lunes, 1 de enero de 2018

el mejor


Se debilita, no cabe en ningún sitio; el poema ha planteado
una magia específica, una suma de obsceno resultado. Los grifos ya no expresan su verbosidad, las bañeras
pertenecen a un aura no-comestible que todo lo envuelve en su reliquia soñada.

El poema ha sido acuñado por una persona corriente,
otro superviviente de la guerra de los mundos (el puto apocalipsis),
alguien que tuvo en cuenta las recomendaciones de Max Brooks, un tipo literal. Ahora que los árboles se apresuran
y las aceras pedalean a gritos, que las muchachas observan las columnas de humo desde el terreno
quemado de Dickens, y los garitos acogen una miscelánea de Schott de seres humanos
acalambrados y tenues.

No existe una voz rotunda en cinco kilómetros a la redonda, ni una fotografía
laminada de los últimos coletazos del reino. No se da el perfil pertinente, adolescente, la dulce coartada del genio,
ni se obtiene una ganga en los tenderetes de la historia.

Languidece, no cabe en ninguna parte; ha procesado la mitad de sus racimos
neuronales, ha cambiado de autor, remado con fuerza contra la corriente principal,
así como una estrella exógena del halo, una dudosa sílfide estelar demasiado inconsciente de su futuro
errático. Las perlas de su nombre, la tribulación continua a que se ve sometido su andamiaje, lo crudo que es.

No hay extremo posible, ni hoguera recurrente ni nave sideral. La soledad
sucede en todo su comienzo, por todo el camino del arte, por todo el arte nacido para ser estropeado. La crítica
hizo su trabajo, dominó los rígidos procesos intelectuales de la pronunciación, estabilizó su mente
antes de emitir un veredicto de fragilidad.

Los poemas se mueren –dice el mejor. Poetas que requieren el auxilio de la realidad,
acometen la ruinosa empresa del estilo, blindan su porvenir con palabras exactas. Saber comportarse
(el truco de los fósiles) y componer la facha sin exageraciones: ved el secreto de la poesía.



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