sábado, 28 de diciembre de 2013

punto de lectura


En el acto de leer un libro, pasar página. No digamos
en el acto de escribir un libro, de llenar la página. Surge
el Intelectual, la Intelectual, los Intelectuales todos, gordos todos
de tanto entretenerse. Los intelectuales tienen tendencia así que al sobrepeso.

La verdad. Diremos que el acto de leer está en un paroxismo
leve. Destroyer pero poco. Se atiende y se comprende, hay quien se confabula,
discute, se evapora. Por ahí, surge la idea, brota la máscara, urde
su trama
el Libro.

La novela ha muerto. Como el Jazz. Como la gente que se muere. Da miedo.
Unos listos farfullan sus poderes. Superpoderes no los tienen todos,
acaso los menos, algunos inviolables, algunas chicas de cabello errático,
pies pequeños y savoir faire. Algo como un Kingdom que se extiende hasta el confín.

Supongamos que la ridícula/rudimentaria empresa del aprendizaje o del pasatiempo
inteligente convoca a sus adeptos, tiene seguidores en masa, en plancha, en fila india quizás.
Los trascendentes líderes de opinión comparten sus reflexiones íntimas con la gente que pasa.
Están a un golpe de suerte de la suerte.
A un espacio intrigante del sobresueldo final.
El finiquito.

Otro que se ríe, se monda, se restriega el pecho contra el suelo de hormigón
porque hace gracia:
ver al tipo de persona
de las gafas o sin ellas en el acto de esparcir su mirada por el rectángulo absurdo de papel.
Una rectitud. Una acción. La cuestión de orden. Apriorística.

Hay una inteligencia desmesurada que hace mucha gracia
(verbigracia):
la tienen las mujeres cuando se declinan. Declinan invitaciones. Al baile. O al amor.

Los chicos leen sus expedientes de moda. Sin fumar. Sin salir al callejón.
Miran por la ventana y se comprenden, se defienden del mítico underground.
Leen y escuchan música. A la vez. ¡Qué coincidencia! Barren para...

Ahora los chavales se describen en una risa colectiva y atenuante. No paran de reír.
No quieren saber por qué la gente escribe los poemas. Los poemas sobran, en particular.
Están de sobra. Nadie quiere que le vean leyendo otro poema.
No es el acto de leer un libro. En un rapto de autolisis.
(Entreacto.)

Algunos, sin embargo, se rinden a la emoción del verso que no rima con nadie,
no mide sus palabras, hace su trabajo, confirma una sensación (a todo esto).
Son tan inteligentes que necesitan pensar.

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