jueves, 17 de agosto de 2017

automáticamente


Jordan va por la página ochocientos de una novela que lleva todas las de perder. En concreto, la realidad
se muestra muy superior. Si fuese de aventuras. Si fuese policíaca.
Si fuese una novela de Edgar A. Poe. Si fuese una novela. Se ha publicado en la prensa la lista de las diez
tragedias más sobrestimadas de la historia. Pero no figura ésta, que habría fascinado a cierta crítica ingeniosa.

Esto no significa que el relato de la joven promesa valga más, no quiere decir que la verborrea
del día a día valga más, solo implica que la manzana es la manzana (¡automáticamente!). El espejo concierne
incluso a quienes han elegido la ignorancia, quienes han madurado un desconocimiento vital que les permite
identificar algunos peligros.

En el parque todo es futuro, también los pasos del ayer, la huella inconfundible de la noche anterior, el eco de la luna
que dormita en su paño desconocido, los rayos hipotéticos del sol. El futuro se mete entre las rendijas de la felicidad,
ausculta los latidos básicos del recuerdo y transforma la esperanza en un ligero desconcierto. Vamos en el tren,
con el ángel y sus discípulos, la música funciona como un rompecabezas, tiene algo de martillo, algo de sepulcro,
algo en construcción; Jordan saca la cabeza por la ventanilla, el mentón, las mejillas combinadas, aureoladas, prenatales,
un rubor estático se cierne sobre su resuelta sonrisa de póker, la mirada del leñador.

Y el aire frutal de la justicia reivindica su estrato, mantiene su ascensión a través de un foso impúdico.
Las escaleras traman la venganza del cielo y el colapso de una generación ciega.
Jordan enmudece en presencia de la multitud, ha olvidado la obra completa y solo
acierta a exclamar: ¡Ño...!

Parece que el campo ha vuelto a triunfar, como hace cien años, o hace mil, antes de la tercera extinción; su talento
prevalece, se nutre de la debilidad de las especies, compagina su estilo con el detalle del clima. Ahora se sabe que el futuro
toma vacaciones: una semana de vez en cuando, una eternidad a cada instante.

El ángel ha sacado la bandera de su funda, ha desenvainado una espada ungida de silencio –invisible, pues–
y ha virado hacia su incógnita. Jordan –que todo lo ve en su memoria– de nuevo
asiste a la reencarnación de aquellas palabras que daba por perdidas. El lado fúnebre de la existencia se ha puesto de perfil
para dejar pasar la vida, que trae un haz de rosas en la frente, un pestañeo de luces
manejadas a distancia por el verso.

Pero el poeta rectifica, no se encumbra, desciende hasta su nombre de pétalo indecible,
la otredad exclusiva de su acento. Y escribe para ella una secuencia de sueños y pisadas, y finge para ella un camino
que no se desenreda, que se repite como una vaga forma del amor inmortal.




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