lunes, 27 de julio de 2015

por el hueco del ascensor, un vestido de novia


Por el hueco del ascensor ha caído un deseo,
un vestido de novia. Chicas que al salir de casa dicen adiós. Hombres que no parecen diferentes.
La calle no resbala, las aceras no muestran turbiedad alguna ni esconden vegetación. El bosque recibe
su cuota de elegancia directamente de la naturaleza; hay una perfección innata
en el gusano de seda, una repugnante perfección en el campo natural.

Por contra, la gente permanece ajena, extraterrestre, fuera de foco; su forma de condenarse
resulta opaca. Es cierto que hay infierno, pero solo para los indeseables que no creen en él; se trata de una construcción
mental que, sin embargo, toma cuerpo en el inconsciente colectivo hasta suturarse
en la realidad. El infierno pertenece a ese diez por ciento.

Los infinitos son aparentemente distintos de la llama eterna y contrincante, de la lágrima pura
que reverdece su instinto al son de una banda de jazz mal encajada. El jazz es una maquinaria sagrada.
Pero hay tanto de cada que se supone no alcanza un final; una reproducción
tremenda e incontable por los siglos de los siglos, la duración máxima para el regodeo del mal, su confianza
en la sangre; oh, la destructiva pasión que sienten los poetas por el arte
es un síntoma frío. A pico y pala, un martillo neumático para demoler los templos, denigrar ese arte de siervos.

A vueltas con la raza, los artistas se comunican en un lenguaje local que no puede sustituir a la violencia.
El arte es una suerte de violencia en un entorno restringido, un ímpetu extremado e injusto
que se afana por destacar entre la multitud. Genios hay que se subvierten y divierten,
maman de un pecho exangüe, crean su propio mito con extractos de gloria depravada.

Literalmente, la vida se deforma desde el nacimiento hasta alcanzar el demacrado rostro que nos mira en el espejo.
A los diez años el rostro ha comenzado a ajarse, a devaluarse e imaginar los surcos convenientes,
el cuello ha iniciado su descenso hacia la tauromaquia.

Solo en su humanidad el genio se asemeja a dios. Teniendo en cuenta que dios no es sino un clown
con manecillas de reloj (un reloj de arena diseñado por Warhol). Si dios es tiempo,
el genio es un reloj de arena incalculable, la cascada que pregunta por el ritmo, el director de orquesta que da la salida
al funeral del jazz, o dispara un solo de samba que patea el asfalto embalsamado en humo y personajes especiales.

El policía no parece diferente cuando se acuesta después de una jornada codiciosa. Tal vez algo más grande
y más pequeño. Tal vez algo más íntimo y desacostumbrado al sueño.
Quizás algo más sucio y más contrario: extraño como un perro redundante.



Defacement (The Killing of Michael Stewart) by Jean-Michel Basquiat


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