domingo, 27 de septiembre de 2020

llueve (partido por dos)

 

Destiny® viendo El Exorcista (primera parte). Destiny® leyendo El Resplandor.
Confraternizando con Regan, confraternizando con Danny, con esa especial fraternidad obrera
propia de los peones de ajedrez (o en Ferdydurke).
 
La vida familiar, cotidiana y segura.
Considerando que el Mundo no existe.
Teniendo en cuenta que el Universo (que no existe) puede ser definido como
una función de onda.
 
Un Ángel como ella puede
trasladarse entre burbujas, branas o simplemente entre realidades
simultáneas sin necesidad de emplear ordinarios agujeros de gusano, gadgets paranormales. Un Ángel como ella
posee propiedades inmutables,
da la talla de la divinidad.
 
Domingo por la mañana en un lugar cualquiera, sin espectáculos
naturales a la vista, sin producciones cinematográficas de la naturaleza ni depredadores
persiguiendo hamburguesas de cebra. Nubes
que contraen deudas de humedad con el ambiente. Alguien pide al cielo que deje de llover, que llueva
torrencialmente, alguien se descuelga con una rogativa
poderosa, un truco de magia, un Koan Zen; y el zahorí renueva su plegaria
agnóstica, su búsqueda taumatúrgica, su particular
renacimiento.
 
Destiny® encuentra el capicúa de su humanidad, la fórmula
completa del desayuno inglés. Ha trazado un tímido arco de compás con los dedos
índice y pulgar, un mecanismo que funciona. Su rostro
desciende a la materia: dientes perfectos como constelaciones,
ojos sumidos en el tártaro de la incertidumbre. Y el Mundo que no existe, pero llueve
(primera parte).



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