martes, 19 de marzo de 2013

con el son (la historia más hermosa jamás pensada)


Lo nunca visto. A su manera de caminar despacio;
si de puntillas venía con un metro en la punta de la lengua.
La canción caminaba a su lado y sus pasitos cortos
doblaban una esquina con la mirada puesta en el después,
a la vuelta, en una sucesión de incertidumbres y sorpresas mayúsculas.

Lo nunca visto. Sus zapatillas de correr a mares, de bailar
con los lisiados arbolitos y sus hojas, de leer en sus hojas la historia
más hermosa jamás pensada, el balanceo de una gloriosa existencia.
¡Ah!, pero apegada a la tierra, levitando sin bajar las escaleras
o al subir al monte que tiene la ciudad en mente (y no existe tampoco).

La canción y su base de melocotón y almendras, su básica melodía
abierta en canal para todos los oyentes, para toda la familia,
desde el gato al canario, del abuelo a la madre paradójica.

La niña que creció en un santiamén y se puso a caminar con el son,
que comenzaba a predicar el soul sumida en una ráfaga de funk.

Letras al borde de la desintegración, rimas que se autodestruirán.
Palabras no violentas que cruzan calles desiertas a las tres de la mañana,
esqueletos que menean sus huesos al ritmo.

La niña con su azúcar y su estrofa que no se recalienta
por más que ruede y aunque se motorice y llegue a su destino en la sombra.
Vertiginosos pensamientos, bocas ávidas machacando el rap en español
(o en inglés africano y retumbante, sólido y nada sofisticado).

Una chica morena caminando y alimentando sueños, de paseo por el recién
estrenado parque, en el barrio y fuera del barrio, al límite del buen gusto
que marca la estación de policía con su bandera rígida.

En silencio: así, en un deslizamiento, con un sereno movimiento subversivo.
Cantando.






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