martes, 31 de marzo de 2015

pan comido


El invierno de marzo es pan comido. Se arruga el frío como un tazón de leche. La tierra muestra
sus capas: la del ganado, la del hombre, la del diamante. Gaia se desmonta a toda prisa,
¡torpe naturaleza! En el bosque hay bestias que arruinan el impresionismo, almas despóticas
que estimulan el gótico reflejo de las ramas en el lago, la arman con sus cometas encarnadas,
tintas en aire, demasiado chillonas para la ocasión. A veces, bestezuelas pálidas bajan a la ciudad
e invaden los parques; una sola es suficiente. Se agazapa, se acurruca, resiste. Aguarda el momento
divertido en que la muchacha acude a visitar las flores con su aroma nupcial y su liviana túnica. El cuadro
llama la atención, es recuperable; la escena se organiza en torno a la miseria de la senda: polvo de hojarasca,
leña, piedrecillas, hormigas y demás, los insectos zumban, aletean los pájaros y el viento desperdicia
su violencia. Parece que agoniza el invierno, es pan comido. Las oraciones giran en torno a la manzana
como las manecillas del reloj. El sol sigue en su puesto, aterrador. La bestia cree en dios, cree en el sol que
marchita los prados, una bola de fuego desquiciante, ajena al espíritu, exterior a la mentalidad del hombre
que imagina un sacrificio o una explosión de guerra, el impacto secreto de un misil nuclear, que puede imaginar
un mundo desolado. El infierno, sin embargo, está a la puerta de casa: y tiene sucursales. Las capas de la tierra
son como para vestir a una muñeca rusa: llega la capa del hombre dos metros hacia abajo, hacia la oscuridad
donde los cuervos se extravían y palpita el eco de la excavación. En ese cerco mineral, en ese espacio
intervenido se acumulan los huesos de mil generaciones, el estiércol, gordas lombrices, hay cadáveres
para todos los gustos. Porque el humus es fraterno, es un estadio general y próximo, color oxígeno nada verde.
A la naturaleza no le salen las cuentas. Marzo y septiembre son dos meses torpes, como de fin de ciclo.
En septiembre el calor se pega al suelo como un chicle, abraza troncos, tallos, suda en frío sobre
la soledad del roble, anuncia una debacle sostenida. La bestia de septiembre se desprende del pelo hirsuto y estirado,
muda de cultura, lee a Keats con ahínco y seriedad gremiales, desnuda el corazón ante los príncipes,
que alaban su entusiasmo, aplauden su hermenéutica obsesión, su exégesis privada. Hay una explicación
para la angustia, como para la industria, la producción en serie y la niñez. Álamos que pierden madera,
cuerpos que arrecian alma, surten de eternidad la modestia del cielo. Arriba, el sol, zascandileando auroras,
soplando nubes de goma. ¡Existen tantos dioses en realidad! Tantos que abruman; unos desangelados o marrones,
hechos de sobras cósmicas, de pobre léxico y vanas esperanzas, héroes de cartón piedra, otros lesivos,
modernos vengadores prestos a entrar en liza, en combate, augures, filántropos de la muerte, divos insignes.
Cada estrella es un paraíso grotesco, una divinidad atropellada. Como en cada arboleda una fiera acecha
la hermosura con ojos aprensivos. El humo y el papel adelgazan la mirada del ángel, su introspección.
Un rosario de charoles patina por las altas copas, endereza su marcha al ritmo contagioso de la luna llena;
la superficie del estanque conserva su tibieza hasta que rompe su rostro el canto que se apodera del sueño. La muchacha
procede de una casa en ruinas, su nobleza es un triángulo suspendido en el tiempo, ausente, sus pies baten
los charcos, besan el barro que endulza la vereda, su necesidad es un puñal de oro. Muy lejos, pasa el tren,
rápido y sin pestañear, su sonido recita el traqueteo de un verso, su sirena no anuncia la última estación, sino el regreso,
la vuelta al mundo en el abrir y cerrar de un libro escrito entre dos hienas. Oh, y la bestia se adecenta, se observa
en el espejo con sus mejores garras y el azul que maneja su estampa lidera un horizonte de pacíficos lobos
-formas ávidas de nervio-, la flaqueza que resuelve la percusión del hambre, calma la sed de olvido de las mariposas. 




sábado, 28 de marzo de 2015

el idioma del viento


Ha venido, y hay sombra; el sol no contribuye a disecar el mundo. Ha orlado, actuado,
verificado el mundo con esa sobriedad espeluznante, esa mirada huérfana
y esa frente que no se puede oír.

El mensaje ha llegado a la línea del hidrógeno. Es un mensaje de amor. Se oyen versos
que no están, arias particulares que alaban el concierto, monstruos que acechan
con miedo. La esquina se ha divorciado de su calle, ni se sabe sus frases, no completa la obra:
su teatro adolece de cansancio. La esquina es un proceso violento, bosquejado apenas, un croquis
del pasado o una esperanza ciega.

Porque sus besos no se escuchan ya entre el murmullo y el odio generalizado. La política o el arte:
elegid. Su arte es un plano inconsolable, una música recta entre las ruinas del aire, el flechazo
que desarma a la muerte. Su música es la fresa que nunca se pronuncia, muda como una hache,
enterrada como un hacha de guerra.

El cadáver del soul le ha ofrecido consejo a costa de la fama, ha rivalizado con ella al esconder la belleza más pura.
Keny ha surgido de la nada, su regreso es eco de una sombra. Ha ahorcado, tensado,
colgado su pulgar de una sonrisa: ha preguntado por todos. Porque su voz es un río que vuela hacia el recuerdo,
no contesta al saludo, impreca, regaña, se vuelca con usura sobre el pequeño cuenco, la fosa convenida.
Es una voz endémica para esta epidemia de silencio.

Cómo entender a dios si los ángeles plagian su famélico idioma, silabean sin prisa. El francés
se diluye por momentos, un reguero de locuciones híbridas; es latín, portugués (de un tiempo a esta parte),
un pensamiento acróstico que no guarda principio. Su lengua extraterrestre
diseña escarpados helipuertos para las naves que vendrán de sus párpados lejanos.

La canción se conforma con no permitirse un respiro,
jadea ritmo a contramano, se manifiesta en un sinfín de tonalidades, su paleta infinita
de poemas. Se atreve con el sueño y desliza su piano por la herida, el camino perfecto horadado en el bosque.
Qué pocas flores para hacer época.

Entre corvas de neón y lunes cinerarios, se cierran los negocios de una vida. Solo la promesa
no enunciada de un beso imprevisto hace soportable la espera. Entre las ruinas, Keny vocaliza mal,
se atasca en un refrán y pide algo de luz en castellano, algo de sangre en castellano, algo de amor.
Sus manos palpan el vacío, su boca abraza una serena incertidumbre;
pero en el verso no hay nadie, es como llamar a la puerta del infierno.





martes, 24 de marzo de 2015

ahora tú


Está lloviendo ahora, el agua quiebra la serenidad del gris. Tantas premoniciones
pero es la lluvia lo que surge como un deseo inútil, un ruego demasiado sencillo, sin ambición ni fuste.
En alguna parte, la lluvia lo es todo, el final de los dibujos animados, cuando cierra la puerta el autobús
y los héroes dejan su huella en el asfalto, su risa en el recuerdo.

Hay una lágrima que no se aparta de la tormenta porque pertenece al océano y no duda,
no busca tierra, sino espejo: quisiera ver tu rostro enmarcado en la sombra de la luna,
una noche más.

En la ciudad, las paredes han muerto y no hay remiendo, parche ni bandera negra. Qué nombre pintado
a toda prisa, trazo seguro, irreverente, curvas como hélices de plata. Es tu nombre en un círculo de espuma,
diferente a los éxitos del barrio; es la proclamación de tu reinado. Barre la lluvia la felicidad de tu belleza
que se transforma en cumbre, ramo de nieve alta, una belleza sin tregua,
triste como un beso desatado en silencio, dispuesto a sangrar por los ojos como una imagen.

Tu fuente lima de resonancia el aire; bases propias y una lengua de letras masticadas con dulzura,
lentamente. La sangre en las rodillas que apenas se dibujan, restauradas y firmes,
huesos en forma de materia gris, hermosos huesos finos como pómulos, tersos a la luz del alba que despierta.
Se trata de una música en tus labios que sube de volumen, permanece en la foto fija del universo oscuro,
este grupo local. Si la lluvia es el stardust en síntesis y en serio, esta broma del cielo enamorado de sí,
tan egocéntrico.

La existencia, en su conjunto, prevalece sobre la intensidad de los mensajes que auguran el desastre.
Este mundo es un vórtice, el delirio de un dios agigantado por la historia.

Y el poeta que aprende a no decir tu nombre, a no decir palabra, a conjurar promesas sobre otro libro blanco
y descifrar secretos en la frecuencia ideal de tu mirada. Cuánta verdad
se equilibra en tu boca, cuánta se divide en tu seno, enardece la delicada piel de tu mejilla,
profetiza la llama de tu cabello azul.




sábado, 21 de marzo de 2015

pequeña K


Así es su corazón nuevo y fragante, esta pequeña alondra
que se va.

Sin embargo su idioma se volvía terrible por completo, se ignoraba de cabo a rabo, oh, inocencia amordazada,
qué látigo vocal inofensivo. De pe a pa se explicaban las notas como sílabas graníticas o mármoles
sinuosos, de veta cálida, rama soportable. Nada más simple que la confusión,
la sencillez extrema de Babel, el sentido final de Babilonia y sus conquistas apodícticas, su certeza radical.
Solo cabe una verdad, y no se entiende, debe estar fuera de alcance, fuera de la galaxia y las galaxias,
suelta en su predio redimensional, sentando cátedra.

Pues ella no capta la costura del verso, la inconsistencia fatal que permite su encanto. No atiende al fenómeno
demente que transita su holgura, la hoguera dorada prendida en silencio. Esta perpetuidad
equidistante. La sangre, esencial y heroica, no oculta su importancia. Una copa de sangre
brilla junto al mar, encoge, se moja los tobillos en el ascua esmeralda.

Pequeña K: la forma de su aliento se propaga como una insolación, obra su eclipse sobre las mariposas.
No hay lengua que contenga su lengua torrencial, su texto formidable.
Sobre el papel, un alba tranquilamente dibujada a mano con la cera virgen,
una legión de emperadores dibujada a pulso en el infierno.

A veces ocurre que una construcción afortunada supera las barreras impuestas por el clima,
sitúa la vorágine un punto por debajo de la media coral. Se produce un destello en la conciencia, menos
que una reacción en cadena, un simulacro de discernimiento, y el amor asoma su recién
cortada flor por la tronera del alma, su rosa prohibida.
Una palabra crea hogar, otra enciende la gloria para gloria del humo, que se eleva aprobante.

La meteórica ascensión del verso hacia la absoluta pobreza, ni misterioso ni oblicuo, incomprensible
o escrito sobre el agua turbia de la balsa, el pozo acostumbrado a la reliquia y el hueso. Mas, ¿qué sonido pondrá cerco
a las torres secretas de su corazón? Su corazón tan puro como una mermelada de rocío.
Pequeña K, reclinada en el viento como un sauce, luz que aceptara la inmortalidad
del viaje.







viernes, 20 de marzo de 2015

gran pastel


Se difumina en el poema. Ha echado a andar. Oh, nostalgia de líneas anteriores,
esbeltos párrafos que rindieran culto a su belleza. Nada más que su foto premiada como siempre, su canción;
queda su nombre atrapado entre dos eternidades, tres horas de luz. Su nombre ha perforado
la materia invisible de la aurora, el papel, el lienzo, ha tenido que arder
para dejar vivo este desierto, esa ceniza de oro, estas palabras puestas a secar en el feo andamio de otro verso.
Su nombre como un renacimiento: tan feliz.

El poeta se muestra precavido. Siente una flor que ultima su figura
detalladamente. Tiempo que se arroja a la aventura sin mirar el reloj, echa la vista atrás con tal de incorporarse
al ajetreo sano de la vida. Un tiempo que recrea cada nueva palabra del bestiario,
cada letra deportada al abismo, cada sombra enterrada en su garganta. Pero el poeta hoy como si fuese ayer,
un retorno a la monotonía sin pasar por el cambio, por el aire que se desconecta
a ratos del enjambre real.

Bella, tan bella que ha declarado sus labios hacia el firmamento: un reparto estelar. Su piel
contada a través de un espejo, el sudor reflejado en el brillo candente de sus brazos. ¿Cuál es la relación?
Sus manos evasivas, estatuas de un momento, manos de piedra curada por el sol, de espuma lenta.
Caricias que han llegado al pensamiento, han cruzado una mente que palpita con toda su verdad desperdigada
por un campo de olvido, abrazos que no perdonan una sola razón, un solo exceso.

Aburridos besos sin tregua, una máquina de besar en el vacío, en la frontera. ¡Oh, si pareciese un sueño!,
la fascinante propiedad del sueño. Mas la melancolía se conforma con su realidad: la que no existe,
en tanto se opone a sí misma y contradice su metáfora, no tiene lugar donde purgar su falta de armonía
(es un lujo que no puede permitirse). Así, los besos vuelan hasta Francia, que es un viaje bien corto en la bodega.
Y ella oculta un detector en su mejilla, la sensibilidad que irrumpe en el silencio como un eco familiar
y desconcierta, pues se asemeja a todo.

En el espacio, hay un enorme caramelo de menta y una zarza de moras, y las fresas son grandes como rocas
volcánicas; los ángeles comen como pájaros. Esto es un poco la industria del arte, apenas un pellizco,
compota de manzanas, gran pastel. Sin mencionar el canto que se acentúa y fluctúa a su manera, su mantra,
divirtiéndose a pesar del baile. De noche, las almas se acercan al paraíso,
frecuentan inmensidades sin gravedad ni forma, simultanean su esfuerzo, pueden besar una frente dormida.




lunes, 16 de marzo de 2015

all in


Hágase el Arpa, muévase. Suena el chelo en privado con cierto resbalón, cierta impericia,
su textura se agarra en el aire, cruje más moléculas. Es el sonido de la urbe en el silencio,
a eso de las dos de la mañana un día de autos.

Personajes cerca de la naturaleza muerta, árboles ganados a pulso. La sombra de otra sombra
enalteciéndose en la lejanía, dando miedo a la luz. Nada tan perturbador
como esa puerta abierta a la oscuridad. El eco adormecido de unas pisadas, la hermosa rapidez de los cuchillos.

Plomo para beber, para pescarse un bendito catarro. Sobra hierro en todo el escenario, la pesadez
acústica del cielo procedente de la industria. No hay perdición fuera del espejo. Vasos de ginebra, copas
y más copas para adecentar el baile de las tribulaciones. Los oídos
reman cada uno por su arcén, rompen cada uno en su pilón, en su papel
de sabios. Han oído una canción dura como el suburbio, su melodía ascética.

Es de imaginar la hermosura, el pecho, la garganta y sus perlas. El pecho enardecido y tímido
elevándose al son de una moneda: ¡cruz!, unos pasos de hierro en el silencio.
La bendita predicción de sus ojos calientes, qué acertada.

Los cobardes han muerto vestidos de domingo. La letra de la canción remonta su inesperado idioma,
un francés con acento andaluz. Alguien ha quemado las banderas, con toda razón. Por los soportales
ya son las tres y el frío se agradece. La noche termina por salirse del tiesto y empieza a
reventar de color como una rosa auténtica, con sus propios mohines
y su estrago.

Hace lluvia, luna, vértigo. Los hijos de los hombres se han dado al abandono, han promulgado
destierros, normas ajenas. Reclusión. La idea es una eterna claustrofobia, una fusión del espacios emergentes
dos o tres metros bajo tierra, donde las manos nunca llegarán a tiempo.

Cantar es la terapia estos días ajenos, tan atentos a su escala. Oír a Amy devorar un plano
con dos dedos de whisky en el estómago, sacudirse la pólvora dorada que percute en las vértebras,
el solo que alza el cuello en su carrera de cisne, la poesía ronca del artículo vacío.
Aquella muñeca rubia dosificándose en escena, aquella disciplina cableada.

Los muertos se han ganado un bis. El alma general de un trompetista agota el bajo.
El piano compromete la felicidad a su manera orgánica, arrecia como un pálido diluvio entre los hielos del vodka.
Cuando la ciudad coge el compás, pierde dinero en las mesas de hold'em: hay una relación perversa
entre los hechos y las profecías, como entre los versos y el azúcar.

El techo de la vida se ha caído sobre la frente de dios: es un desprendimiento controlado; las notas,
flores deshonestas, han prologado la aurora con gracia y el polvo que se mezcla
con la sangre, el agua con el vino
forman ahora su colección de lenguas de fuego que serpentea y muerde apenas la realidad.




sábado, 14 de marzo de 2015

listen


Dicen que viene el Soul, sombra de lo que era. Trepa por una sombra
y se contagia de todos los azules. Por la mañana es bueno sentir la generosidad del aire, su radiación
en sintonía con el ánimo global, recapitular y hacerse a la extrañeza,
puntuar los árboles que fraguan la tibieza del parque, hacerse a la soledad de un libro.

Keny ha traído un ritmo, un rebaño. Las manos sucias porque hay que ensuciarse la manos
con un rayo de sangre. A veces, con un ramo de sangre se logra desahuciar el miedo. El ritmo es válido,
valiente, no teme a los espasmos de la noche, las olas del océano gigante. Mara y KRIT ya han volado en su cadillac
temblando de futuro. La chica del pañuelo se estremece por alguna parte, primero las pestañas, luego el flow.

La curiosidad asume la desgracia, el ojo en la cerradura es un punto de mira. Por un lado
la música concierne, el concierto se esmera, la banda es una doble media luna que sonríe al espejo.
Toda la lluvia que cae va a parar al corazón más dulce de la tierra, que luego sangra a la velocidad del trueno,
llora a la velocidad del alma, grita y escupe su nostalgia brava, esculpe su misterio. Janelle ha despertado
de un sueño lisérgico: se le ha olvidado bailar, cómo se baila, dónde está el arte
que derraman los ojos por la arena, el viento enganchado al carrusel de caballitos gitanos.

Keny ha fabricado una ración de sol para soltarla por la playa en la ciudad. Bajo la superficie, ha tallado
un busto blando que recuerda al Amor, podría ser su amor. Incluso. Y es fácil recordarlo como un cuento
de apretado final, que acaba en un soplido, un desencuentro, un beso en la mejilla de la rosa equivocada.

Pero el Soul ha buscado sus notas en el vertedero, cruzado los neumáticos y pedido permiso a los cuervos,
siempre rígidos. La voluntad se abre camino entre las obras, una escalera mecánica
que no llega hasta el cielo. El deseo suena bien, suena un metro más allá del funk, sus líneas reverdecen
como brotes de algodón, arden a gran altura, volcanes en la pequeña Nube, átomos en barrena
entrando en el delirio de Andrómeda, su despiadada fuga.

Listen to the Vibe. El contacto no surge con la mera intromisión del cuerpo,
el puro choque, la metralla vocal, algún abrazo desgajado de la hipocresía. Hueco soplando el fuelle,
arcos máximos, cuerdas agachadas en sus músculos. La belleza tuerta y sicodélica
de la religión: qué amarga medicina. Ecos de una buena jornada en el campo, lejos de la policía y su edad de piedra.

Dicen que viene con su cama plegable el Soul de las aceras destapándole caras a la Luna. Y Keny de visita
en el espacio viendo pasar carros de fuego. Sea como una reina o una diosa cansada, su bello rostro
diluido en la gravedad de la noche, sus manos firmes en un micrófono de oro y nieve sideral.




jueves, 12 de marzo de 2015

hundidos


Está escrito en la valla con letras iniciales: EL AMOR SE NOS HA IDO DE LAS MANOS.
¿Alguien pudo escribir esa montaña?, ¿quién ha podido escalar el verso?
Corazones del mundo, hundíos. Mascarones de proa con forma de gigante atronador, cara de rabia.
El amor conoció tiempos mejores, tiempos de brújula y ganancia, orbes cuajados
a millones, secadores de pelo.

Al alba, se calaron los versos; escoltados hasta la puerta,
salieron por la puerta de la boca como besos sólidos y hermanos,
otros seres humanos. Nadie se percató, se persignó, organizó reverencias japonesas de noventa grados
ni reparó en gastos. Los motores se pusieron en marcha,
simplemente.

Como el verso se había atrevido a confesarse, sin miedo al terror
de repetir Amor, esa palabra roja, mientras el pavimento mostraba su dibujo, la rayuela,
y el cielo se crecía en la manzana con violencia.
Se nombraron unos ojos que miraban al sol sin artificio. Y el sol era una trémula burbuja de espanto.

A raíz de una mirada, despertó la sangre y el pálpito sumó
alma a la noche, región al cuerpo. Los poetas se hacían: "éramos tan pobres", conversaban entre iguales
en un falso silencio parecido al rocío. La luz forjó contornos en el rostro de la lluvia,
se desplazó al azul, turbia como un sueño
y ella fantaseó su delicada planta, su rosa monográfica, formateó su aspecto y su dulzura.

Acontecieron gestos, una muralla de nombres
para disimular su encanto. Estaba escrito: SE NOS HA IDO DE LAS MANOS.
Ella leía sobre el papel del ángel los dorados, luminosos signos tan insignificantes cuando los árboles manejaban
su calma, los automóviles conservaban la energía
y los poetas creían ser felices sin motivo, así, sin horizonte.




lunes, 9 de marzo de 2015

noción del alma


Qué pena. Pasa la vida, la vida es un desierto y si hay alguien, si existe,
está en el cielo, lejos de todas partes. Está en el cielo, es invisible,
alma de quién. Se recrudecen las almas con todo su equipaje
de lágrimas, hacen sitio a todo el aire. Hablar de un alma en concreto
es difícil porque hay que saber de ella, para hablar hay que saberla,
para decir por qué tiene los ojos rojos de tanto llorar, los ojos
grises de tanto querer llorar, tiene los ojos negros de tanto eternizarse.
Otras almas han perdido la razón, revolotean sin sabiduría ni rostro
en torno a los chacales como cuerpos exangües, cuerpos exánimes,
delicados cuerpos deliciosos. También el arte está en el cielo, un espíritu
anima las circunvoluciones del pincel, el rastrillado de la pluma nueva
hacia la aurora, las manos en el bolso del genio apartado por la crítica.
Crea. He ahí el nexo, el eslabón perdido, el alma es creativa por imperativo
natal, va creando sus monstruos desiguales, sus obras de teatro,
esquelas y panteones, va construyendo arcas para todo género de cosas,
o construye diluvios por medio del humo y el aliento, la palabra.
Algo extraordinario es que un alma hable en francés y se la entienda;
que un alma salga de Alabama y marche, camine sin destino ni cansancio,
vuele como un ciclón a la deriva, se ilumine con una sonrisa preciosa.

Las almas vienen a decirlo todo en su francés, que es un idioma poético;
el castellano es para cadáveres con delirios de entereza, para los libros
escritos en la sombra, nunca escritos o escritos en inglés intraducible.
El castellano es un idioma descarnado, demasiado español para ser
un buen inglés. Por eso un alma sabe lo que sabe, chapurrea y se defiende,
conserva rasgos de cultura, rangos militares, la disciplina espartana
en casos de necesidad extrema, esa manera de desfilar mirando al frente,
a la frontera, allá donde no hay más que una franja de hielo, donde la vista
no alcanza: nubes y problemas. Pues un alma es dios en toda regla, nada
de sucedáneos místicos ni revelaciones ni últimas palabras, profecías
ni vuelos sin motor, es un ser increado y nativo, génesis y futuro, redención.

Ahora, su alma. Su alma ocupa un tremendo espacio (casi mínimo
en comparación). Despide un breve fulgor; todo en ella es mínimo y breve,
simpático, como el pequeño ser que nunca fue. Es una nota musical
y cada sinfonía del río, cualquier río, cada melodía tallada en la piedra,
cada recuerdo. Tiene los ojos negros, el pelo negro recogido, las manos
limpias, los pies de un pequeño lince recién nacido, el pecho de una madre.
Habla en su lengua rota, como recogiendo trozos de silencio por el suelo,
barriendo frases trascendentes que nadie habrá escuchado, dando fe
de una grata nostalgia, una franca compasión, un gran desvelo, repartiendo
rosas entre gotas de lluvia, entre la maleza o por el parque, siempre en acción,
siempre en movimiento con su solemnidad espiritual, su acento efímero
y sus vértebras, el tono del discurso que no deja de ser una aventura
en ciernes, un llamamiento a la calma de las interjecciones y los platos rotos.
En su regazo crecen flores que luego habrán de ser galaxias enfrentadas,
Andrómedas furiosas, misceláneas veloces bajo mil azules desbordantes.
El alma ante el espejo a la distancia media a la que claudica el sentido
y la belleza se muestra en su explícita inocencia, su moderado afán.

Ahora, el poeta. Menor que un verso herido. El poeta se aparta
de la vida. Engrosa los balcones que revientan de flores apagadas,
se oculta tras el fuego, una cortina de voces, luz que revolotea y llueve
como un signo de su propia conciencia. El poeta sin alma ni entusiasmo,
clavado en una cruz abandonada, dueño de su hermosa sangre,
abrazado a una rama, a un rayo, al rostro del amor que empapa las horas
enterradas y enjuga su llanto amargo en un pañuelo puesto al sol,
una llama dispuesta a despertar del sueño universal, a despertar elevadas
pasiones o levantar una muralla de besos sobre el terciopelo suave
de las mejillas, su femenino asombro, el colorido ardiente de la sed.





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