viernes, 7 de mayo de 2021

mundo casi perfecto

 

Mundo cambiante y decisivo, climático y glacial. Hoy hace
mejor que ayer, pero hace un frío extraordinario, los coches castañetean sus llantas anodinas, aúllan
los motores de extinción. La carretera no termina en la pared de nuestro
cuarto, la calle permite el escarnio permanente de nuestra flaqueza
ética; hay dos bandos y miles de expatriados, un volcán de incertidumbre
arrecia a pleno sol.
 
Aquel sol de justicia era un señuelo del Ángel. Su nombre no era Destiny®, su trabajo no era ser bella
en medio de la décima Avenida, ni vestirse de blanco, ni siquiera
obrar el milagro de la restauración. El prodigio era la maestría que impartía,
la simetría que arrugaba como se dobla
una camiseta gris.
 
Ahora miramos siempre hacia adelante, que es lo mismo que volver la vista atrás.
Laura paracaidista, sus alas mágicas eran un desembarco en Normandía
(campo de violetas que acogiera su descenso).
 
Nos invade una nostalgia que es pecado
directamente. Nos atropellan un sinfín de vehículos sin conductor, de vehículos
eclécticos, nos cazan como leones en un paso de cebra, agazapados en la curva de reducida visibilidad, en el pasaje
peligroso, el paisaje del vacío verdadero y sus múltiples
interpretaciones, todas ordenadas por un dios sorprendente.
 
Laura lleva un pasaje de barco, un pasaporte español, un ticket impreso de corte neoyorquino, un rascacielos
a juego con su altura ―vértice demasiado punzante. Su nariz es casi perfecta. Ella es casi perfecta
como un sábado de mayo o una primavera
prohibida, como esa canción del verano  que nadie consigue recordar.
Exacta como una parábola sujeta a las leyes de la
hegemonía, tan poética como un tigre
vestido de riguroso azul.



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