viernes, 2 de agosto de 2019

vapores y sirenas


El tiempo se ha derribado solo. La gente come, vive y no es bastante. Esta raza
destructora de planetas. Esta inteligencia
sedentaria que nos ha de llevar lejos del mundo. Si este mundo existiera, podríamos buscar
refugio en su realidad disminuida.

Ah, no hay otro mundo para nosotros, pero hay un viaje.
El viaje comienza con un secante de LSD y termina con Hey Jude y su infinito
estribillo. El viaje empieza en tren y finaliza
una noche de invierno. La nieve, poderosa, desciende como en paracaídas, difícilmente; al invierno
se le hace la boca agua, lleva un picahielos de repuesto para acribillar a la primavera.

Como es sabido, los trenes
estimulan su trayecto mediante un sistema de vapores y sirenas,
huyen del campo abierto y sus hectáreas afables, quieren un transiberiano para el desayuno,
arman rutas carniceras, pero limpias.

Listo: los corazones se hacen polvo al contacto
con la ley. El amor es la ley pero nadie tiene su teléfono. Destiny® se ha infiltrado en una clase de matemáticas,
conoce los misterios de la física, es la estudiante de Schrödinger, que solo está cuando falta, crea
             toroides,
             solenoides,
aparatos selectos capaces de trasladar una ciudad cualquiera a la otra punta del universo.

El amor es capaz de enrarecer el ambiente
más sobrecargado, es un decreador intransitivo que anula millones de tarjetas de crédito o las esconde
en las entrañas de un espacio hiperbólico. Hace falta personalidad para oponerse a tanto imperativo
legal. El tiempo se ha pasado de la raya,
es un futurama religioso plagado de flashbacks. La gente se lo come y no es
bastante, genera una implosión de aburrimiento
que acaba en una nave abandonada, un vagón de tercera en tránsito hacia todas las estrellas.




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