sábado, 27 de abril de 2019

intuición (o viceversa)


Coser una piel de plátano en vez de fumársela, forjar un muñón de hierro,
una próstata de papel de plata. Al estilo Zoe Leonard, mejor coser una piel de naranja, así se define
el arte. Por la inspiración, construir es crear,
¡tapiad los callejones! Cualquier perspectiva es mejorable pero no deja de ser
fotogénica, no deja de tener el pop. ¡Oh, no tiene el pop!, algo que solo poseen algunas amigas de Jordan,
como Chaasadahyah, y que parece el secreto mejor
guardado de Hollywood.

Amanece en el rescoldo meridiano del Parque, la inspiración
produce humo en los pulmones, virutas mentales, una fábrica de carbón en pleno plexo solar. La luz es para los crápulas,
(hay una Van Helsing en cada boca de metro); años ha que fue articulada una propuesta
de cohabitación entre la vegetación y el asfalto. Hubo brotes de racismo,
hubo brotes de enfermedad, sarampiones incurables y otras bacterias multirresistentes, pues la música
ya no bastaba para combatir el alocado esfuerzo de la ausencia.

La gente muere y uno cree que está muerta y está bien. Queda bien, como si tuviera el pop que nunca tuvo (en vida),
resulta interesante con esa palidez tan natural, ese maquillaje póstumo que predica la sangre
que se retira, esa tierna flaccidez insustancial de las mejillas,
el volumen incierto del estómago y los labios.

Mejorando lo presente, el futuro se presenta inalcanzable para los devotos fanáticos del arte y sus circunvoluciones,
sus faltriqueras prietas, sus economatos endogámicos, la simetría
ful de sus ingenios y sus normalizaciones. Inspirando el humo de la piedra, el humo de la rama,
el humo del incendio que no se apaga jamás. El futuro se difunde y se congrega (a la vez), es un contratiempo
dinámico que escribe con la mano izquierda atada a la espalda, escribe en la pizarra
recién borrada a conciencia, dibuja corazones sin tacha en los portales.

El artista invitado es un muermo pasado de moda, nada modélico, no sabe posar para la fotografía ni el autorretrato,
menos aún para la mirada herida correspondiente; ahora, New York se escurre entre los dedos
de la fantasía, pero en realidad se cuela por el vano de la soledad. Hay una pureza
inaudita en cada trabazón, en cada cancha de baloncesto vacía,
cada nube que desciende y se apodera de un nuevo territorio. La noche ha conquistado la ciudad
declamando su belleza oceánica sobre la altura familiar del dogma.



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