viernes, 1 de noviembre de 2013

inmaculada


¡Dadle sombra al amor!, el cuerpo inmaculado de una muchacha de Tokio,
el cuerpo místico de una muchacha saudí.

Estrictamente, aquel amor no necesitaba un cuerpo para luchar de frente,
le bastaba con la cabellera rizada, el rizo universal, el canon afro,
estilo y vanguardia. A veces, sin embargo, autorizaba al resto de los ojos,
rendidos a sus pestañas de raso, apenas hechos, comestibles,
dignos emperadores del rostro, abiertos al espacio, adictos al rocío, siempre verdes,

Y las sombras se visten por los pies de acero con gamas insólitas de color aguja,
visten hordas de fragancia, látigos para el ceño fruncido,
medias transparentes.

El cuerpo matizaba su arrojo. Los brazos eran solo palomas, solo al viento,
nada más que el humo arriesgado de las chimeneas. Las palomas recorrían
la longitud rabiosa de las piernas sin desplegar sus alas invisibles  
en un proceso romántico de aclimatación a la felicidad.

Otro bálsamo era el pecho que resumía su angustia en un suspiro débil,
reclamaba la audacia de las manos, crepitaba ondulante.
El pecho asimilaba su estación permanente, otro invierno a lo lejos,
avanzadillas de nieve y un calor tan frágil como el hielo en la capa del estanque.

La sombra del amor era copiosa, de visita pasaba a ocultar el sol, se comía la luz,
ocultaba la luz entre las sábanas, la escondía entre húmedos reflejos,
entre el polvo brillante, el agua corriente que salpicaba burbujas a su paso.
¡Ah!, jugaba con ventaja y engañaba a los jóvenes
con su cuerpo menudo y su cabello limpio, arropado, lanzado a la aventura,
repeinado y pintado en tonos ligeramente plásticos.

Dadle fuerza al amor, dadle una historia,
dadle el cuerpo barroco de su nombre, el cuerpo atlético de una estudiante del MIT,
el cuerpo anciano que anuncia su promesa solemne
con toda su dramática experiencia a cuestas
como una falsa lluvia cayendo a jarros sobre su gran corazón.






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