martes, 11 de febrero de 2020

campo de violetas


Nuestras flores han sido requisadas,
de cuajo intervenidas, sus tallos, denigrados, sus hojas. La tierra
ha declarado el énfasis de los relojes
naturales, la velocidad del sol, el punto crítico tras el que todo estalla como un campo de violetas.

             Nuestras flores
han oído el nombre de la luz en su memoria, se han desprendido del vaho,
desnudas de futuro, han escuchado
el feliz lagrimeo de la fronda.

A unos metros de profundidad, bajo la capa
celosa del mar abierto, dividida en corrientes y penalidades, ha crecido. Una flor de pergamino, una palabra
tuya dibujada en el ritmo de la arena que se deja caer,
se desploma
y pasa.

Tus palabras poseen
la propiedad ajena, la curvatura inicial de los espejos, su tentativa, la plenitud
atlética de la fragancia, esa gramática
profana de las oraciones perdidas.

Ah, tu manera es el viento que recoge las mieses,
debilita los cuerpos, sobrecoge la paz de las ideas. Mas
qué imprevisible su parnaso nativo, crudo como el alba, su página primera
donde reinan, exactos,
los ábacos geniales.

Tu nombre que se agita en un ayer
gigante, tu rostro componiéndose en vísperas del velo, en el ruedo
adorable de los besos furtivos, tu mejilla vidriosa como el vino, tu alma
exprimida como un limón de agosto.

             Y aquellas flores nuestras que fueron para siempre.



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