lunes, 20 de julio de 2015

quince años de soledad


La soledad se desconecta sola. Se descontenta sola, gira como una peonza. Sola.

Están la soledad y ella, que nunca está sola; a su alrededor, un hervidero
de músicos y cantantes pop, un remolque de rappers haciendo sus pinitos en la lírica.

La soledad es un pupitre en medio del desierto,
en un solar imaginario, rectángulo planchado de hormigón sin paredes ni uralita, con goteras de serie
y una pizarra virtual. El profesor está solo ahí, tan solo que es una voz radiofónica
bizarra como la de un carrusel deportivo.

En compañía de quién; detrás suyo una inflamación de guardaespaldas, todos con auriculares y armas deportivas.
Por delante, el manager, un productor de éxito dueño de las bases más cool del sonorama.

Luego, la soledad recién hecha a fuego lento, lista para la mesa, plato único.
En la ciudad, la confusión de las almas alcanza su cota más clásica y arisca. El arte es una misión de solitarios;
un arte que elude la promiscuidad y la deriva adolescente del amiguismo desatado, más auténtico
cuanto más entregado a su miseria elemental, unicelular,
a su número atómico y su temperatura.

Sin embargo, ella a su brillo, a su memoria. Ella y sus pretendientes, príncipes o marineros rasos, nombres
del espectáculo, novias románticas como Carmilla y otros cadáveres con salud de hierro.

Porque estar solo es un domingo. El dominio del vértigo se extiende por unas montañas rocosas
(hasta el bosque). Las flores son predominantes, hay rosas que anteponen la soledad a la belleza, prefieren
el tacto de la noche a la compañía de los enamorados, la humedad del rocío a las lágrimas tibias del amor imposible.
La soledad no es esto. Florece en la sesión continua, en el pasillo angosto del expreso
que recorre los campos sin destino ni brújula: es un fantasma bueno cargado de metáforas.

Una pirámide de risas y, en su ápice, la historia. El plato rueda hasta perder el ritmo,
Alguien se arranca a bailar, no ella, que ahora sobrevuela el parque, rehúye la acción,
da su palabra ante un tribunal de jóvenes airados. El poema ha dejado de fluir con un renacimiento
-que es como un estertor, o viceversa- y la película muestra sus créditos interminables: cientos de ayudantes
y un puñado de actores secundarios.

La soledad es una religión. Es un cuento de hadas que acaba donde empiezan los demás.
La soledad tiene quince años. Son otros quince años
de soledad.


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