sábado, 23 de abril de 2016

¡agua!


Jordan está de buen humor. Y aquel terror que sentía en el cielo de la boca ha dado paso a una turbación poética.
No es que vaya a sonreír, todavía. El carrusel funciona en la tristeza mecánica de los niños ciegos, caballitos
galopan por las venas del barrio. El vaso está a medio rebosar,
así se ve desde la azotea contigua, no se puede pedir más, es todo.

Los libros han saltado de las estanterías e invaden la calle con sus colecciones y tomos sucesivos; los de Pynchon
son graves, de tamaño muy superior (mejor que no te den en la cabeza). Un Quijote anda (sin el Don) asediando
mesones, creando municipios, descubriéndose.

Cuánto miedo daban, qué terror. El miedo que daban las páginas en blanco, huérfanas de rima,
solas ante el fuego. Ahora que todo está escrito y no hacen falta más poemas ni más ristras subyugantes; no a las relaciones
almibaradas de sucesos finales, no a la reiteración de hechos luctuosos, no a la inteligencia
de recambio. Dice el poeta: ¡dejaos de cumplidos! La literatura
se funda en el secreto a voces de la eternidad, no admite réplica ni se conmueve con el tiempo,
absorbe límites como una segadora, ¡es un hacha de guerra!

A veces, Jordan recuerda que la cerveza ya no existe, pero sigue bebiendo hasta caer
enferma. Son los pájaros quienes tronzan la realidad con su esperanto y su sándalo, su mala espina. Ved cómo se recoge
la hierba, cosecha pura del año, se hace recuento, se pesan los litros de sangre
hasta que tiembla la noche. En el portal un chaval sisea, bisbisea, llama, alerta, da el agua, chifla
y escupe sobre un charco de reciente formación. Es decir,
nada ha pasado.

Sin embargo, los ojos supuran sustancia y colorido, han visto demasiado desde su punto de vista y no soportan
esa apariencia de abismo abriéndose camino entre familias abocadas al progreso
y la manufactura, dignas aún de burocracia y crédito.

El fracaso es fuente de vida, y ella reconoce ese sonido tartamudo, robado del motor en marcha; otra mañana
en búsqueda y captura, deambulando a ratos por el parque, a ratos por el lado oscuro de las azaleas,
donde muerden los nidos y las vírgenes atienden sus llamadas perdidas con los labios en flor.




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