sábado, 23 de marzo de 2013

actitud


Y cómo se estremece. La música divide un territorio,
las firmas exaltan la propiedad del callejero. Hasta aquí hemos llegado.
Lo juramos: no pasarán la frontera invisible, sus pretenciosas nike
no hollarán el asfalto a este lado del río seco.

La nueva reina
critica con elegancia y funda una misión de artistas.
La nueva reina se estremece cuando el humo asciende a su corona;
habla deprisa, calla y mastica sus planes de expansión.
Masticando el hip-hop, planifica la conquista de los bloques idénticos,
orquesta la ocupación del parque más lejano, lanza un perro peligroso
contra sus enemigos sin flow.

Y qué guapa se merece
reclamándose en todos los espejos con ese amor tan íntegro,
con el amor primero, distinto, con ese lúdico amor diferencial
que tanto la distingue. Su ropa. Su vestido del todo. Su desnudez
tatuada y multicultural, boyante, inmarcesible.
Porque ella -que se sabe el diccionario- sabe lo que significa un cuerpo,
tiene una mente para capturar espacios... y sabe cantar.

Canta, y su canción es alta de nombre estrella, elevada y potente,
ascendente como una escalera de piedra, como un gráfico bursátil
en época de crisis (moral). Planta sus reales propósitos, traza
su línea discontinua y, de pronto, parece que está rodando un Dogville
de cuidado. Y cómo se estremece en el momento estático del baile,
al momento de su consagración, rodeada de bailarines excéntricos
y público arrogante. Su nota es un sobresaliente, un alfabeto
sinfónico, su do-re-mi-fa-sol es un arte a gran escala,
la concatenación del nervio, la fusión preferida por el arpa,
la manera más digna del luminoso piano -en qué manos felices-.
Ella, la reina, abrazada a su piel alternativamente rosa,
a su ébano febril y su coraza andrógina, disputándole al sol
el cetro mismo de la primavera, el centro de la calle,
la crema vertical de la avenida,
el lugar más al sur de la (puta) ciudad.





No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores