo a mayor gloria de la legalidad vigente,
entre rejas se registraban incidentes violentos.
Una rutina pasmosa.

La vida circunscrita a un patio de monipodio.
Recordando a Víctor Jara,
fantaseaba con desalambrar los muros cananeos del establecimiento,
derrumbar las torretas panorámicas y escapar por el campo atardecido.

Necesitaba un cuerpo de marines
y un alma gemela a la del Conde de Montecristo,
una apisonadora de fascistas y también una escoba voladora.
Lo que no fue factible.


*Su glauca capellina y la panoplia entera.




Kitty, Daisy & Lewis, 'Mean Son of a Gun'

el efecto daw jones

Tomad ejemplo de romanticismo:
la hipersensibilidad de los mercados financieros.
Ningún enamorado alcanza ese conspicuo porcentaje de penuria,
ninguna decisión se muestra tan voluble,
ninguna acción se funda en tan forzada miseria conceptual.
Pese a ello, el comercio se estremece
y tiene contracciones como una embarazada, antojos de primeriza
que son fajos calientes de papel moneda,
resmas de pasta gansa condecorada por el narcotráfico.

Mafiosos que celebran fiestas comiendo pasteles con tradicional apetito,
oligarcas pálidos y bien alimentados
cuyas jetas superan con creces la dureza de los muros de Wall Street:
los chicos con las manos de cemento, las chicas con las piernas de cemento,
y todo cimentándose y llegando al éxtasis global.

Los amos del cotarro inundan los salones de lujo de los restaurantes
y son capaces de firmar con lujuriosa eficacia un documento cualquiera
mientras eligen el mejor vino o el entrante más adecuado a su estado de ánimo.

El nuevo enamorado comienza a darse cuenta de que la ruina es pobre
y acecha en los espejos con el semblante benévolo de una buhardilla en París,
amenaza los besos cariacontecidos,
amenaza los parques como una lluvia ácida.

La ruina se presenta con el careto de James Stewart en ‘¡Qué bello es vivir!’,
sin dinero y con un par de criaturas de la mano,
entonces, el inversor la dribla con un ágil movimiento de cadera
y el obrero testarudo apenas tiene tiempo de vomitar su reserva de bilis
antes de caer hechizado rodando por el fango.

El futbolista ha tenido una lesión y las masas se mesan los cabellos,
gritan como una especie enloquecida bordeando el delirio de la misericordia.
En realidad, son una especie protegida por la serenidad del infinito.
La gente suele ser metódica, incluso la que ignora el efecto del balón
y no especula con la posibilidad del gol, esa minoría salvaje.

Decid quién es romántico, el hombre genital de la pistola
o el paria con esquinas en los ojos,
la mujer que se alegra y cubre de carmín sus labios lógicos,
o la que disminuye su presencia hasta desintegrarse mientras camina por la calle.

La gente es demasiado personal, definitivamente.

El nuevo enamorado sale del monte de piedad y gira hacia la casa de apuestas,
los autos lo reconocen y parpadean sus faros colectivos,
el asfalto se adapta plásticamente a su huella diminuta, que se repite dinámica,
y los árboles le ofrecen su rango más urbano,
animales de compañía remolonean por los incendiados callejones,
nacen murciélagos con ramitas de olivo en los colmillos
y las nubes bordan un aterrizaje forzoso:
todo para que el dinero adquiera una dimensión heroica
y el efectivo acto de jugarse el tipo
implique nada menos que la consagración mitológica
de quien lo lleve a cabo sin condenar su inocencia.

Tomad ejemplo de romanticismo en la hipersensibilidad de los mercados financieros
y no dejéis que nadie se os acerque,
ni la corista que rompe su trabajo de amapola en el trapecio,
ni el aprendiz de brujo con su magia reciente.

Que nadie os diga que no es perfecta la música en esta casa de citas.

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