martes, 13 de enero de 2015

arquitectura real del sentimiento


Qué asciende, se eleva, duele tanto...
El gorrión de madera silba cascabeles repintados de pluma, agita un ramo de fuego con todas las consecuencias;
en ese territorio alado de la infancia, las noticias se enteran de la gente, los periódicos son el lastre de mañana.
La invención es automática, tajante. Se congela el aire, su quietud acelera los martes y los miércoles
que discurren sin prólogo, protocolarios; no es el vapor de la máquina ni habla el conjuro del frío,
mas es térmico y terso, suda como el cariño que se tiene, simplemente así:
babel inversa que obra un silencio remoto para estupor de estudiantes y maestros, pasmo de críticos falaces.

Es la ambulancia que viene en ambulancia, tren que expresa el traqueteo como un ataque aéreo,
fauna sin carne, carne sin arte que llevarse a la boca; otro cuarto cerrado, tan pequeño que no se puede huir.

Surge el humo en la distancia, columnas como nubes, árboles fragantes. Es un corazón sin forma
tatuado en el hidrógeno del alma; vuela el carruaje de las maravillas, seis rápidos corceles para el día,
más veloces que el sol, recuperando luz. Sus zapatos de cristal repiquetean, hacen sueño del ocaso,
ríen a golpes de dulzura su frenesí de sombras, sonríen a la luna; dicen que ella ha pronunciado
un ramo de claveles, que no faltaba el oro en cada pétalo, ni un pétalo de rosa. Que ha escrito una oración
y ha enmudecido el cielo; desde su altura, ha rescatado nombres y promesas.

Se eleva, duele tanto...
Su rastro ha sido detectado por los ángeles, su rostro ha sido visto hacia la noche, ha sido amado;
decir que entorna un cauce en la mirada, un algo que se arranca. La parte de su alma que no existe,
se resiste a afrontar el tedio de la vida, conduce a un laberinto sin entrada y arde siempre, quema como un escalofrío.
La carroza es un puñado de arroz arrojado en escena, pero rueda por un camino suave que se acaba antes de partir:
sentirlo es un acto de nostalgia. Sentir su mano en el vacío, nada más que un triángulo de piel.

Duele tanto...
Su vestido de gasa, transparente hasta la carne memorable, sus puntos cardinales en fuga hacia la cruz del infinito,
rayos dulces. Tres pasos hasta la fuente donde el agua se esmera, el recodo donde el árbol persiste en su materia
fundamental, la herida que produce el tiempo en la ondas del estanque sangra arrebolada en flores.
Su rodilla que tiembla y se conmueve como el firmamento, ávido cristal, lámpara viva; su rodilla que es hálito flexible,
roca de papel. O la sábana blanca de su pecho tan inflamable como una mariposa repetida.

Sobre las nubes, por encima del verbo que rompe corazones e inspira tanto amor, por encima del tono,
la vibración de su espíritu que traza un recorrido entre los ojos, alumbra mil palabras incendiarias;
nada salvo la voz que no se arredra y es un estado dentro de otro mundo, su voz
hacia la tierra, deshabitando gloria, ave que no recuerda su pasado en el viento, la primera caída fulminante;
su voz en el teatro de las rosas, ¡oh!, en el momento en que derrocha la virtud que protege su espalda, su coraza de nieve.

Ella en perpetuo retorno, de vuelta al universo en una gota de agua. Ni demasiado firme ni el esbozo
de la ciega pasión que no puede olvidarse como un sueño. A pesar de este amor, con un lápiz tallado en la cintura,
a pesar del abismo, con dos alas de espuma que no saben volver del horizonte.




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