domingo, 6 de julio de 2014

siempre en otro lugar


Vuelta a la casa común, los pies descalzos, acto de voluntad
y curvatura.

Decir que el trabajo es pilar de la belleza, que no afea ni produce arrugas en el alma.
La dignidad es origen. El indigno es el otro, el patrón a quien nunca se ve,
el hombre del sombrero de copa, la bestia que se corrompe entre los bastidores del parqué,
canalla triunfante recogida ante los altares.

Contra el mal, la rosa entera, besos como rosas, labios en ascuas.
El beso frente al cálculo, frente a la risa y el grito. Tras el espejo existe un mundo sin horror
donde la belleza es pura norma independiente.

Alguien sacude la calma con una voz a martillazos dulces
que dibuja figuras principales, casas de fieras, el cristal de un lago. Esta música tiende al infinito,
a no acabarse nunca, su línea debe prolongarse hasta la nada
y seguir.

Estudiadas formas de bailar. Ella lo hace de pensamiento. Ah, si pudierais verla,
el vestido suelto por encima de las rodillas. El cabello cambiante, introvertido,
en llamas como un sol de terciopelo negro. En los labios, la brasa, el rojo despertar
de un latido convulso. Tanta ingravidez en la cintura.

Pero la voz no es diferente a un golpe de viento, no se parece a otro sonido real;
el jilguero y su secreto cautivo tienen relevancia, similitud con este arte. La verdadera fe
corresponde a quienes han escuchado el canto, lo han sentido en su carne.

De vuelta al techo común, hacia la soledad del árbol más joven, su trauma.
Luces aéreas sobrecogen la tierra que se ahonda y se repliega tenazmente.
Ella formula un deseo
y una estrella se enciende fuera de sitio, lejos del mapa de los ángeles,
fuera de sí.




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