sábado, 19 de diciembre de 2015

el sucio trabajo de la fe


Este fácil arrebato de la felicidad artística, éxtasis y ella
enamorada de la sonoridad, el eco primordial que se reduce a una parte de dios. Ella no cree
en tantas ilusiones, no precisa milagros para llorar
con la tristeza intacta de los elegidos. Su mala fortuna es efecto natural,
no designio. La felicidad es un instante fuera de foco. ¡Ahora! Es el arrebato de la forma plasmado en un instante
repetido un millón de veces. La única voz resonando entre paredes distintas,
cuadros épicos, mentes deformadas por la realidad: ¡intrascendente!

Ella está en casa comunicándose en ese idioma transversal que no es posible descifrar del todo, ese esperanto adormecido,
insano como un arma, dardo envenenado. La inestabilidad
produce monstruos insolentes, se pierde el equilibrio y el amor parece una fosa común
donde mecerse después de la batalla; oh, descansar bajo una protección de ramas, bastiones vegetales, hojas puras
como palmas de las manos, tan húmedas.

La canción que se escuchaba era el preludio, interregno entre dos monotonías; un plato
de sopa caliente y salir como un perro asilvestrado al césped inaudible, subirse por los árboles;
penetrar en las zarzas es pasar por un arco inmaterial, algo que debe padecerse. Los estigmas, tarde o temprano,
aparecen, llagas en el corazón. Hay que sublevarse contra la milagrería no revolucionaria,
la que no siente su pobreza, la indigencia moral del menos miserable entre los hombres. El milagro es un asco
para el monje que persevera en su autodestrucción, no lo quiere cerca,
detesta el esfuerzo de la naturaleza, el sucio trabajo de la fe.

Cuando se ilumina el canto y las palomas conducen su energía hacia la salvación del vuelo, que se generaliza
para todas las figuras del alma,
ha terminado el espectáculo. Y ella vuelve a caer. Se rinde ante la gracia congelada del tiempo, pasa
como un ramo de flores delante de la puerta, sale al balcón y grita durante un minuto de espanto. La felicidad está
dedicada al odio, esta es la lección que resulta del hambre. O del amor.

Puede vérsela así, pequeña revanchista, fuente diabólica de materia gris, la materia de los sueños
descuartizada en un anhelo cruel: el prodigio desnudo. Menospreciada y sin respiración, más aceptable
a todas luces para los desertores que identifican la verdad en un solo de piano sin retorno,
traidores a su propia esencia, dejados de la mano del ángel, cuervos cegados
en su perseverancia.  




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