viernes, 10 de julio de 2020

matadero existencial


Debo impedir que mis ideas se evaporen en poesía
(Kierkegaard)

Quien no conoce la biblia, la historia de Abraham, las penalidades,
quien no parece ser
un arribista. El dilema pertenece al ser, será que somos asesinos en potencia,
nuestro exponente es un cartucho de dinamita colocado entre dos cuerpos, nuestro avatar
es una bomba de arena, un monte.

La palabra es el monte. Decimos la palabra
y se nubla, el cielo adquiere una ignorancia, una ondulación, son colinas
actuantes, diseñadas así para los ojos, encañonadas por el sol en la distancia,
horadadas por cientos de oscuras madrigueras. Decimos
que la hierba es la fuerza motriz, el ser y lo último que veremos antes de la muerte.

No somos existencialistas, pese a lo extraordinario, pese a la longitud
honrosa de nuestra carrera artística, esta vida llena de tiempo perdido; se busca tiempo en tiempo real,
en la caja de los truenos del pasado. Nuestro futuro
pende de un cuchillo carnicero, somos matarifes de toda una nación de víboras, somos
el águila que asciende en el pecado y lleva una vida entre las garras.

Mudos (a primera vista). Permanecemos
atentos como Job (en un ¡ay!), el estoicismo es nuestra patria, nuestro único patrimonio, la unanimidad
de las emociones nos guía por los túneles del cielo.

Hemos subido al tren del mes que viene, un tren
orgulloso de su recorrido vital; saludamos a Katerina, bella y desconocida, saludamos
a todos y todos nos dirigen la palabra, organizamos un baile entre vagones de distintas
categorías filosóficas. Luego, el salón yace vacío como una escuela un día de verano,
como un espejo en medio del olvido.

Nuestra locura bajo el mismo techo, bajo el digno paraguas de la realidad;
manga por hombro, la literatura, la manga ancha de la literatura adaptándose a la jeroglífica crítica voraz,
el cristianismo hecho carne por una sola vez,
nuestra aleta dorsal descollando sobre la superficie de la nada.



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