domingo, 20 de mayo de 2018

un millón de lirios en el aire


Donde esté el signo;
si el signo es doloroso. Si hubo un corazón, hay un corazón: extravagante, duro como el pedernal, como la sombra
de su cuerpo (púrpura entreabierto) Dolía así, gigante en su veracidad y su coraje, pues
no era mensurable su latido, su aurícula derecha no
daba la medida exacta del Amor.

El Ángel viaja, está en el tren que se aborda una noche de invierno, fumando en el pasillo, fumando en la ciudad que a lo lejos
se divisa como una falsa estampa del pasado. Es un truco modesto, la dignidad de una mariposa
abanica su espalda, sus ojos se vinculan con el ciego mundo de las excavaciones, la levedad porosa del satélite:
un cráter misionero / dulce vestigio de la gaya ciencia original.

Oh, su velocidad de chocolate, su traqueteo indefenso, insinuante. Aguza la vista y lo verás mientras
vadea el océano con su estandarte, mientras endulza el río con sus lágrimas. El agua es el mensaje, el fuego solo
es. Su corazón es duro como la alborada, como el espíritu que compone atardeceres envuelto en el sudario de la magia.

Hablad de su belleza, obrad un coliseo de palabras insolentes para definir su altura.
Sus labios amortajan un millón de besos, ¡es poco!, un millón de lirios, un sinfín de artículos determinados, la mayoría
del tiempo, la inmensidad estática del aire. Su conciencia
mueve campos de labranza, ordena surcos naturales en el cielo del norte, subyace a toda enciclopedia
mercenaria (fiel coraza de encinas); ¡es un árbol con toda su coraza!

En el libro se describe el signo de su autoridad, sus rizos y su piel. Lleva (puesta) la túnica del tigre, la piel de la aurora
libre y confidente, el melocotón y la fresa de su boca. Hace la luz. El Ángel
(amarte-amar-te ama) es la declinación, se conjuga con todos los laureles, abraza el contorno familiar del viento,
salta a la vista de la soledad, gana espacio al vacío forjado en su entereza…

Ahora se escucha la música impaciente de su voz de almendra
que corta de raíz el principio del reino y de la rosa, derriba la muralla febril que construyen los novios con las manos
rendidas; su voz tan vertical como un hilo de savia edificante.

Está en la violencia oscura del recuerdo; ah, y en la acera pintada con la estrella del hambre, en la pared
adulta que separa dos islas de infinito. Su nombre es lo de menos; ya se lanza por la borda del lenguaje, arriesga su integridad
en el horno constante del espejo, oscila como el vértigo en la matriz del sueño que lo admite y lo encumbra
para siempre, y lo apura sin gloria a sorbos de injuriosa eternidad.



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