jueves, 11 de febrero de 2016

en medio de la belleza del mundo


No es en medio de la plaza, es en medio del parque, donde está todo el mundo. La maceta,
la rosa. Nada normal en medio del parque, que es como decir
en mitad del poema. Los ojos clavados en un punto vacío. La cruz señala
un sitio vacío: donde está la rosa.

Fanática de las rosas, las entiende. Nunca-jamás ha vendido una, las quiere para sí, para su casa,
para el mueble de la habitación. En su habitación, la rosa agradece el trato,
suelta un párrafo y se hunde. Unidos a la rosa quedan el humo y la reacción. Al negar
la flor, la voz se muestra más tranquila, satisfecha de su propia autonomía. Sin jardín, la vida resulta más animada
y peculiar, más comprensiva.

La compasión es un paso decisivo hacia el amor, es un paso animal, a cuatro patas, un galope tendido
hacia alguna frontera. La compasión se escurre, se esconde,
se ahorca de un castaño delicioso. En esta región del parque los árboles moderan su estatura, sin dobleces;
florecen como perlas. Es el viento que navega durante el crudo abril esparciendo el frío por los bancos, las estatuas,
este viento vertical y húmedo que sobreviene como un alud de pánico.

En medio de la plaza está el ciprés (tan estresado). Debería contar con un cordón
sanitario, una protección adecuada a su delirio estético. Acaso bajo tierra haya una plaza con su fuente, caños y personas,
surtidores empíricos cuerpo a cuerpo besándose en la noche. A la noche no le importa
cuánto de verdad haya en el mundo; igual practica
–prácticamente igual– su ministerio, su fardo de tinieblas disgregado entre senderos y anillos de circunvalación; hubo, pues,
rotunda, una mirada desde los balcones, un espacio circular dado, más profundo
que el aire que se arremolina y desciende.

A diario, ella presiente una reconciliación, máxime cuando el jilguero juega con las abejas a los asteriscos.
Los autos pasan entonces por fuera del sueño martilleando su ausencia. Y el silencio
promete. Por suerte, la rosa siempre se ha perdido la canción. En el momento
justo tiene que caer sobre su belleza el peso aproximado de una historia real.




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