sábado, 18 de agosto de 2012

los atributos de mi exilio (III)


¿Es el amor otro de los atributos de mi exilio? El amor encierra una verdad platónica: que no existe. El amor, en realidad, es compasión. El amor significa, paradójicamente, una mirada interior. El amor, tan externo, tan aparente, tan rematadamente loco por la belleza que nubla los sentidos y perjudica la razón, esconde una forma de llamar la atención sobre lo oculto de nuestros corazones, de nuestras mentes. El amor es todo un pasaje íntimo que no tiene ligazón con ningún tipo de belleza. La belleza es aquello que nos motiva y nos agrada, lo simétrico, pero el amor no agrada, desmotiva, ennegrece, no libera sino encadena, no es bello sino terrible. El amor no encierra ninguna verdad, solo un intento compasivo, apenas un esbozo, un tiempo para la compasión, que es el verdadero objeto de todo amor. El verdadero interés del amor está en la compasión. Uno dice que ama y solo está buscando la mirada profunda, la compasión, la compenetración más perfecta con otro ser que pueda captar lo que los demás que no llegan a amarnos no son capaces de ver en nuestro interior. No se busca el placer en el amor, que suele traer dolor y decepción, se busca un recorrido íntimo, un caudal de solidaridad, un espejo fraterno. El sexo es un efecto del amor, pero está condicionado por el instinto de supervivencia, por el animal que nos habita e impone su pasión desorbitada a nuestros actos. El sexo no reside en la naturaleza del amor, no está en su centro, sino en sus aledaños, en su periferia, en los ojos que buscan simetría, perfección, que buscan la simetría del universo con sus redondeces planetarias y estelares, su rotundidad galáctica, el tamaño, la velocidad, todo aquello que nos maravilla y nos hace encogernos y nos transforma en pequeños seres bíblicos, animales domésticos de un dios degenerado.

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