viernes, 15 de julio de 2016

durante el sueño


Surge la imagen del baile, su estrella tiembla en la retina, sangra también. Sucede en un retiro del parque; las chicas
preparan su espectáculo y los tambores claman por la eternidad, suenan
a través del océano, ventilan el ambiente de melancolía. Jordan retiene el cuadro:
impactante. Sus ojos ligan la realidad con otro pensamiento
irreal, que asciende como un regreso al cielo; dicen que es el karma,
dicen que es el alma, una paloma sobre el hombro izquierdo de Keny Arkana,
un grafiti en el libro de la paz.

Hasta el anochecer, las pupilas encontradas, asteriscos en su carta de amor;
¡ah!, tan flexibles, sus piernas mágicas y oscuras, para recorrer sendas de libertad, caminos
sin retorno hacia la ciudad del arte, hacia el patio que bosteza
denso de mariposas, el suelo que se arranca a deshojar la margarita del frío. Descalzas sobre la tierra,
retumban sus pasos rítmicos, corales,
prodigan su razón estética. Una pausa y la lluvia se adormece,
solo cae en el cuenco de las manos.

Durante el sueño, Jordan habla en francés; para ella –que duerme– florecen las avenidas de Nueva Orleans.
Debe ser el idioma del aire,
ha de ser la lengua de los pájaros.

El poeta trata de capturar el momento, el detalle invisible (y agónico),
el movimiento exigente, arrollador de los cuerpos; en la danza se completan los círculos del poder. Esos ojos han bebido
tantos sorbos de luz, tantas auroras han paseado por ellos su voltaje,
mediodías transidos de calor, atardeceres neutros, recipientes de toda la violencia solar.
Es el instante cómico y divino en que se atrapa un fragmento
puro de la vida (¡guárdalo en el bolsillo!).

Jordan lleva de la mano a la niña que fue. Ha leído
el poema escrito en la tapia del jardín, grabado en una lápida sin nombre, dibujado en la arena como un pez. Ahora sabe 
cómo de bello era el baile en la mirada triste del Amor.




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