miércoles, 25 de marzo de 2020

una mina de oro


Verificar tus ojos como si de un tesoro
se tratara, evaluar la tozuda distancia
entre tu corazón y una mina de oro,
y ver cómo la sangre en luz se transustancia.

Asistir al entierro de tus obras completas
sofocando el latido de la pena acuciante,
y dejar que discutan su valor los poetas
y la Historia, en su seno, te reciba triunfante.
 
Has volcado un alud de Primaveras rojas,
de sanguíneas rosas y rosas amarillas
sobre el extraño Mundo, proféticas semillas,
espuma que desborda las oxidadas hojas.

Una página en blanco, discreta, te sostiene
la mirada del ángel y el discurso volcánico;
toda blanca paloma lleva el nombre del pánico,
una rama de olivo (y una bala en las sienes).

Mortificar tus labios con versos a la altura
de la Tierra que sufre tu pérfido abandono,
y llenar el vacío que has dejado en el t(r)ono
y entonar en silencio tu cordial partitura.

Reúnes la nostalgia en una sola nota,
alzas sobre las olas mil castillos de arena,
eres el Sol naciente que de la nada brota,
la luz antes del tiempo que al tiempo se encadena.

Has viajado al futuro sin ceder el estilo,
sin perder la sonrisa que te asoma por dentro,
de qué airosa manera sale el cielo a tu encuentro
como un arma terrible que enmudece su filo.

¿Cómo vuelas tan lejos? ¿Qué feroz lejanía
te congela los huesos y te arroja a la cara
una sombra tan pura que a la luz se declara
con el tímido eco de una casa vacía?

Adivinar la forma de tu rostro enjaulado,
cuántos reinos perdidos con los ojos invades,
y expandir el imperio que tu verso ha fundado
hasta el último extremo de tus extremidades.

Permanece tu huella como un lento murmullo.
Llevas tatuado el nombre de la Musa en la frente,
pero llevas grabado otro nombre, más tuyo,
en el alma que deja un dolor permanente.


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