miércoles, 10 de agosto de 2016

fuera de servicio


Un semáforo tirado por ahí, en medio del verso; y nadie lo consulta, salvo el crítico
esencial. Lástima que la crítica haya abandonado el oficio por falta de recursos humanos; solo uno, voluble, un aristócrata
dirime la razón última de la poesía en sus crónicas adjuntas, operísticas, salvajes. ¡Un semáforo
debe morir! Continuar destellando, ¡nunca! El poema se devalúa y traumatiza
con semejantes ánforas de lenguaje común, es un latín vulgar que horrorizaría a Virgilio, despertaría a Cátulo.
El desatino fortalece la endeblez de la trama artística, deshoja la margarita
lírica de un tirón, NO.

Esto es que el poeta ve el semáforo amarillo tan radiante y estropeado, fuera de servicio,
y lo recupera para el mundo; lo introduce en sus círculos, anestesiado y deforme como una cruz romana,
sin paliativos. Así que lo presenta en sociedad y los amigos reconocen su ventaja,
¡oh, adorno!, el diseño clásico de sus ojos a la virulé, su paleta estratégica.

En el poema, el semáforo cumple y frente a él se detienen: el cadillac del KRIT, el del Big Bopper,
todos los cadillacs del extrarradio, muchos de fuera del parque (si tal cosa fuera posible). Hasta Mara Hruby refrena
su talento y atenúa su paso atlético en presencia de tan excepcional variación orientativa imaginaria.
¿Cómo no hacerlo? Jordan lee y estudia el cromatismo, desafía la naturalidad victoriana del asunto,
es que le cruza la cara al aire –¡plas!–  de la mañana y se come un participio de campo
con absoluta codicia sintáctica. La obra no se resiente en modo alguno, más corretea ajena a la debacle
decisiva donde se juegan las musas nada menos que la validez proteica del tiempo pasado,
su equivalente, la valla pintada por error de un color espacial.

Proteínas pues para el cerebro, alma para el pensamiento, predicados poco hechos para el personal.
El campamento resplandece con la interrupción debida al nuevo panfleto del secretario
que hace las delicias de la intelectualidad reencarnada. El horizonte vomita un rastro de metralla
y las mariposas pierden su vistoso detalle. El agua corriente vuelve a fluir
en el idioma único de la nostalgia. El verbo del día es: besar. Y se conjuga en ausencia,
pero eso es una monería. Digamos que las páginas pasan de largo atentas a la acción del viento como al deseo
truncado de un ama de casa o un niño pequeño. Es obvio que el hop –que resuella mestizaje–
no se comprende bien. Si se entendiese, ¿no habría colorido en vez de frustración? Y las rosas, ¿no se verían de otra manera aún!




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