sábado, 16 de agosto de 2014

el paisaje real


Elegir un paisaje. Mirarlo. Es un desierto y en su centro un alma.
Contra el cielo color arena del desierto un alma apoyada en el aire;
exactamente dos globos para la fiesta de cumpleaños, uno rosa, el otro azul.
La rosa es invisible, inviable, sin raíces que echar en esta tierra, en esta roca dulce.
La Luna se ha tragado nubes que se han tragado luz. De qué manera ha brotado su media sonrisa,
su boca de león. Elegir un paisaje es mirarlo a contraluz y atenerse al resultado
de la medición. Infinitos escenarios donde permanecer anclado en la nostalgia.

Qué elegante la percepción del paisaje único, su constatación como lugar dado por las circunstancias.
Elegir un paisaje es aceptar un regalo cósmico, contemplar un espectáculo imperfecto.
El mesías ha muerto en el bosque, entre los últimos árboles del arca. Su padre había muerto
hace una eternidad. Se ha comprimido el espacio hasta formar un mosaico de intenciones.
Es ahí, en la intención de las galaxias, donde se juega la partida final.

Un alma tendida a la sombra del porche, encaramada al monolito. Un alma corta, una pistola carismática.
¿Es hermosa porque dedica su blanca sonrisa al público que sestea? ¿Porque posee un cuerpo?
Su cuerpo es inocente de su anhelo, no tiene culpa de su práctica,
ignora su corrupción, la metafísica del tedio, el poder de la carne.
Su cuerpo bello dividido... El espíritu diferente, bendecido por la contradicción y el desengaño.

Existe un cuerpo y es mucho pedir. Ocupa un lugar en el tiempo. Su lugar en el tiempo no es ahora:
nadie puede confirmarlo. Por más que haya maneras de disputar la realidad a las conciencias.
El tiempo es nada más que arte. Parece un bloque y no lo es, parece que esté cayendo del cielo
como una maldición inexorable, un trazo de lluvia. ¿Cuánto dura un segundo en la lejana Andrómeda?
Y para quién. Andrómeda, que se acerca a la velocidad del pensamiento, es el tren del suicida.

Quiere decirse: un alma no elige su paisaje. Se conforma.
El paisaje lo decide el verso. Las palabras que construyen dunas para que el verbo se deslice,
erigen monumentos a imagen de su inspiración, levantan catedrales como muros de sonido.
Es el alma la que observa, la que divisa un mástil sobre el horizonte. La que informa de la tierra
y de las flores. La que crea el amor para matarlo un instante después.






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