domingo, 16 de febrero de 2020

una mañana cualquiera


Hay un canal para la sangre,
es una vía muerta.

Siente el ferrocarril como un coágulo, llegará hasta tus pies
con su pródiga carga de reflejos, su espuma
cenicienta, y su retraso.

Hay un reloj que dilata la faz de las estrellas, empuja
hacia adelante su risa luminosa. Llega el tren una hora tarde, un día tarde, una vida
más tarde y, en su primer vagón,
arde el crepúsculo, de nuevo encadenado.

Oh, sentirás el leve
seísmo que produce el acero machacando la tierra, levantando
los huesos. Sufrirás esa ausencia
tenaz de los que parten una mañana helada.

Arderás con el torpe
deseo de las nubes y tu espíritu
velará el despertar de las montañas, la desigual temperatura del lago impenetrable.

Tu amor será refugio de otra clase de amor,
será renacimiento, campo cultivado de recuerdos, campo
abierto a la pulcra labor de la naturaleza.

Verás pasar un largo expreso de historia concentrada. Alguien dejará caer un trozo de pan
duro como el alma de los asesinos. Y habrá un andén
dibujado en la niebla, su rombo de baldosas, su techo
acribillado por el fuego, construido de harapos y relojes ausentes,
zapatos y mecheros, abrigos desteñidos, sombreros
desnucados, alaridos inmóviles
y ventanas sin límite.



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