domingo, 14 de agosto de 2016

qué afortunado


No es amor tan fuera del amor, tan lejos del amor. Este amor que pretende no estar
solicitado, que está en otro planeta donde los besos caen
del cielo como lenguas de fuego; yace en las dos dimensiones de su alcoba oscura contemplando la vida por televisión,
el beso largo de los amantes en el cine,
escuchando la guerra que trae olor a herida seria y moscas en la piel.

En la página no cabe el desenlace. Alguien promete renovarse o nacer:
qué afortunado. Alguien que jura con una mano sobre la vergüenza, niega cien veces su condición profana,
se parapeta tras el hondo destino con la parsimonia que aporta la primera
traición. Delator de sí, Judas de su constancia.

No es amor, hay que ponerlo por delante del verbo, por delante del alma
y del ramo de rosas que permanece en su centro; el verbo ha descreído su importancia, su eco
remonta campanarios, asciende torres sin bandera, murallas de carne.
Hay que leerlo en voz alta
(del catecismo), hay que soñárselo al oído de dios.

Puede que el amor no exista porque lo dice el hambre con esa boca grande que le viene. Que no exista el amor.
Este mundo comprende extremos donde la noche produce
filtros y tragedias, los relojes asustan, brillan las miradas con restos inmortales
de luz solar. Pues, ¿qué materia engrosa los corazones, decide qué parte del día
ha caído en desgracia?

Quizá los trenes fueran,
siempre que no pasaran –lentos– por el campo…, el espejismo romántico, cuna de inevitable sordidez, distancia
prodigiosa. Amor entre dos países levantados en armas,
subyugados y tristes. Se advierte en la escritura que silabea la pluma y su trinchera absurda, su clase
media de atreverse a no llevar razón. Toda la tierra es poca para sembrar una gota de sangre,
cuando se ha plantado una pesada selva de miembros cercenados, ríos de tinta
negra han regado las alas de los héroes.

No es amor hasta que no ama al fin de su carrera (y su historia), no es amor
pero siente la cordura del fuego, la sobriedad del sello que revelan las manos de la naturaleza,
la infinita protección del olvido. No es mejor, pero ama
porque recuerda que el primer desengaño es siempre el más completo,
el que llega hasta el hueso de la felicidad.




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores