sábado, 13 de febrero de 2016

fumata blanca


Jordan amanece en cada página. El poeta reproduce un seísmo cultural,
ha conseguido un mundo que le cabe en la cabeza. Un mundo subastado, perfecto y económico. Es literal esa economía
descriptiva que se le ha comido la lengua el gato. En los márgenes es donde se escriben
los mejores conciertos, las escenas más apremiantes. Al pie de cada página,
un vegetal indica su procedencia umbrosa y casi ártica. El mundo se empieza por los pies del hemisferio,
acaba hecho un flan.

Motores que se confunden. En el cuarto piso la ventana permanece abierta
a la desilusión general, el caos ocupante. Nada de balcones, macetas a punto de caer, pinos altos para bajar
la basura sin salir de casa. Por la ventana siempre sale humo: fumata negra. Los chicos tiran
piedrecitas, ensayan serenatas como si hubiese un río por ahí.

En casa del poeta cunde la desesperación: la música en el aire. El aire tiene planes
para la noche, para la cena, ha quedado para cenar en un callejón oscuro. Es una convicción que aturde, desequilibra,
hace pensar en un goteo de fármacos, un gotero enchufado y la morfina
difundiendo su poema triste –alma en ristre, sin rencor. La morfina pretende ser heroica, se contradice
y descansa, charla y se acuesta, yace
en el diván de la fábrica, anticipándose a las evidencias.

A todo esto, Jordan ha leído un poema inicial bastante ansible. Algo del amor universal por el género humano,
sus pasiones; la sordidez puesta en solfa de mala manera, sin un tropo de entusiasmo, en un intento grosero pero no sórdido,
ajeno a la elegancia astrosa del primer peregrino del día.

Se suceden personajes a todo volumen. Es como tener una misión artística y ser incapaz
de considerar las apariencias, de mostrarse unívoco a través del canal. La red ha dejado de hamacar los sueños,
ahora funde cristales y no perdona una revelación. Lo que se sabe es que existe un campo
elástico que incluye diferentes fases, estratos reales donde:
en uno se fumiga, en otro llueven las rocas del baile.

Esta es la balada. Un parque sin sentido que no aparece en el mundo, solo en el poema,
he aquí la siguiente confesión del chico descarriado; es como estarse en un desierto sin matices, volviendo al polvo
y con los zapatos manchados de necesidad.




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