sábado, 20 de diciembre de 2014

eterna


Un año más los versos vienen encantados: hay una razón. Existe alguien,
en un lugar difícil, escarpada montaña, Shangri-La, valle recóndito, allá donde el ancho Sena vuelve a ser un río,
tal vez, cerca del mar. Existe, entonces, un pensamiento azul que vaga por rutas de limitado tránsito,
venas secas de la tierra o arterias explosivas con sede en la misión del horizonte.

Explica ella que su ámbito, su ser, su acto es puro como la lengua rosa del glaciar, puro como una matemática
creciente; ¡ah!, que así ha de calcularse el precio de su imagen, el peso de la nada donde
hubiera creado una sonrisa, imaginado un beso, por cuya marca en el espacio se hubiese deslizado el movimiento
ansiado de su cuerpo, tan moderna como las alas de una nave nodriza, especular y vibrante
como un debate en torno a la mágica esencia de las Hadas.

Ella que ha colmado un año de ilusiones con la sola energía de sus labios, el máximo producto de su pecho.

Late en sus ojos un poema de invierno, nieve que habrá de restaurar su imperio bondadoso,
la conexión entre la plenitud del cielo y el desánimo profundo de la roca. Una odisea, canto al desaliento, la cura de humildad
de los ancianos dioses que ven corrompida su obra permanente, derrocados por una pequeña heroína descalza
que entona su canción de cuna, su comedia sobre un rayo de noche en mitad de la flor. Oh, ¿no sería más justo
retirar a la flor sus honores de rosa, faro en la encrucijada?

Se dice que ha vuelto a nacer, un año más. Que ha reconocido a su poeta
o ha comenzado la instrucción de su nuevo milagro: la multiplicación de la inocencia. Tantos cuerpos salvados de las olas,
jadeando en la playa, hasta los arrecifes de coral, tantos niños salvados de la guerra, niñas en casa
estudiando tranquilas, camino de la escuela con ese bronce suyo de alegría. Ella tan firme,
resuelta a desmontar el rompecabezas ladrillo a ladrillo, gota a gota de lluvia hasta que la tierra arda como una sombra
al mediodía, quiebren las nubes su cadena de plata.

La rutina de ser única estrella, sin firmamento ni lágrimas de altura, sin que a nadie sorprenda
la forma de su alma ni la categoría de su aliento. Ha amado, y basta. Su corazón ha fingido la paz de la victoria,
ha sufrido un diluvio de nostalgia. Ha soñado con dios entre mil versos. 




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