viernes, 7 de agosto de 2020

columnas de dolor

 

El castellano es un francés
tosco, malhablado, el ucraniano, un ruso torpe. En francés, tenemos la sensación
de un recorrido interno, una menstruación de los sentidos, es tan dulce, va tan bien equipado…
Reconocemos el sonido prestigioso, inviolable, es una bifurcación del pensamiento entre dos (o más) gramáticas,
dos (o más) galimatías (y estudios preliminares).

Ah, preferimos el yiddish, su melancolía
desterrada. Estamos con Ira y su infinita paranoia incólume, columnas de dolor;
contamos la historia en un español deshidratado,
escasamente honroso. Nos contamos las migas de la barba como si hubiésemos comido algo: es nuestra
tradición.

Siempre hay un ayer que viene al rescate de la infamia, nos
socorre del infortunio de haber sido. Soñamos en francés lo que hemos sido, la primera
comunión con el pecado, el primer insomnio, la primera casuística salvaje. Enfrentarse con el tedio
y salir victoriosos, aburridos pero enteros.

El francés es aburrido como un espectáculo en francés, como una retransmisión
deportiva en francés, como una invitación al Arte
en crudo marsellés barriobajero. Ah, y echamos de menos la esdrújula del padre, la bofetada
maestra, el griterío real.

Escuelas de pasión, ciudades como víboras
hambrientas, zonas pantanosas habitadas por osos, descomunales fieras. La taiga
desplazándose como un bosque sespiriano. La ciudad habla en inglés con las palomas y los Ángeles.
Destiny farfulla un cockney plagado de evasivas,
aprendido en la calle como un truco de magia o una trampa en el juego.

Nuestro idioma es un foco de contagio, un vector intransferible;
aporreamos las teclas del piano, las cuerdas vocales, el tambor ancestral. Nuestra misantropía
se descuelga por el muro, baja de golpe por el hueco del ascensor. Hablamos de Arte con los artistas,
de poesía con los poetas muertos. De dios con seres de otro
mundo: es-tu vraiment venu pour ça, Dest?




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