lunes, 1 de abril de 2019

mística boyante


Ladera su cabello, olas son olas, sin embargo; alguien va rifando primaveras,
arriesgando salud y movimiento. Aquí la hierba cubre una extensión madura de campo circundante. No todo el campo
es campo, como no todo el universo es luz ni toda materia es comprensible,
existen cuerdas enterradas a la vista del mundo, cuerpos sepultados a la vista de cualquier memoria,
huesos que reclaman caricias; todavía
el humo asciende en nombre del amor.

Ladera de su pelo organizado en salvas y oraciones, su ramo
ensortijado, habitado por duendes informales, hadas con una sola voz. Su casa viene a ser un modo de vivir a sangre y fuego.
un lago entre pianos confiscados al arte, sustraídos por la fuerza bruta de los callejones.

Calles paralelas jalonan el recuerdo del edén, la auténtica miseria celeste
plagada de epidemias y ratones; sí, en el cielo hay ratones, y a la puerta febril del paraíso una sonrisa
acude, una lágrima defiende su trecho hasta la luz. Sobre los adoquines, crecen la sombras y los gritos, las maravillas
de la vida ceden ante la despojada voluntad del colmo, su cartílago feroz.

Hay excepciones, fortalezas humanas que transitan la soledad con una compañía
imaginaria, una niña cogida de la mano, a caballito, una mascota honrada, un verso. Hay gente
sudorosa en cada estación, gente recogida en la escalera, orgullosa de su postrer aliento.

No pesa entonces la pólvora sagrada, no arde la imagen del espejo, ni la tierra rebosa
de precisa nostalgia. Los chicos escuchan cintas ilegales, cuelgan cintas amarillas de los troncos resecos,
barajan un estilo literario, esculpen caracteres japoneses: es su marca en el drama. Las leyes de la naturaleza
han fijado el sol con un compás, han desenrollado una fracción del misterio.

Ella se disuelve en la métrica del viento, funda un monasterio vacío –oh, mística boyante– en homenaje a la altura que explora
su mirada, al desierto que acecha su huella luminosa, a la estrella que rompe a llorar
durante siglos, el mar que escupe kilómetros de espuma. Su cabello en el aire
refleja la inocencia de la noche, el primer aniversario, el primer mordisco a la belleza, su primera disputa con el orden,
muestra el miedo que ilustra la esperanza, el horror del deseo, la obscena levedad de la palabra
y el piadoso signo que denota un cuerpo en llamas
uncido eternamente al dominio del hambre.



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