jueves, 21 de abril de 2016

walden


Dentro de una noche sin alma, el glorioso coro de las lamentaciones, voces que purifican
el silencio. Ella, muda como un retablo, solo dotada de sed para satisfacer el precio de su espíritu.
Ha traspasado el umbral de la memoria con un libro entre los dientes, ha cabalgado
a lomos de un Pegaso irascible, invitada al lujoso manjar de las estrellas. ¡Oh, cuerpos
celestes, héroes de gravedad!

Prevalece la insignia del Zodiaco cerca de vuestra cabaña, el hogar
adusto que resguarda los sueños y anota de su puño la modestia del tiempo. Jordan a la orilla de Walden,
atesorando impactos, repentinos antojos.

A recorrer South Presa del brazo de un ángel incómodo. Desviarse
del camino recto y profanar la mesa del padre, entrar al templo con los zapatos sucios de haber bailado; de haber
besado, relucientes los labios, propietarios nativos de una parcela abrumada por el llanto. Una revolución
atornillada, boca a boca, tumbada sobre la hierba como una sombra que alumbrase desiertos.

Vuestra sierva, hija de los hombres. La que suprime la estación del viento. Pudiera ser un salmo,
trina como el aire por el ojo de la cerradura, un canario doméstico
enviado al azar; rosas de madera usadas para desposeer al cielo de su esencia. Hay que quitar la mesa
antes de salir hasta la madrugada, hay que lavar los platos antes de volver
del baile como una nube hermosa.

Bueno, brotó el agua de un manantial destronado
y la primavera roció de glauco estruendo la tierra empobrecida; el luto dio paso a la inocencia
rígida de las margaritas; ah, vestidos y poemas, rodillas tan ligeras, besos líquidos e historias de segunda mano.
Jordan contemplaba la consunción del alba o su despojo, y su mirada teñía el espacio de futuro. 




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