miércoles, 21 de enero de 2015

a un año luz de ayer


Creció el amor tan lejano como una montaña. Lejano como un grito.

Ahora el amor -su verticalidad, su tamaño- tiene forma de amor,
que es una forma grata y verdadera. La voz que lo distingue es de color azul, la voz del ancho mar
es una voz que alcanza el cielo con su calma. Como su talento para la inacción, su célula durmiente
activada de pronto en aquel verso. En la lejanía, se advierte su volcán, el templo en llamas, ríos de sangre densa
dan vida a su espíritu. Un alma enamorada recibe mil descargas eléctricas antes de nacer;
da igual, igual que un beso en la mejilla, una caricia.

La caricia en el pelo de K sirve para ejecutar un vals, es como ponerse un sombrero nuevo, como regalar un anillo de fuego.
Distinto, el roce amansa su propia violencia, amortigua su fiereza, pasa de largo en un suspiro.
Todo el cariño parece que no fuera suficiente, todo el deseo colmado de inocencia.
La ingenuidad es un arte difícil de admirar, caro de ver. Cuando se agita una nube para sacarle una gota de lluvia,
cuando se echa a nevar y se quebranta el suelo con el frío, un arco iris frunce el ceño,
se estremecen las copas de los árboles ante la discreta fortuna del jardín donde ella gira -ensimismada y seria-
con una sonrisa trágica en los labios. Donde nadie pronuncia una palabra de amor,
no hay necesidad de superar la tristeza del paisaje, su inagotable estado.

En el espacio, las ruinas del amor hacen su aldea, queman otra ciudad. K se lo figura, se lo piensa,
discurre un remolino de ideas aceradas que reparten justicia: son tan rectas... Hacia el ocaso, la montaña se tiñe
de una albura celeste, viene a conformar un cuadro oriental fundado en la cintura de los juncos, cierta humedad
improvisada. Los sentimientos vuelan como serpientes, festonean la bruma, llenan cuadernos
de una escritura abigarrada y también falsa, una poesía ascética.

Solo el poeta está cerca del abismo, a un paso del aire, o a un año luz de ayer, cuando era tan feliz como el recuerdo
(a su velocidad inversa, para no olvidarse del futuro que hace mella, fatiga, te hace pensar en él).
Ella conoce el amor, pero ha estado tan cerca, sin saberlo, tan cerca como el sol sobre la piel,
como un beso asomado al hondo espejo de la oscuridad. Oh, ella se ha recogido el pelo,
ha tomado una rosa entre las manos y ha mirado a lo lejos con una sola lágrima en los ojos,
con la rotundidad que anima el dulce sueño de los novios. Su voz ha deplorado tal silencio, ha escuchado a la noche
restando incertidumbre al tiempo detenido.

Como un profeta, el amor ha escalado la cima antes de volver a su desierto. Keny ha dibujado un corazón en la nieve
y lo ha hecho arder en el poema. Ha dicho la verdad, como hace siempre desde que el mundo es mundo
y el arte anima su piadosa mirada.




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