domingo, 1 de enero de 2012

sonata ambiental



Un viento argumental
azota los tejados de las casas procurando dañar las antenas de televisión
(las arterias en general).

La carismática corriente de aire que juguetea con las ciudades
y recobra la sensatez en el espacio abierto.

Ese viento maléfico da en la cara de la bestia.
El viento achucha al animal sediento de sangre,
adorna su rugido tremebundo,
y ambas ferocidades hacen causa común contra el ambiente.

El ambiente es veloz.
Hay velocidad en el ambiente; hay frescor, soledad, y varias zarpas
(pues... ¡quién va a salir de casa con este huracanado!).

Era en Inglaterra donde los médicos recetaban baños de viento a los pobres enfermos,
que se iban por los acantilados y morían pronto de cualquier extravagancia.

Fundamentalmente, este viento despeina
(no a la bestia).
Despeina tanto que despeina el pensamiento,
que ya parece feo y malpensado.

Y qué trance por las esquinas, qué destape natural, erizado, y qué espinoso.

Cuántos coches y el tren, pero el viento compite,
llega primero al árbol.

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