sábado, 9 de abril de 2016

nuestra hermana menor


No hace falta correr. Más. Ahora suena Nas con AZ y el parque
rumia su cubo de serrín. La bondad creció en el árbol y era una historieta gráfica para los niños de aquel
tiempo. La verdad tan radiante suscribía acuerdos en beneficio
de los desposeídos, no tenia rival. Las hermanas caminaban por la acera sin importarles la noche
cogidas de la mano y nadie. Se bajaba del primer coche robado a mil por hora
que al pasar el puente rodaba hacia la estratosfera como una silla eléctrica.

El rap recordó la belleza de las notas amadas en silencio. La conjunción entre sistemas distintos:
literatura y deporte, arte y renunciación, sexo y misericordia. Jordan se dedicaba
a retar a los pájaros cantores, canarios de la mina que alumbraban el aire, ruiseñores independientes, jilgueros
mínimos hechos a la fuerza del hierro y la voluntad de la borrasca. La hojarasca
solía envanecerse, revolotear en torbellinos múltiples; hojas insumisas como jóvenes parisinos de vacaciones. La marsellesa
en un poema regular (a cuestas con el día de la boda).

Había un himno nada religioso que abusaba del gótico a la carta, y de su eco: Boog Brown, qué decir,
alguien del mundo restaurando la monotonía de las bases. Por lo general, ellas paseaban sin deberse –ni deudas
ni deudores–, orgullosas de su piel, sus posesiones. Pocos se atrevían
a silbar su desaliento, sacar la mano fuera del bolsillo. El hombre que pedía una limosna
establecía su récord, se batía a cada instante con la propiedad y sus miserias, pisoteaba los cardos del apocalipsis;
ellas tocaban su melodía indiscreta como si fueran reinas del carmen, flores óptimas con su canción y todo,
ebrias de falsas píldoras modernas. Qué incómoda creación, si daban ganas de ocultarse en el infierno,
oscilar entre dos civilizaciones, una antigua y la otra de Caín. Cuánta estirpe
y qué debilidad; los ojos siempre al contrapunto de lo que no se deja ver.

Cuatro hermanas y Jordan, que las mira con unos prismáticos hallados en el fondo de una botella
pero sin mensaje redentor; el medio es el paisaje. Se ven horizontes de pega hinchados como vientres infantiles,
nubes rojas literalmente alzadas alrededor de un punto negro indescriptible. Bella
estética de la enfermedad y la impostura. Las manos intentando ser menos cobardes que la voz,
los dientes entregados a la risa seca del dolor vibrante; ¡qué gesto enardecido!
Enarbolar una bandera no presta ese carácter ni realza tanto el ideal protagonismo del baile postergado.

Qué ausencia de sangre, qué fragmento escaso. La sobriedad
del ser exhibiendo su exacta factura natural, su conversión gloriosa. Mirada y objeto, ángulo y variable,
parejas ganadoras en un espacio justo, un encuadre negativo que no busca el apagado
tono de la relatividad, sino que persevera en su futuro. Jordan que no es la hermana
menor, aunque su sombra quede algo borrosa al pie de la fotografía.






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