lunes, 15 de marzo de 2021

una vida otra

 

La vida acontece a lo lejos, es un constructo
social, un drama espectacular, especular. Especulamos con la posibilidad de recibir un mensaje,
algo textual elaborado en términos equidistantes, significativo más allá del movimiento de los ojos,
más allá del fruncimiento de los labios, del estremecimiento de siempre.
 
Las muchachas reverdecen su autonomía
estilística, acomodan su anatomía analógica de modo literal, envían señales
luminosas desde cualquier posición; sus trenzas se trenzan en directo, sus manos figuran
en el diccionario, son pura ontología
creativa.
 
La vida se dirige constructivamente hacia la Ausencia. Cronológicamente. El tiempo
abunda en su realidad y su relativa presencia, su comunicación en tiempo real. Toda la realidad
camina con decisión hacia la nada, desde su nacimiento
se prepara para el momento del cero absoluto, la clave de bóveda de la existencia, el universo
conspira para situarnos al margen de sus tejemanejes cuánticos
y su desgarro inflacionario.
 
Nuestra acertada
colección de partículas se asemeja a un ser humano creado por el azar y la beneficencia,
un Golem con denominación de origen (candidato a la alcaldía de Gotham). Conminamos al mundo a doblegarse
ante nuestra receptividad, nuestros reflejos. Observamos nuestra región del universo observable;
frente a nuestros ojos inmóviles, las muchachas brotan como
esporas o gatos de Schrödinger (se nota que no están, pero en varios poemas a la vez).
 
Ya está vacía nuestra casa, ya estamos en el ataúd confortable decorado de rojo
mullido casi Kubrick, maquillados como antagonistas; por el pasillo rueda la pelota de tenis, en el tendedero,
las pinzas se bambolean a merced del viento y en el portal
alguien saluda a una sombra que se desvanece.


'Sisterhood', Stephanie Cohen

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