martes, 25 de agosto de 2015

olskool


Punky apura un trago de Kut Klose. Ol-Skool. Los noventa revientan por la mirilla, por los resquicios,
el quicio de la puerta, se filtran. Entonces, el humo se elevaba puro
y desquiciado, salvaje como una nube roja en el desierto.

El desierto es un lugar para la alta política,
por los espejismos. Toda la sed es poca, arena por los huesos, arena y más: en los zapatos, encaramada
al mástil de la bandera negra. La música hace estrellas por ambos lados del estéreo,
es retomar el ritmo y ver un manto nada lúgubre, una finca luminosa entre dos ríos de luz oscura.
Tanta noche para no acabar de tropezarse con la luna. En el desierto, la música
infla su pecho de tormenta, rasca un tamaño de jazz indescifrable.

Punky no había nacido cuando los años ya perdían consistencia entre líneas y mensajes. Kut Klose
sonaba como un arma corta en el silencio, con la pureza y la necesidad de los corsarios,
ese llanto imprescindible del barrio grande elevándose hacia la salida
del espacio. Surrealista es la palabra que andaban buscando los surrealistas,
esa gente con bigote y amistades. Una pintura falsa y un falso bigote, como Groucho. Los detalles falsos
y la pintura más irracional en una foto fija de la realidad. Cachos de acontecimientos
repartidos por el tiempo en rebanadas mentales; colores fatuos, flacos,
engreídos como rosas de jardín.

Los noventa han terminado hoy, dicho sea de paso. La canción
se va agotando, el tacto se desprotege; las chicas siguen en el parque vendiéndole futuro
al mejor día de la semana. Sus piernas son una condición como aquella que salía natural por la puerta del destino.
Coko, con sus piernas de un kilómetro de luz de luna, poniéndose a saltar. Una voz 
donde llegar, a donde ir. Sin miedo.

Como cualquier década ominosa, la música continúa explicando los sueños.
Es un descalabro controlado que no tiene final. Por eso asistimos compungidos al baile, vemos bailar
a los muertos, y sus huesos retocan el lienzo aparte del paisaje común, la existencia
y lo demás que yace en nuestro apático cuadrante universal.




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